A mediados de los 80’s, estaba en el exilio en Francia. Había publicado algunos artículos y estaba trabajando sobre la poesía chilena desde los 60 hasta esos días. Ahí, a la crítica literaria y académica Soledad Bianchi (1948), se le ocurrió la idea de intentar entrevistar a quienes conformaban la poesía chilena en ese período. Tarea dificultosa si se considera la distancia. Sin embargo, algo ocurrió.
“A mi compañero lo dejaron volver a Chile. Así que vinimos y pude continuar ese trabajo acá”, cuenta al teléfono Bianchi. Hizo un cuestionario tipo, y lo fue mandando a varios poetas, “aunque les dejaba la libertad de que podían responder o no”, agrega.
Así, fue acumulando un voluminoso material –casi 2 mil páginas– que luego fue afinando. “Cuando ya tenía más o menos el todo, me di cuenta de que fue apareciendo mucho el ambiente, que a mí me interesaba, el contexto”, relata Bianchi.
Entonces, Soledad notó que algo se le repetía mucho. “Muchos de esos poetas habían pertenecido a grupos literarios en los 60’s. Entonces ahí se me ocurrió organizar este libro en torno a los grupos”, relata la autora. Ahí lo tenía.
Así, en 1995, Soledad Bianchi publicó La memoria: modelo para armar. El libro aborda la vida de grupos literarios como Trilce (en Valdivia, con Federico Schopf, Enrique Valdés, entre otros), Arúspice (de Concepción, con ese buque insignia llamado Gonzalo Millán, más otros como Waldo Rojas o Floridor Pérez), Tebaida (en Antofagasta, con nombres como Alicia Galaz u Oliver Welden).
También, la Tribu No (en Santiago, con Cecilia Vicuña y Claudio Bertoni como estandartes), la Escuela de Santiago (con Naín Nómez y Jorge Etcheverry), el desconocido Grupo América (donde comenzaron sus carreras el mencionado Nómez o José Ángel Cuevas) o el taller literario de la UC (dirigido por Enrique Lihn y Martín Cerda), entre otras agrupaciones.
Incluso, entre los mismos grupos hubo relaciones fluidas y miembros que militaron en más de uno. Por ejemplo, Federico Schopf, quien estuvo en Trilce, Arúspice y en el taller de la UC. Cecilia Vicuña y Gonzalo Millán también pasaron por el taller de la UC. Entre muchos casos.
Pero Soledad Bianchi no se limitó a la mera compilación de datos. Se le ocurrió presentar el material de una forma bastante particular. “Me parecía más interesante y más entretenido armarlo como una conversación, como si hubieran estado juntos, lo que no era así”.
Así, por ejemplo, aparecen charlando Enrique Lihn y el narrador Luis Domínguez sobre el taller de la UC, cuando en rigor, ambos fueron entrevistados por separado. Una especie de historia oral literaria.
“Con Enrique Lihn tuve una suerte increíble, porque lo entrevisté en el 87, y poco después se enfermó y falleció. Fue muy generoso, me contaba lo que se acordaba. Es que había pasado mucho tiempo y entremedio habían ocurrido muchas cosas, como el golpe, que fue muy brutal”, narra Soledad Bianchi.
-¿Alguna de esas cosas que le contó Enrique Lihn que recuerde?
-Que Francisco Varela, el científico que trabajó con Humberto Maturana, fue uno de los alumnos del taller de la Católica. También escribía poesía.
Ese taller de la UC fue uno de los hitos importantes de ese tiempo, pues, entre otros, tuvo como alumnos a Raúl Zurita, Ariel Dorfman, Manuel Silva Acevedo, Poli Délano, Antonio Skármeta, Juan Luis Martínez, Mauricio Wácquez, Sonia Montecino, Marta Blanco. Nombres capitulares de las letras nacionales.
Con el tiempo, el libro se descontinuó, pero era una referencia obligada como libro de consulta para quienes se interesan en la poesía chilena de esos tiempos. “Se que muchos estudiantes de literatura lo trabajan, se los dan como lectura en universidades. Lo usan mucho como lectura para seguir a algunos autores o para hacerse la idea de cómo era la época”, explica Soledad.
