Bad Bunny: brilla en el encierro (y hace lo que le da la gana)

Bad Bunny
Bad Bunny

Ni la pandemia lo detiene: el ídolo del trap triunfa con su nuevo disco, monopoliza las redes sociales y lidera los ránkings chilenos, aprovechando como nadie estos días de confinamiento, en un fenómeno ajeno a los códigos de la industria. ¿Una brillante estrategia o un nuevo modelo de estrella pop?


El pasado 2 de mayo, la rutina de un típico sábado de pandemia se interrumpió por lo más cercano a un acontecimiento planetario que ha tenido el mundo del entretenimiento en el último mes. No fue un show benéfico ni la reaparición virtual de alguna vieja leyenda del rock, sino una transmisión casera de más de tres horas en la que Bad Bunny, desde su pieza y por Instagram, repasó las 20 canciones de su último álbum, presentó públicamente a su pareja, “perreó” un poco, tomó algunos tragos de más y repitió varias veces la frase “esta no va a salir” antes de presentar diversos adelantos de un nuevo disco -el cuarto que lanza en un año y medio- que publicaría ocho días después bajo el título Las que no iban a salir. Luego se despidió con un mensaje en Twitter, borró el video y anunció que no hará otro “live” hasta 2021.

El evento digital, seguido hasta por 320 mil personas -más de lo que sumó Drake con un hito similar-, resume la esencia de lo que han sido los tres vertiginosos años en la música de Benito Martínez, el puertorriqueño de 26 años que convirtió el trap latino en éxito global. Una carrera construida en base a la autenticidad, la sorpresa y el éxito fulminante que lo terminaron por instalar como el máximo ídolo de su generación. Sin necesidad de entrevistas, campañas promocionales ni el respaldo de grandes sellos discográficos, Bad Bunny hoy solo compite contra sí mismo y logra brillar por sobre el resto incluso en los días más duros para la música y la humanidad en su conjunto.

Sus cifras en Chile dan cuenta de un fenómeno que nadie logra descifrar y que parece aumentar en días de encierro: a fines de febrero, cuando publicó su disco YHLQMDLG (Yo hago lo que me da la gana), el solista desbancó a Tusa del número uno y desde entonces no ha soltado el liderazgo en Spotify con diversos sencillos de sus últimas producciones, como Yo perreo sola, Cómo se siente y Safaera, el gran himno del pop latino de lo que va de 2020. Una mezcla de apología cannábica y oda a la anatomía femenina -de esas que hasta hace no mucho provocaban encendidos debates intelectuales- que ha colonizado todas las plataformas digitales (incluyendo Tik Tok, donde impulsó el “abuela challenge”: un desafío donde jóvenes graban las reacciones de sus mayores mientras cantan la parte más soez del tema). Cuando esta semana Safaera desapareció por 24 horas de Spotify su ausencia se transformó en polémica internacional.

“No da entrevistas, no hace campaña digital, no hay nada. No invierte nada y lo gana todo”, comenta con cierta resignación un ejecutivo de uno de los tres sellos “majors” que operan en Chile, al analizar los listados del streaming y las radios nacionales de los últimos tres meses. Allí, Martínez, además de monopolizar el primer puesto desde febrero, figura como protagonista de al menos 15 lugares del top 20. Su más reciente álbum, Las que no iban a salir, es en rigor una recopilación de canciones descartadas con un par de invitados estelares que se sumaron desde el encierro, suficiente para conquistar las listas de éxito de Latinoamérica y España y transformarse en el primer LP latino que llega al número uno de Apple Music. “No hay un verdadero significado detrás de esto, sólo pensé ‘Carajo, lo que la gente necesita ahora es entretenimiento’”, dijo el solista a Rolling Stone, quitando cualquier subtexto de su obra.

“No sigue aparentemente los parámetros clásicos impuestos por los sellos discográficos, es de esos artistas que hace lo que le da la gana. Sabe que la mejor forma de llegar a su audiencia es de forma directa e inesperada, entregando contenidos por goteo. Los temas de música urbana actualmente tienen que saberse efímeros y él constantemente está sacando hits que son rápidamente reemplazados por otros hits de él mismo”, dice Ignacio Molina, autor del libro Historia del trap en Chile, que da cuenta de una escena local con ciertos exponentes fuertemente influenciados por la ética y estética del boricua.

