Un fin de semana habitual de los últimos dos meses, obligados a matar los minutos de ocio bajo techo mirando una pantalla, podría haber seguido este rumbo. Por la mañana, la oferta dictaba ver de forma gratuita por Youtube la película Yellow submarine, de The Beatles, liberada en plena pandemia por sus sobrevivientes. O también mirar un show antiguo de The Rolling Stones, con esas imágenes de estadios atiborrados que hoy parecen de un mundo extinto, tal como los videos que el propio grupo ha ido obsequiando en sus plataformas.
Por la tarde, la TV local muestra viejos partidos mundialeros de Chile, como en Francia 98, donde aún resulta vibrante ver las escapadas de “Murci” Rojas o comprobar que el “Matador” y “Bam Bam” siguen siendo insuperables en el área chica. O también vale enojarse por la expulsión de Carlos Caszely en el debut en Alemania 74, el primer jugador en mirar de frente una tarjeta roja en la historia de la Copa del Mundo. Hacia la noche, se puede ir al streaming luego de leer una de las decenas de guías que circulan recomendando las mejores comedias de los 90 o con qué obra maestra conmemorar las cuatro décadas de la muerte de Hitchcock.
Al menos para entretenernos, el confinamiento ha semejado un viaje en el tiempo. Sin recitales, sin cines, sin grandes festines deportivos, el ocio cambió de un día para otro-quizás las series son las únicas embajadoras del presente- y nos ha obligado más que nunca a buscar alternativas en eras remotas.
“Hay tanta nostalgia reeditándose en un año normal previo al encierro que no estoy seguro si la cantidad de material de archivo ha aumentado. Durante los últimos veinte años, parece haber un flujo constante de lanzamientos vintage: documentales, biografías, reediciones. Probablemente sea un poco temprano para decir si en esta pandemia la gente se ha alejado del presente para retomar el pasado, porque sólo lleva un par de meses. Pero sí, el contenido que nos resulta más familiar genera tranquilidad. Sólo en tiempos más normales podemos ser más disruptivos y sentir que el dicho “lo familiar genera desprecio” es más aplicable. Pero en tiempos como estos, no”, asegura a Culto desde su casa en Los Angeles el periodista y escritor inglés Simon Reynolds (56).
Se trata del autor que mejor ha estudiado en los últimos años el fenómeno de la nostalgia en la cultura popular o por qué los músicos de hoy intentan sonar, vestir, parecer y hasta hablar como las leyendas del ayer. Todo amplificado por el concepto de Retromanía, tal como bautizó en 2011 su libro más célebre, aunque también tiene otros textos imperdibles que mezclan erudición, agudeza y vivencias personales, como Energy flash: Un viaje a través de la música rave y la cultura de baile; Postpunk: romper todo y empezar de nuevo y Como un rayo: el glam y su legado.
-¿Por qué en las crisis las personas se aferran a las grandes expresiones culturales del pasado? Por ejemplo, en España se cantaba desde los balcones un hit de los 80, “Resistiré”.
-En términos de dieta cultural, parece tener sentido que las personas recurran a la comida reconfortante y sean menos aventureras en sus gustos. En tiempos de crisis, se vuelven a las cosas que nos recuerdan tiempos más felices. Sin embargo, esa tendencia ya estaba sucediendo en respuesta a la turbulencia política y la extrema polarización del mundo, como una respuesta a la sensación de que la gente mala se había tomado el poder. También por la crisis climática. Por ejemplo, tenías el fenómeno de que las personas veían repeticiones de Friends, incluidos muchos jóvenes que ni siquiera estaban vivos cuando se emitió por primera vez, pero lo encontraron reconfortante: un suministro tranquilizador de buen rollo y buena onda. Supe de personas que mantuvieron prendidos episodios de Friends mientras se quedaban dormidos, utilizándolo como televisión ambiental.
-Después de esta crisis, ¿podría venir un renacimiento artístico? Tras la Segunda Guerra Mundial, el cine se diversificó o irrumpió el rock and roll.
-Es difícil decirlo. Parece que tendrá que pasar un tiempo antes que las personas estén listas para asumir riesgos nuevamente. Es probable que salgamos de nuestro acuartelamiento de forma lenta, tímida y cautelosa. Uno esperaría que hubiera un nuevo espíritu de participación cívica, esperanzas progresistas y una liberación masiva de energías a nivel cultural. Pero me temo que las fuerzas de división y la búsqueda de chivos expiatorios intentarán capitalizar todo esto, explotando los temores y ansiedades de las personas, haciendo que se encierren en sí mismas y en un pensamiento paranoico.