Una segunda vida
Hoy, La memoria: modelo para armar está de vuelta en las librerías gracias a la reedición que realizó Alquimia Ediciones. De alguna manera, ha obtenido una segunda vida. “Es un libro crucial para la memoria literaria chilena. Quizá el mejor relato de las generaciones poéticas del sesenta y setenta, y sobre todo de sus condiciones de producción de obra, atravesadas por el golpe”, explica Guido Arroyo, editor de Alquimia Ediciones.
“Además era un documento de primera necesidad para los lectores acuciosos, que no se encontraba disponible en términos físicos. Solo sorprende que no se haya hecho antes”, agrega el editor.
Arroyo destaca la buena disposición que tuvo Soledad Bianchi durante el trabajo de reedición. “Fue de una gentileza extrema en todo el proceso, y además soportó nuestros retrasos y errores. En el camino se tomó la decisión de incorporar elementos nuevos, para que esta reedición tuviera un carácter inédito”.
De todas maneras, para Soledad Bianchi había un cierto componente de cercanía personal con los poetas citados en el libro. En esos años, ella estudiaba en el Pedagógico de la Universidad de Chile, donde entró en 1965. Entre sus compañeros de primer año estaba Gonzalo Millán.
“En esa época ya escribía, ya tenía los poemas que después publicaría en Relación personal (1968), él era poeta, pero yo no era amiga de él, éramos más de 100 alumnos”, cuenta la crítica literaria.
Luego, “creo que después de un año”, señala Bianchi, el futuro autor de La ciudad partiría a Concepción, y como ella, tras el golpe, iría al exilio. También, en ese curso, estaban Waldo Rojas, Oliver Welden y Hernán Miranda.
-Al leer este libro, es notorio para el lector que tiene una estructura fragmentaria, ¿por qué esa decisión?
-Porque la vida está hecha de fragmentos, no es una continuidad absoluta de comienzo a fin, sino que nosotros le vamos dando un orden, un cierto sentido. Además, porque las conversaciones son fragmentarias, uno va saltando de una cosa a otra.
-¿Y tuvo alguna influencia en eso la misma literatura de los 60’s? Porque cuando uno lee Rayuela (1963), por ejemplo, es una novela fragmentaria…
-Cortázar era uno de los escritores más considerados en esos años. Por supuesto, Rayuela jugó un papel fundamental, y después de esa novela, Cortázar escribió un libro que se llama 62/Modelo para armar (1968). Por eso yo le puse ese título, porque la memoria no es un flujo, va saltando. Bueno, Cortázar es fundamental en esa década, acuérdate que es la década del boom latinoamericano.
-Otra cosa muy notoria es que uno se da cuenta de que en esa época habían muchos escritores, y muy pocas escritoras. ¿Por qué se daba eso?
-Porque a las mujeres no se les consideraba tanto, ¿te fijas? yo creo que fue a partir de los años 80’ cuando se produce el reconocimiento de la escritura de mujeres, la incorporación a la vida artística y el respeto. El mismo término cambió, se decía “poetisa” y ahora se dice “la poeta”, porque “poetisa” era un poco despectivo.
Aprovechando el vuelo, Bianchi da un pequeño paneo sobre la escritura de mujeres entre 1960 y 1973: “La poeta más importante de esos años es la Cecilia Vicuña, sin duda. Tiene mi edad. Era una muchacha que estudiaba arte y escribía poesía también. En el grupo Arúspice habían dos mujeres: Ana Luisa Dellafiori y Sonia Quintana, pero creo que no siguieron escribiendo. También Alicia Galaz, quien dirigía el grupo Tebaida”.
La memoria: modelo para armar se encuentra disponible en librerías de Santiago y regiones: Lolita, Nueva Altamira, Kalimera, Trayecto, Takk, Metales Pesados, Lunatikes, Librería en blanco, Qué Leo de Barrio Italia y librería Chevengur. También en las librerías Qué Leo de Valparaíso y Viña del Mar. Además, se puede adquirir en las redes sociales de Alquimia Ediciones con despacho gratis.