“¿Qué pasa en los cuartos creativos de su equipo? No lo sé, pero es evidente que hay una propuesta estética curada, un vocabulario tanto visual como musical en evolución y sobre todo un artista que consciente o inconscientemente crea una obra que aprieta los botones precisos de la sociedad de su tiempo”, comenta la periodista Ana Teresa Toro, columnista de diversos medios de Puerto Rico quien ha seguido de cerca la evolución del reggaetón en las últimas dos décadas.

¿El “nuevo Dylan”?

En esa sintonía del cantante con su propio tiempo parece estar el factor X que transforma cada una de sus acciones en acontecimiento. El mes pasado, el sitio musical español Voz Populi fue un paso más allá al preguntarse “Por qué Bad Bunny es el nuevo Bob Dylan”, haciéndose cargo de la influencia del puertorriqueño en los centennials y cómo su obra captura el espíritu de la juventud del siglo XXI. El artículo levantó polvareda -sobre todo entre los fans del Nobel de Literatura- pero dio cuenta de una verdad inapelable: si en épocas pasadas Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez o Jorge González encarnaron a los rebeldes de una generación hispanohablante y a los cronistas de su tiempo, hoy esa ruptura la protagoniza un reggaetonero que le canta al sexo, al alcohol y al Play Station.

¿Es entonces Bad Bunny una figura apolítica? Quienes lo siguen desde sus inicios afirman lo contrario. “Hay un elemento de conexión que ha logrado con una generación que aquí ha tenido que sufrir una crisis económica, un deterioro político, una crisis de migración, y él se ha convertido en la voz de esas problemáticas y sentimientos”, asegura la periodista Cristina Fernández, del diario El Nuevo Día.

En ese sentido, el público chileno fue el último que vio en vivo y en directo a un Bad Bunny que ya no existe. El 5 de septiembre de 2017, en Concepción, el cantante de entonces 23 años cerraba una turbulenta primera gira local de ocho fechas, algunas con caídas de tarimas, guerras de botellazos, balaceras nunca confirmadas y un atropello mortal a la salida de Espacio Broadway. Esa misma semana, a más de 6 mil kilómetros de distancia, otro huracán, uno real y mucho más mortífero, también tocaba tierra y arrasaba con todo a su paso.

El devastador paso de los ciclones Irma y María por Puerto Rico fueron un punto de inflexión en la carrera de Martínez. Él mismo reconoció que habría hecho cualquier cosa por haber estado cerca de su familia y su pueblo en esos días y no de gira por Sudamérica, que el episodio lo “politizó”. Dos años después el trapero encabezaba las protestas callejeras en San Juan que terminaron con la renuncia del gobernador Ricardo Roselló y en el último año ha convertido los derechos LGBT en su bandera de lucha, vistiéndose de mujer para el video de Yo perreo sola y aprovechando su presentación en el show de Jimmy Fallon para denunciar el asesinato de una mujer trans en la isla.

“Bad Bunny rompió la carga heteronormativa que traía el reggaetón clásico y lo transformó”, asegura Molina, en referencia a un activismo que ha sido reconocido por pares como Ricky Martin, quien afirmó a Rolling Stone que el autor de Safaera “se ha convertido en un ícono para la comunidad latina queer”, ya que “conecta con una generación que está descubriendo quiénes son realmente”.

“La libertad, el desenfado, la mirada al pasado y los argumentos que representan la historia de los hijos de todas las crisis que nacieron entre finales y principios del milenio, que no han conocido bonanzas económicas y no tienen nada que perder por ello y están dispuestos a apostarlo todo, son la espina dorsal de su apuesta”, señala Toro sobre el trasfondo político de la carrera de Bad Bunny. “Lo interesante es que lo logra sin mucho esfuerzo, como por accidente”.

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