Habían pasado diez años sin que publicara un disco y Jerry Lee Lewis decidió volver a lo grande: en 2006 reclutó a una veintena de sus más célebres coetáneos y herederos musicales -de Mick Jagger a Hank Williams- para armar un aplaudido álbum de duetos y uno de los mejores lanzamientos de aquel año. Lo tituló Last man standing, para reafirmar su estatus de sobreviviente de la generación dorada de Memphis y del “Cuarteto del millón del dólares”, el súpergrupo que integró junto a Johnny Cash, Carl Perkins y Elvis Presley que en realidad no fue más que un acierto fotográfico y una “jam session” en los míticos estudios Sun de esa ciudad, una tarde de diciembre de 1956. Tras la muerte el viernes pasado de Little Richard, quien por esos mismos días iniciaba su propio big bang rocanrrolero desde Nueva Orleans con Tutti frutti y Long tall Sally, Lewis hoy puede presumir de llevar con exclusividad el título de “último hombre en pie” entre los pioneros del género.
Ni el infarto que sufrió en febrero del año pasado logró tumbar al “Killer”, como se le apodó en sus inicios: hasta poco antes de la pandemia el inclasificable cantante y pianista de 84 años seguía llevando a los escenarios sus pioneros éxitos de rock and roll y rockabilly, hoy patrimonio del cancionero clásico estadounidense, en su gran mayoría registrados entre 1956 y 1959 en Sun Records. Himnos como Whole lotta shakin’ goin’ on , Breathless, High school confidential y Great balls of fire, síntesis de una personalidad frenética, impredecible y salvaje.
Si contemporáneos como Chuck Berry destacaron por sus acrobacias con la guitarra, Lewis, al igual que Little Richard, llevó su caudal energético a la voz y sobre todo al piano, el instrumento que aprendió a tocar durante una infancia de miseria en Louisiana junto a su primo, Jimmy Swaggart, el predicador que décadas más tarde se transformaría en ícono de la tele-evangelización. De hecho, el propio Elvis dijo alguna vez que si hubiera podido tocar el piano como su amigo Jerry Lee, habría dejado de cantar.
“Si me toca ir al infierno me iré a ser el pianista del lugar”, aseguró alguna vez el hombre de Great balls of fire, quien no ha perdido el talento con el instrumento, al que aprendió a sacarle partido observando a los afroamericanos en los clubes de su ciudad (“en Lousiana lo llamábamos Boogie-woogie”, explicó), para sumarle gospel y country y transformarlo en un estilo único.
Aunque no se ha bajado de los escenarios ni ha abandonado del todo su periódico ritmo de lanzamientos discográficos -el último de ellos Rock & roll time, de 2014, con invitados como Neil Young y Keith Richards-, la carrera de Lewis nunca volvió a ser la misma desde 1958, cuando un periodista inglés reveló su matrimonio con Myra Gale Brown, su prima de solo 13 años (él tenía entonces 22). Un romance que hasta entonces habían mantenido oculto y que le valió duras críticas, pese a que hasta esa época todavía existía cierta soltura moral con respecto a la diferencia de edad en las relaciones. La controversia llevó a la cancelación de algunos de sus conciertos y su carrera nunca volvió a tener el brillo de sus primeros años.
“La personalidad de Lewis, dividida entre lo sagrado y lo profano, es algo que se ha comido la mayor parte de su vida adulta, provocando incontables cambios de personalidad a lo largo de los años sin respuestas claras a su problema”, plantea Cub Koda en la biografía del músico en el sitio Allmusic, donde se detalla la muerte accidental de dos de sus hijos, sus problemas con los impuestos, el alcohol y las drogas y sus múltiples divorcios.
“Si el Señor hizo algo mejor que una mujer se lo guardó para sí mismo”, dijo el solista -en otra de sus célebres respuestas-, quien hoy vive en su rancho en Nesbit, (Mississippi) junto a Judith, su séptima esposa. Desde allí, el fin de semana envió un comunicado público para despedirse de su amigo Little Richard (“fue único en su tipo y lo voy a extrañar muchísimo”, aseguró) y actualmente supervisa un documental autobiográfico dirigido por T Bone Burnett y coproducido por Mick Jagger.