Cuando regresó a South Central, esa abstracción de la vasta área que se extendía al sur de la Santa Monica Freeway, en una Los Ángeles atestada de gente, que constituía el estrato más bajo del cinturón de pobreza y que casi nadie conocía más allá de lo que mostraban los noticieros o las cámaras de vigilancia; a mediados de 1988, a los diecinueve años, O’Shea Jackson estaba ilusionado.
Ice Cube todavía no era Ice Cube, pero ya sentía el llamado del rap: siempre había sido su vocación y ahora todo parecía indicar que tal vez tendría la oportunidad de dedicarle sus días.
Arizona había sido un desperdicio de tiempo, pero gracias a su título de dibujo arquitectónico del Phoenix Institute of Technology, sus padres lo dejaron de molestar por unos meses, durante los cuales acaso podría componer algunas rimas, grabar discos, cobrar alguno que otro cheque y mudarse al poco tiempo del núcleo familiar.
Para rastrear los orígenes de N.W.A. —o Niggaz With Attitude—, la banda que Ice Cube formaría junto con otras futuras estrellas del hip-hop, y que sentaron las bases del gangsta rap desde Compton, en la Costa Oeste, hay que remontarse un par de años atrás.
En 1986, Jackson estaba en su penúltimo año del secundario en el Taft High School. Escolar de día, viajaba en bus escolar desde su casa en South Central hasta los suburbios de San Fernando Valley, para transformarse por las noches de cada fin de semana, cuando se escapaba para subir al escenario del club nocturno Eve’s After Dark a rapear.
El local era propiedad de Alonzo Williams, o Lonzo, un personaje importante para esta historia porque había construido un estudio en la parte trasera con el fin de atraer a productores y raperos notables.
Según cuenta el periodista y crítico especializado en hip-hop Jeff Chang en su impecable investigación Generación hip-hop: de la guerra de pandillas y el grafiti al gangsta rap (Caja Negra, 2017), Eric Wright, uno de ellos, se infiltraba en el público todos los fines de semana en busca de nuevos talentos.
Wright había sido uno de los testigos del ascenso de la escena de hip-hop de South Central a principios de los ochenta. Ahora, este exdealer de veintitrés años esperaba conseguir dinero rápido con el rap y ganarse la vida legalmente después de años vendiendo drogas.
Fue en el club de Lonzo que Wright reparó en Antoine “DJ Yella” Carraby y Andre “Dr. Dre” Young, dos jóvenes que solían pinchar discos en el club. Ambos eran parte del grupo The World Class Wreckin Cru, y vendían mixtapes y cassettes recopilatorios mientras aprendían a componer beats en el estudio de Lonzo.
Dr. Dre, su primo DJ Yella y Ice Cube habían sido vecinos en South Central, en un barrio cercano a la Washington High School, y Dre había hecho amistad con los integrantes de C.I.A. (Criminals In Action), la banda de Ice Cube, con quien formaría un grupo paralelo llamado Stereo Crew.
Antes de firmar producciones emblemáticas del género bajo su propio nombre o en discos de Snoop Dogg o Eminem, Dr. Dre les consiguió fechas donde él trabajaba como DJ, y les explicó cómo rapear y con qué: “Necesitaban rimas lascivas, sórdidas y pornográficas”, apunta Chang en su libro.
Junto a C.I.A., Dre tocó el bajo y grabó algunas primitivas imitaciones de los Beastie Boys, estrechando lazos.
Wright, que había empezado a hablar con Dre, Yella y Jackson por separado, le contó a este último su idea de juntarlos para formar un supergrupo de South Central.
Así fue como a comienzos de 1987, Dre y Wright se reunieron en el estudio de Lonzo con un montón de rimas escritas por Jackson para grabar a una banda neoyorkina llamada HBO.
Pueblo de barro
La investigación de una década de Jeff Chang sitúa el origen del gangsta rap y las pandillas no en Compton, sino un poco más al norte, en Watts. Al igual que con sus pares del Bronx, las pandillas de Los Ángeles eran un fenómeno que había surgido de las cenizas y ruinas de los años sesenta.
