Euphoria morning: el luto eufórico de Chris Cornell

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Chris Cornell.

En su anacrónico debut como solista, la voz de Soundgarden inmortalizó un momento de crisis articulando con sensibilidad sus propias contradicciones, así como la insatisfacción que sentía respecto a su vida personal y a las tendencias musicales de la época.


Ni siquiera los detractores del grunge lo rechazaron tanto como sus propios íconos, de Kurt Cobain para abajo. Hacia 1996, cuando Soundgarden publicó Down on the Upside, uno que ya estaba hastiado era Chris Cornell, ansioso por desmarcarse de una escena pervertida por la industria discográfica. La asimilación de la estética Seattle por parte del mainstream, donde se convirtió en una mera fórmula para vender discos, le dolía en el alma tras haber sido testigo y partícipe de sus idealistas comienzos. Siempre crítico del negocio musical, Cornell resentía tanto a los que fagocitaban de Nirvana, Pearl Jam y de su propia banda, así como al pop de laboratorio que apareció por doquier en la segunda mitad de los noventa.

Disconforme con las modas y mirando a Soundgarden por el espejo retrovisor, debutó como solista en 1999 con Euphoria Morning, la más satisfactoria metamorfosis de todas las llevadas a cabo por los ídolos grunge que optaron por escapar de una etiqueta que, lentamente, empezaba a convertirse casi en una mala palabra. Cornell, que no era tan liviano de sangre como Dave Grohl (Foo Fighters), ni tenía dentro suyo un revivalista de los sesenta como Ben Shepherd y Matt Cameron (sus ex compañeros que fundaron Wellwater Conspiracy), ni tampoco estaba tan llano a experimentar como Scott Weiland en su primer disco (12 Bar Blues), encontró una forma de sepultar el pasado evitando volverse un bufón, rendirse por completo ante la nostalgia o marearse con las posibilidades.

Aunque ya no estaba iracundo, seguía con el ceño fruncido. La mañana de euforia a la que alude el título nunca existió: fue una sugerencia del manager para suavizar el oscuro título original, Euphoria Mourning ("mourning" significa luto), concebido por el cantante para describir cómo se sentía respecto al quiebre de Soundgarden y sus complicaciones maritales. La parte eufórica del duelo era el impulso que tomó con Alain Johannes y Natasha Schneider, dos tercios de los influyentes Eleven. La pareja, además de servir con su música como una inspiración del disco, lo coprodujo y fue su cómplice a la hora de ornamentarlo usando mandolina, theremin, clarinete y un vasto arsenal de instrumentos.

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Cornell pensaba que Jeff Buckley había sido el último gran cantautor y le dedicó “Wave Goodbye”, aunque el tributo definitivo al autor de Grace está en “Preaching the End of the World”, indiscutiblemente guiada por su espíritu atribulado y temperamental, palabras que sirven para describir la mayoría del disco. Surgidas de la contradicción entre su claro deseo de evolucionar y la melomanía algo reaccionaria de la que siempre dio cuenta en sus entrevistas, las canciones de Euphoria Morning existen en un lugar sin tiempo donde conviven la psicodelia con retazos de Captain Beefheart (“Flutter Girl”) y el R&B con dejos beatleros (“When I’m Down”), ambas familiares y, considerando su fuente, aun así novedosas.

Disconforme con el presente, tanto el suyo como el de la música, Cornell supo articular su insatisfacción en un disco fiel al momento que vivía. “Can’t Change Me”, el primer single, caía pesadamente con su letra acerca de una funesta revelación sobre la imposibilidad de cambiar. En las mismas sesiones grabó “Sunshower” (incluida en la banda sonora de Grandes Esperanzas y en la edición japonesa de Euphoria Morning), donde aborda el mismo problema en tono alentador diciendo “todo lo que serás lo eres hoy”. Cuesta escucharlo ahora sin pensar en su abrupta partida. En una entrevista de la época publicada con Spin, sacan a colación su elevada ingesta alcohólica y le consultan si acaso no le preocupa terminar como Cobain. Tras un momento de pausa, Cornell respondió que “siempre habrá un mañana”.

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