Trabajar en el encierro no es para Alex Pina (52). Tras casi dos meses de confinamiento, lo tiene claro. “Se escribe muy poco y muy mal”, dice desde su casa en España. “Es como si la lucidez o la inspiración fuera menor. Quizás por la situación dramática o por la falta de estrés, no sé muy bien, no fluye como debería”, cuenta de buen humor a Culto la semana previa a esta publicación.
Si las expectativas del creador de La casa de papel eran “escribir muchísimo y cuesta cuatro veces más”, muy opuesto es el escenario respecto a lo que ha llegado con su firma este año: en enero debutó en Movistar Play el segundo ciclo de El embarcadero, de nuevo con Álvaro Morte (El Profesor); este viernes Netflix lanzó su debut en inglés y en abril estrenó la cuarta parte de la historia de los atracadores con la máscara de Dalí.
Todos esos títulos se mezclan en la mente de Pina. Aunque cada uno sea un universo aparte, cuentan con su sello, el mismo que generó tal interés en Netflix que firmó un acuerdo de exclusividad en julio de 2018, cuando la serie sobre “la Resistencia” ya era un fenómeno entre sus 125 millones de usuarios (hoy 183 millones). Cerca del cierre de esta conversación, agrupa todo lo que lleva el rótulo “creado por Alex Pina” y sale de Vancouver Media, su productora. “Al final es un estilo. Uno con un pintor, ve un cuadro y ve otro, y reconoce el estilo, aunque esté pintando cosas diferentes”.
Originada por la fascinación de los productores de The Crown con Vis a vis -otra creación suya- antes incluso que La casa de papel arribara a Netflix, White lines lo lleva a abandonar momentáneamente a personajes como Tokio y Berlín para situarse en Ibiza. Allí una británica (Laura Haddock) intenta dar con el culpable de asesinar a su hermano, un DJ desaparecido en los 90. “¿Quién mató a Axel Collins?” es el misterio que acecha playas paradisíacas y noches de orgías y drogas, aunque con una vuelta: dosis de comedia negra, acción y personajes, define Pina, “excesivos”. Y, de manera inédita para él, en inglés y español.
-¿Qué piensa sobre que su primera serie con Netflix post La casa de papel ceda en parte a lo anglosajón?
-White lines es previa al acuerdo y ha tardado dos años y medio en armarse. La respuesta a eso no tiene tanto que ver con que su emisión sea post La casa de papel, sino que creo que tiene mucho sentido que los dos idiomas más poderosos -además del chino-, el español y el inglés, se conformen en un híbrido, que también es un híbrido en la propia identidad de los personajes. Son británicos pero están casi españolizados, son emocionalmente mucho más expansivos, mucho más expresivos. Ibiza es un reducto de muchas cosas, de turismo, de hedonismo, de clubes, de música, de playas, de yates, de lujo. Era un buen lugar para ensayar esta especie de experimento antropológico que hemos hecho con la serie.
Luego mira su creación más popular: “La casa de papel evidentemente es un cómic. Está muy hiperbolizada en muchos aspectos, (aunque) hace cierta referencia a la realidad sociopolítica contemporánea. White lines es una serie más naturalista, más apegada a la realidad”.
El poderío español
“Estamos a corriente de lo que ha pasado en Chile y en muchos otros”, dice el guionista sobre cómo ha permeado La casa de papel. Una ficción que a inicios de mes cumplió tres años desde su agridulce debut en España, y sólo en su llegada a Netflix, a fines de 2017, terminó de estallar, hasta convertirse en el título más visto del servicio en países como Italia, Brasil y Chile, según detalla el documental El fenómeno. “Por una parte viene de la crisis de Lehman Brothers y de un escepticismo en los gobiernos centrales, en los bancos centrales, en las instituciones y en los propios modelos de capitalismo”, describe Pina, señalando una “corriente de inconformismo o de escepticismo” que va de Turquía, avanza por el Mediterráneo y llega a Latinoamérica.
“Parece que la gente necesitaba símbolos. No creo que el valor sea tanto que La casa de papel haya aglutinado eso, sino que apoya un mensaje subliminal de resistencia que la gente ha cogido en sus luchas y ha hecho propio. El Bella ciao evidentemente no es nuestro, ya estaba en Chile y Argentina en los años de la dictadura. Yo la escuchaba cuando era pequeño, y apela a la libertad, a la lucha antifascista, y se ha utilizado en diferentes luchas. Para nosotros es un orgullo y es increíble que una serie que en su capa de arriba es de acción y de género thriller, y parece de una cierta vacuidad, en el fondo esconda un mensaje que lo haya cogido muchísima gente. Las muestras de la implicación con que el espectador ve la serie son muy diferentes a cómo vería una serie de acción. Creo que forma parte del fundamento filosófico de la serie”.
-¿Cómo analiza hoy el impacto de la ficción española en el mundo?
-Sigue siendo muy sorprendente. Yo creo que la ficción funciona por tendencias. Cuando hicimos El barco veníamos de una ola que había generado Lost, de distopías o series que tenían que ver con el fantástico. De pronto, la ficción escandinava funcionó, thrillers fríos, muy secos. Ahora estamos, por decirlo de alguna manera, en un barroco emocional, en cuanto a que la ficción mucho más expansiva está funcionando, en términos de hipérbole afectiva. Y no solo la ficción. Estuve en Shanghái hace poco y el primer sitio al que entré tenía reggaetón, “Despacito”, de Luis Fonsi. Creo que la mirada latina que hemos implementado en La casa de papel en el género del atraco perfecto ha permitido que mucha gente la vea como algo diferencial al género racionalista norteamericano. Eso está funcionando. Quizás también porque es diferente. No perdamos de vista que hemos estado colonizados por la mirada norteamericana y anglosajona durante muchísimo tiempo. La gente consume seis o siete horas de ficción al día, y ya se cansa de los mismos patrones. Yo llevo muchos años haciendo ficción para España, y de pronto esa ficción sale por todo el mundo, y hemos conseguido mirar de tú a tú a la ficción norteamericana. Es un regalo, pero también tiene algo de sentido.