Valentín Trujillo está bien y sano. Es lo primero que cuenta apenas levanta el teléfono fijo de su casa en Ñuñoa, la comuna de la eterna cuarentena. Lo confirman también las fotos que le ha tomado su hija Cecilia, encargada de visitarlo periódicamente para llevarle mercadería y asistirlo con la pulsera con la que controla su diabetes. Las imágenes dan cuenta de la rutina en el encierro del músico de 87 años, que comienza a primera hora con la lectura del diario y el desayuno junto a Aída Sibilla, su esposa hace 63 años, a veces seguida de un libro (“algunos que no leía hace 20 años y que ahora los entiendo un poco mejor”) o una película antigua en Youtube. Todos los días son de chaqueta de terno para Valentín Trujillo y también de piano, al que le dedica una hora en la mañana y otra en la tarde. En el histórico Ibach alemán que heredó de su amigo Francisco Flores del Campo, pulsando las mismas teclas donde nació la música de La pérgola de las flores, repasa a diario sus piezas favoritas de Gershwin, Porter y Vicente Bianchi.
“Tengo bien claro que debo cuidar en exceso la salud mental. Esto no me gusta en el fondo pero lo acepto y sé que mientras no me angustie estoy jugando a mi favor y de mi mujer”, explica el histórico pianista y arreglador, cuya rutina de los últimos meses se interrumpió el pasado 2 de mayo, cuando varios de sus hijos, nietos y bisnietos llegaron para saludarlo por su cumpleaños. Por su edad, diabetes y problemas renales crónicos, sus familiares se pararon en la vereda y él en su antejardín, separados por varios metros. Un registro de ese día que muestra al músico con las manos en los hombros, dedicando un abrazo a distancia a sus cercanos, sintetiza el dramático cambio que sufrió la vida de todos en los últimos dos meses.
“A ninguna edad uno debiera perder el tiempo, pero a la edad de uno, a los 87 años, cuando estás en la puerta de salida, que te quiten este tiempo es mucho más fuerte. Pesa mucho. No me amarga pero no dejo de pensar quién me devuelve ese tiempo, quién nos devuelve este tiempo perdido a los viejos. No poder ver a tus seres queridos de un día para otro... perder este tiempo es muy penca”.
¿Qué sensación le dejó su último cumpleaños, tan atípico?
Claro, con mis hijos y nietos cantando a 20 metros. Fue precioso, pero qué triste también no poder abrazarlos y decirles gracias con un beso cariñoso a cada uno. Pero en fin, dicen que la vida continúa y tiene que continuar.
Entre los llamados que recibió ese día estuvo el de Don Francisco, su gran amigo.
El de Mario Kreutzberger, que no falla hace tantos años. Un amigo especialísimo. Está sin pega, con casi 80 años, encerrado en su casa también. A él ahora sí que le sobra tiempo porque tenía tanta actividad y no puede hacer casi ninguna. Debe estar bastante aburrido. Yo pensaba que después del éxito increíble de esa Teletón tan especial él tenía la esperanza de revivir el programa que alguna vez hizo, a propósito de todas las catástrofes que sufrimos los chilenos, el Chile ayuda a Chile. Pero resulta que Chile se está ayudando a sí mismo en una serie de cosas. O autodestruyendo también por la mala conducta de muchos ciudadanos.
¿Cómo ha visto el comportamiento de los chilenos y de las autoridades frente a la pandemia? ¿Cree que se han tomado las medidas correctas?
Bueno, a raíz de las profundas quejas de los alcaldes le estuvieron cortando la cola al perro de a poquitito, y creo que era necesario cortarle la cola rápido o de una vez, no hacer sufrir tanto al perrito. La medida tomada ahora, tan dura y tan fuerte, es sin embargo tardía. O sea, al borde del precipicio, como dijo alguien por ahí. Y esta comuna de Ñuñoa donde yo vivo es muy castigada, porque se concentran casi 50 hogares de ancianos. Tú tienes la suerte de ser joven pero si yo pido permiso para salir me hacen una tapa que se escucha hasta no sé dónde. Ni siquiera te recomiendan no salir: ¡prohibido a los viejos salir! Y hacen bien.