“Económicamente es difícil que las cosas se recuperen rápido, por lo que será complejo generar financiamiento y confianza por parte del consumidor para crear una actividad artística más radical. Si todo se está reduciendo a lo esencial, una de las primeras cosas que la gente dejará de lado son los gastos en el consumo cultural. Y la cultura más desafiante es aún menor en la jerarquía de necesidades”.
-¿Le resulta singular que Internet, que hace unas décadas era mirado con tanta distancia por los músicos, en esta crisis sea la gran tabla de salvación, la única forma de contacto con el público y de generar ganancias?
-Supongo que (la compañía de música online) Bandcamp es una forma de canalizar dinero directamente a los artistas y obtienen una proporción más decente de plata. Pero las regalías del streaming son increíblemente pobres, dudo mucho que sea suficiente para que los músicos continúen sólo con eso. La mayoría de las bandas y DJs hacen la mayor parte de su dinero con presentaciones o merchandising (o el uso de sus canciones en comerciales, programas de televisión, etc.). En lugar de las giras que promueven los discos y aumentan las ventas, ahora funciona de otra manera: un lanzamiento de un álbum es una especie de anuncio de una gira. Los DJs comienzan a producir pistas porque, si tienes una pista, puedes cobrar una tarifa mayor. El colapso de la música en vivo y las discotecas ha derrumbado todo eso.
-¿Qué le parecen los shows que los músicos están transmitiendo vía streaming desde sus casas?
-No son parte de mi dieta de consumo. No tenía idea que Diplo o Chris Martin habían hecho shows así, no me interesa. ¿Pero quién soy yo para juzgar el gusto popular? Las cosas que me calman son más esotéricas y de interés minoritario.
-¿Extraña los conciertos o los festivales de música?
-Raramente voy a conciertos y festivales, a menos que haya algo que me interese en un evento o una conferencia que me hayan invitado como parte del horario diurno de paneles y conferencias. Sólo en tal caso disfruto mirando grupos o DJs. Pero no iría como algo particular, no creo que el formato de festival, con un montón de música diferente que tienes que digerir en una fiesta gigante que dura un par de días, sea la mejor forma de experimentar la música. Quizás si fuera 25 años más joven lo encontraría atractivo, pero eso ya lo hice, ya fui a cuatro conciertos seguidos todas las semanas. Ahora, si este embargo de la música en vivo continúa, me imagino que la extrañaré.
-¿Cree que los shows puedan volver en un tiempo inmediato?
-Ni idea. Me parecen un gran peligro para la salud: la proximidad de las personas, el sudor, el hecho de que los espectadores gritan y cantan, por lo que están respirando con dificultad en un entorno común, y luego respirando de nuevo. El uso de áreas comunes como baños. Es difícil imaginar un sitio vectorial peor para la propagación del contagio. Incluso si se les permite, creo que muchas personas estarán nerviosas por mucho tiempo mientras entran a esos grandes espacios de gente que se apiña.
-¿Tiene alguna opinión del actual periodismo de entretención? También hay una obsesión con el pasado: todos los días hay alguna nota del aniversario de un disco o algún hito. Incluso sin fechas redondas, tipo “los 19 años” o “los 23 años” que cumple tal álbum.
-Eso ya sucede desde hace mucho tiempo, pero parece haber empeorado. Hay artículos o reediciones de lujo programadas para el décimo aniversario de un disco. Recuerdo un relanzamiento del álbum debut de Interpol a diez años de su salida, con canciones extra y una detallada historia de cómo se hizo. Me pareció absurdo. Diez años es un intervalo demasiado corto para la conmemoración y la reevaluación. Eso refleja el efecto de Internet en nuestro sentido del tiempo: el pasado reciente se vuelve blando y nuestro sentido de la cronología se torna confuso, por lo que centrarnos en estos supuestos puntos de referencia nos ayuda a orientarnos. Facebook intenta lo mismo con publicaciones o fotos de hace sólo cinco años: probablemente descubrieron que a la gente le gusta recordar incluso cosas muy recientes, porque todo se vuelve muy borroso. La idea de una plataforma de redes sociales y un algoritmo que sea el custodio de sus recuerdos me parece inquietante.
-¿Qué está escuchando hoy en pleno encierro?
-Lo que más he escuchado es de los años 70, de la compositora argentina Beatriz Ferreyra: “Echos”, una pieza encantadora y desgarradora tejida con la voz de su sobrina, Mercedes Cornu, quien murió en un accidente automovilístico. He recurrido también al poder emocional curativo de la música negra de la década de los 70: Sly Stone, Al Green, artistas de reggae y dub como Burning Spear y Keith Hudson. Pero también volví a la música blanca que tiene un poder emocional similar: cantantes de música country como George Jones o Tammy Wynette.