Viajar: el impulso
Por Andrés Panes
En 1996, yo tenía once años y mi vida en Concepción básicamente se dividía entre la escuela Juan Gregorio Las Heras y la pieza donde me la pasaba encerrado escuchando radio. No tenía amigos, aún no pololeaba, salía poco y nada, tampoco compartía mucho con mi familia. Suena muy aburrido, pero no lo era. Mi mundo estaba en mi cabeza y en mi metro cuadrado, y era un mundo lleno de fantasías alimentadas por la música. A mis compañeros de curso les contaba que iba a ver conciertos al Cariño Malo, lo más parecido a La Batuta que tuvo Conce en los noventa. Mentira, obvio. Una bien ridícula, además, porque no significaba nada para nadie salvo para mí. El resto de los cabros, en general, pescaban más la tele, y si escuchaban algo, sin duda no era rock chileno. Aparte, cuando mentían era sobre consolas de videojuegos o los autos de sus familias. Yo no estaba ni al medio con esas cosas. Lo que quería era ver en vivo a los grupos que escuchaba en las tardes. Grupos como Lucybell.
No tengo empacho en revelar que son factores totalmente emotivos y personales los que en esta ocasión me hacen preferir Viajar, un disco que salió en un momento muy especial y auspicioso para el rock chileno que justo me tocó presenciar siendo chico. El impulso con el que venía el entonces cuarteto, gracias al apasionado Peces, era tan grande que incluso repercutía en gente como yo, removida por completo del espectro al que iba dirigida su música. En 1996, el rock chileno era un movimiento al que de verdad daban ganas de pertenecer, al menos si lo veías desde lejos. Viajar alimentaba la sensación de que estaban pasando grandes cosas en Santiago de Chile y de que lo mejor estaba por venir. El respaldo con el que contó Lucybell es lo que sueño para todos los músicos nacionales que me gustan: apoyo transversal de parte de los medios para una banda de verdad interesante que proponía un balance entre luz y oscuridad.
"A todos los que creen que viajar no es solo moverse de un lugar a otro", decía el disco en su carátula, y siempre me lo tomé en serio porque, en efecto, al escucharlo me sentía transportado a realidades distintas. De seguro ahora, con el cancionero de Lucybell tan metido en el canon chileno, no lo parece, pero el vértigo febril de la delirante "Si no sé abrir mis manos" era un quiebre respecto a lo que sonaba habitualmente en la radio. La agitación de Claudio Valenzuela en ese tema no tenía tanto que ver con el crooneo seductor de la fina "Mataz" ni con la ensoñación de la secretamente psicodélica "Carnaval", así que más encima había un frontman versátil del que engancharse. Puede que en la actualidad, con Internet a la mano, sea fácil decodificar los guiños y entender de dónde venían las inspiraciones anglo de Lucybell, pero lo cierto es que en aquel entonces la banda se distinguía por irradiar una sofisticación única en el país, un aura que irían perdiendo con los años, como casi toda la magia embotellada en Viajar.
Disco Rojo: de sudor y tortura
Por Nuno Veloso
Recuerdo haber escuchado el casete de Peces en el walkman de un compañero en plena clase, en cuarto medio. La entrada de la batería me degolló los tímpanos en "Lunas", me pegó la tensión goth en "Que no me vengan con paraísos" y "Ángeles siameses", me sorprendió con esos teclados. Todos elementos que captaron mis orejas de fan de The Cure. Me gustaba La espada y la pared de Los Tres, pero esto tenía la onda de mi banda de cabecera. El otro disco que me mostraron ese año -1995- y que me dejó loco fue el Ultrasol de Christianes. Ese estaba a años luz de todo. Aún pienso que es el mejor disco de rock nacional de los 90. Pero eso es para otra columna.
Fue ya comprando el CD de Peces, al año siguiente, que conocí esa bestia llamada "Grito otoñal". Había escuchado hace poco a los Cocteau Twins del Head over heels y pensé que era un muy buen clon del sonido Guthrie. Ese mismo 1996 Lucybell se presentó en el festival de mi entonces ya ex colegio. Por supuesto que fui, y vi a Vigliensoni hacer headbanging en los teclados. Sonaron como cañón. El disco siguiente, Viajar, lo esperé con ansias. Pero me dejó más que nada con el tema homónimo. Lo encontré demasiado depurado, más pop, con menos densidad.
Mi reencuentro con Lucybell llegó con Disco Rojo. Y es que su historia es una historia de presión -¿depresión?-, de poner al rojo vivo a los integrantes de una banda que conquista Sudamérica, MTV mediante, gracias a la exposición del single "Mataz", y el torbellino y el hostigamiento de pasar de tocar frente a un público de 200 a presentarse en festivales con 10.000 personas.
De la ansiedad del éxito al burning out, siempre es un paso. Discográficamente hablando, gracias al éxito de Viajar, la tensión por superar el logro se incrementó a niveles tortuosos y la voluntad de contar con una libertad creativa que permitiera seguir creciendo artísticamente llevó a Claudio, Marcelo, Gabriel y Francisco a optar por producir Disco Rojo ellos mismos, aunque llevaban dos discos de éxito junto a Mario Breuer. También escaparon de sus propios ídolos tras el descontento con la mezcla final hecha por Robin Guthrie para el cover "Invisible sun" de The Police.
Si en Peces y en Viajar ya era posible vislumbrar las diferentes corrientes que forjaban el sonido de Lucybell, éstas no se acentuaron al punto de fricción extrema hasta la producción de Disco Rojo, debido a que el crecimiento acelerado exacerbó la distancia entre los mindframes de cada una de las partes. La escasez de material, en contraste con las sesiones anteriores, y el choque con el deadline -casi tres meses para pulir nueve canciones- terminó por dañar irreparablemente la estructura de la banda, despertando los demonios internos. La pugna por la elección de los singles tuvo un bando a favor de un tema más experimental y de rítmica atípica como "Flotar es Caer" y otro en defensa de "Sembrando en el mar", la opción más radial. En medio, la veta más goth se coló de segundo single en "Caballos de histeria".
El costo de la calidad e intensidad de Disco Rojo fue la banda misma, como si al tomar el nombre de la hija de Liz Fraser y Guthrie -Lucy Belle- hubieran sellado el propio destino de la banda a semejanza de la relación de ambos. Lo grandioso de Disco Rojo es que la tensión que destila el material es producto de una lucha por el control creativo a toda costa: desafiando convenciones del formato comercial y mostrando los dientes entre compañeros, con el mismo objetivo: lograr un coloso. En 1999, la salida de Vigliensoni y Muñoz cambió la morfología de Lucybell para siempre. Pero hay que precisarlo: en realidad todos habían cambiado un año antes. El mejor álbum de Lucybell nació de sudor y tortura. Y para mí es un imprescindible.