Watts era un área desolada, sin árboles, ubicada en un terreno baldío, una hondonada de arena y barro: la cuenca que recibía el agua de las inundaciones de todos los otros barrios que se fueron multiplicando alrededor del downtown.
Los afroamericanos habían estado presentes en el primer asentamiento de Los Ángeles a fines del siglo XVIII, y establecieron su primera comunidad cien años después, expandiéndose desde la intersección entre la 1st Street y Los Ángeles Street en el downtown hacia el este y el sur, a lo largo de la San Pedro Avenue y la Central Avenue, donde comenzaron a abrir negocios.
Según Chang, las comunidades negras solían unirse para penetrar en los barrios que hasta entonces eran exclusivamente blancos enviando a algún comprador de piel clara o a un agente inmobiliario blanco que simpatizara con los vecinos para pagar el depósito de la propiedad. Cuando ellos se mudaban, los blancos se iban. De esta manera, conquistaban las manzanas una por una.
“Los sociólogos habían acuñado un término para denominar este proceso de acoso inmobiliario invertido: ‘la invasión negra’”, anota el hoy académico de Stanford y excolaborador de Spin y The Village Voice.
Durante los años veinte, el Ku Klux Klan quemó cruces en la 109th Street y la Central Avenue, y grupos blancos establecieron cláusulas en los contratos inmobiliarios y normativas barriales para restringir el ingreso de negros en sus vecindarios, reservándose el derecho de desalojo. Watts, literalmente el punto más bajo de la ciudad, un lugar al que incluso sus habitantes llamaban “Mud Town”, se convirtió en el único destino posible.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, miles de inmigrantes se mudaron a Los Ángeles provenientes del sur del país. Lo hicieron para cubrir más de medio millón de nuevos puestos de trabajo en el sector naval, aéreo y del caucho. Ahora, los barrios afroamericanos, y en especial Watts, que se había convertido en el centro de la comunidad negra del estado, se veían abrumados por el aumento de la demanda de atención médica, educación, transporte y, especialmente, viviendas.
La discriminación racial aumentó artificialmente los precios de los arriendos, lo que a su vez provocó superpoblación: los arrendadores explotaban a las familias pobres de tal manera que estas con frecuencia se veían obligadas a mudarse juntas para repartirse los elevados precios.
Según el historiador Keith Collins, “las viviendas unifamiliares de repente pasaron a alojar a cuatro familias; las viviendas para cuatro familias se subdividieron en pequeños departamentos; y los garajes y áticos, hasta entonces desestimados para este tipo de uso, ahora se consideraban aptos para alojar inquilinos”.
Generación hip-hop detalla que las condiciones no mejoraron mucho cuando se declaró, en 1948, que las cláusulas de los contratos inmobiliarios que imponían restricciones raciales eran inconstitucionales, ni cuando, a mediados de década, se inauguraron enormes complejos de viviendas públicas.
Watts pronto fue la zona con mayor concentración de viviendas públicas al oeste del Misisipi. No obstante, el fin de la Segunda Guerra Mundial trajo consigo una profunda recesión, y la población negra de Los Ángeles nunca se recuperaría.
De mal en peor
Promediando el nuevo siglo, la parte negra de Los Ángeles ahora se dividía aproximadamente en la Vermont Street, que separaba el Westside, de clase trabajadora, del más marginal Eastside.
Al este de Watts, en lugares como Southgate y Huntington Park, pandillas blancas como los Spook Hunters establecieron una frontera, y cuando los blancos empezaron a abandonar la zona en los años cincuenta, se instaló una policía de agresiva política de tolerancia cero, al mando del jefe de policía William Parker, “un émulo de los rudos personajes de John Wayne que no intentaba siquiera ocultar su racismo”, según anota Jeff Chang.
Los Ángeles era ahora un nuevo tipo de ciudad, donde la mayoría de los empleos mejor remunerados se aglomeraban lejos de las áreas marginales, al norte y oeste del centro.
Con la proliferación de estas comunidades suburbanas después de la guerra, las minorías étnicas quedaron excluidas del boom de trabajo y viviendas.
De hecho, casi desde los inicios de la historia de la ciudad, los negros y otras razas minoritarias de Los Ángeles se habían visto confinados a The Bottoms, el núcleo de la urbe, caracterizado por la gran densidad de población, la ínfima oferta laboral y la escasez de transporte público.