Trujillo, González y Jara
Antes de la pandemia, Valentín Trujillo había agendado para abril el lanzamiento de Herencia, un nuevo trabajo colaborativo en su carrera, esta vez junto a cuatro de sus nietos. Por ahora los CD están guardados a la espera de que se reprograme el evento, ya que él se resiste a hacer un show online. La pandemia también paralizó el calendario de De la pérgola a la negra, la obra musical que une la música de ambos clásicos del teatro nacional.
“Todo se fue a las pailas, si estábamos actuando. Es muy tremendo. Yo soy músico y me duele muchísimo lo que están pasando”, dice el pianista, que trasladó para diciembre la tercera versión del concurso que lleva su nombre -organizado por la SCD y con postulaciones abiertas- que premia talentos musicales jóvenes. “Hay una generación muy talentosa, lejos de los que no están ni ahí”, asegura.
De la música popular más nueva, ¿hay autores que rescate?
Naturalmente Jorge González. Tiene toda mi admiración el Prisionero. Uf, extraordinario. También me gusta mucho Consuelo Schuster, Gepe y todos los folcloristas extraordinarios, Alarcón, Manns, la Violeta.
¿Qué le gusta de Jorge González?
De su obra, la que más me gusta porque es pianística en varias partes es Tren al sur. Hay una parte que él canta (tararea el estribillo de “Y no me digas pobre”) que me encanta. A Jorge González lo admiro profundamente.
Hace algunos meses subió una muy sentida interpretación de El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara, en apoyo a las demandas sociales. ¿Cómo surgió eso?
Bueno, eso es parte de mi compromiso social, bastante conocido. Mis tendencias políticas no las he ocultado nunca. Y estoy siempre al lado de toda esta gente joven. No puedo asistir ya a las concentraciones por mis 87 años pero siempre trato de estar allí.
¿Conoció a Víctor Jara?
Sí, salimos una vez a pintar la calle. Yo sin ningún talento para pintar, me tenían para llevar unos tarros de pintura y unas brochas, pero a la primera voz que alertó que venían los pacos dejé los tarros botados y no volví a salir a pintar. Pero sí, lo conocí realmente y a toda esa generación de talentos. A Víctor le quitaron la vida, Patricio (Manns) afortunadamente pudo arrancar. Él es un gran escritor, un gran músico, hay un Premio Nacional que lo está esperando.
¿Qué expectativas tiene de este proceso social y político?
Es algo que sólo está pendiente. El virus paralizó todo pero no ha eliminado las peticiones, los pobres siguen siendo pobres, las demandas que se solicitan están pendientes. Y esas van a tener que salir a flote, superado esto. Primero hay que lograr vivir, después seguir luchando por esto, porque este movimiento no nació porque sí, es una necesidad reconocida hasta por el propio gobierno, que estaba a punto de tambalearse y le vino esto. Pero apenas termine esto hay que volver a reunirnos. Y tratar que todos estos movimientos no sean confundidos por vándalos, porque tú detienes al tipo que está haciendo destrozos y no pertenece al estallido social. Son lumpen que van a aflorar en cualquier tipo de movimiento.
¿Siente que le queda alguna colaboración pendiente?
No creo, sería injusto decirlo. Los de mi generación ya partieron y a ellos los acompañé prácticamente a todos. Lo que sí me habría gustado haber hecho es un programa como Conversando la música (de radio Portales) y haber podido proyectarlo a la televisión. Ahora estoy con otro proyecto para que las calles digan quién es la persona que le dio su nombre. Como González Malbrán, que ni siquiera tiene su nombre, Armando. El fue el compositor de uno de los temas más hermosos que se han escrito acá, Vanidad. No sería raro que un joven de hoy al pasar por la calle Claudio Arrau no le diga nada.
¿Cómo cree que lo recordarán las siguientes generaciones?
A mí me han hecho algunos homenajes, un par de cariños a mi vanidad, afortunadamente. Y he pedido que pongan en la plaza de la cultura o el auditorio “pianista Valentín Trujillo”, porque me pasa bastante seguido que a un niñito de 7 u 8 años le dicen “él es el maestro Valentín Trujillo” y el cabrito me mira y se encoge de hombros, porque si no soy el cabro Sánchez o Vidal no estoy en su vocabulario. Porque así es la cosa, los hombres olvidan, los pueblos olvidan.