Ese fue el contexto de los primeros disturbios raciales de Los Ángeles, los llamados “Zoot Suits Riots” de 1943, según Chang, “cuando soldados del Ejército y la Marina ejercieron una violencia brutal contra los chicanos y luego contra los negros en la zona que extendía desde Venice Beach hasta East Los Ángeles y Watts”.
Las condiciones de vida no habían hecho más que empeorar.
Disturbios
La noche del 11 de agosto de 1965, el intento de arresto de un conductor bajo los efectos del alcohol inició una semana completa de alzamientos y descontrol.
Según la investigación de Jeff Chang, unos policías blancos habían detenido a un par de jóvenes hermanos afroamericanos, Marquette y Ronald Frye, cuando volvían de una fiesta a unas pocas cuadras de su casa, manejando de modo errático. A medida que la multitud se iba formando bajo la luz crepuscular de la tarde, y su madre, Rena Frye, salía para reprenderlos, decenas de patrulleros comenzaron a llegar al lugar. De un momento a otro, la situación se salió de control.
Marquette, acaso avergonzado por la aparición de su madre, se resistió a que el oficial lo esposara. El resto de los policías comenzó a golpearlo con bastones, frente a lo cual su hermano y su madre intentaron llevárselo pero fueron arrestados también.
Otra mujer, una peluquera residente de la misma calle y que se había acercado a ver qué pasaba, fue golpeada y arrestada después de que escupiera la camisa de uno de los policías.
Al grito de ‘¡Quémenlos, muchachos, quémenlos!’, la gente explotó.
Durante las siguientes dos noches, la policía perdió el control de las calles. Los jóvenes atacaban por sorpresa a los oficiales a piedrazos. Las mujeres los emboscaban y les quitaban las armas. La gente disparaba contra sus helicópteros. Paralelamente, se inició una serie de saqueos e incendios sistemáticos.
Una de las primeras cosas en quedar reducidas a cenizas fueron los registros de deudores de las grandes tiendas. Los siguientes blancos fueron los almacenes, las mueblerías, los locales de armas y las tiendas de ofertas. Después de vaciar los negocios, los locales ardían en fuego, en una práctica atribuida a las pandillas locales —los Slausons, los Gladiators y los mayormente chicanos Watts Gang V—, las cuales habían suspendido momentáneamente sus rivalidades.
“La situación se parece mucho a una pelea contra el Viet Cong”, dijo el jefe de policía William Parker a los periodistas el viernes 13 de agosto. “No tenemos la más mínima idea de cuándo podremos retomar el control”. Luego afirmó que los responsables de los disturbios eran “monos en un zoológico”.
Ese día, al anochecer, las fuerzas de seguridad comenzaron a disparar contra saqueadores y civiles desarmados, provocando la muerte de al menos seis personas. Los diarios publicaron titulares como “Anarquía en los Estados Unidos”. Dos blancos furiosos condujeron hasta Jordan Downs y abrieron fuego contra sus vecinos negros.
La Guardia Nacional llegó al día siguiente. La cantidad de muertos había aumentado de manera dramática las últimas cuarenta y ocho horas.
Los disturbios se prolongaron por cinco días en total y dejaron un saldo de cuarenta millones de dólares en destrozos y 34 muertos.
Hasta 1992, fue el peor levantamiento urbano de la historia.
Chico de mi barrio
A comienzos de los ochenta, el ambiente nocturno se puso muy turbio, muy rápido, en Los Ángeles.
Mientras las listas de temas dejaban de lado el funk más frenético y sensual, como “Head” de Prince y “Yes yes yes” de Uncle Jam’s Army, comenzaron a pasar música con ritmos más lentos, como “Atomic dog” de George Clinton. “El freak cedió su lugar al crip walk. Las armas de moda ya no eran las pistolas calibre 22 estadounidenses, sino las metralletas Uzi israelíes. La gente manoteaba cadenas; a muchos les robaban. Una noche, una mujer sacó un revólver de la cartera y le disparó a un tipo en la mejilla”, narra Chang.
Aunque se habían criado en el territorio de los 111 Neighborhood Crips, Ice Cube y Dr. Dre no pertenecían a ninguna pandilla. Según Chang, “tal vez por el hecho de que a Ice Cube lo habían transportado siempre en bus a un colegio de otro barrio, o a su condición de DJ. Por su lado, Dre nunca creyó que valieran la pena”.
No era difícil darse cuenta que las calles estaban cambiando. “Los efectos de la política internacional de Reagan en el hemisferio sur comenzaban a manifestarse dentro de Estados Unidos: los traficantes de armas ilegales y drogas se estaban volviendo millonarios. Había armas de fuego de gran calibre circulando libremente. A partir de 1982, la cantidad de homicidios relacionados con las pandillas se había duplicado”, anota el periodista.
No obstante, la música de la Costa Oeste seguía siendo la misma.
Los costosos trajes de cuero púrpura al estilo Prince y las cajas de ritmo aún dominaban la escena. The World Class Wreckin Cru era el ejemplo perfecto de aquello.
Pero, aunque Dre pensaba que Lonzo tenía muy mal gusto, lo cierto es que le debía mucho dinero. Además de ser el dueño del estudio que el músico usaba, le prestaba efectivo para saldar fianzas cuando lo arrestaban por no pagar sus multas por estacionarse mal, e incluso lo dejaba usar su viejo automóvil.
Mientras Lonzo todavía estaba pagando el crédito del vehículo, sin embargo, alguien robó el auto y fue incautado por la policía. Al mismo tiempo, Dre terminó una vez más en la cárcel, junto cuando Lonzo estaba escaso de dinero y ya había decidido negarle cualquier otro préstamo.
Wright aprovechó la oportunidad para ofrecerle novecientos dólares que necesitaba para la fianza a cambio de que produjera los temas de su nuevo sello discográfico, Ruthless.
“Qué más da”, pensó Dre.
Artísticamente, el rap de Los Ángeles se encontraba en un callejón sin salida: o seguía cultivando su propio sonido caricaturesco y subido de tono, o bien imitaba la seriedad fúnebre de su contraparte neoyorkina.
De vuelta a la escena del comienzo, trabajar con HBO era como reconocer su propia derrota para Dre. Ice Cube también se había cansado de limitarse a seguir las tendencias que otros imponían y, después de haber rapeado sobre sexo y dominado el estilo de la Costa Oeste, estaba considerando la posibilidad de demostrarle a los neoyorkinos lo que realmente significaba la vida en Los Ángeles.
De hecho, el rap que compuso con ellos en mente estaba repleto de alusiones locales y violencia extrema.
Al oír la letra del tema, el dúo HBO se negó a participar de la grabación, alegando que se trata de “mierda sacada de la Costa Oeste”, y abandonó el estudio.
Según narra Chang, “Dre, Laylaw y Wright cruzaron miradas, sin saber qué hacer. Dre propuso que Wright tratara de grabar la canción, pero él no estaba muy convencido. Se suponía que era un representante, no un rapero. Dre insistió; después de todo, no quería desperdiciar un beat tan bueno y sabía lo valioso que era cada segundo en el estudio. Wright, todavía renuente, finalmente cedió”.
Nacía Eazy E y, junto con Dre y Laylaw, los tres se pusieron a trabajar en “Boyz N the hood”.
El disco salió a la venta en septiembre de 1987, pero para ese entonces Jackson ya se había establecido en Phoenix. “La industria del rap no parecía muy prometedora en aquella época, así que decidí seguir con mi vida e irme a estudiar”, explicó. “Comencé a asistir a un instituto técnico porque quería estar seguro de que iba a trabajar de lo que me gustaba, pasara lo que pasara”.
Un año después de su grabación, “Boyz N the hood” estaba conquistando las calles, vendiendo miles de unidades por semana.
Ice Cube estaba orgulloso de la letra. La canción describe cómo Eazy E recorre la ciudad, aburrido y con ganas de drogarse. Primero ve a su amigo, Kilo G, un ladrón de automóviles en busca de vehículos para robar, y luego descubre a JD, otro de sus amigos, adicto al crack, tratando de robarle el equipo del auto.
Después de cruzar algunas palabras, JD se aleja. Cuando Eazy lo sigue para hacer las paces, JD saca una pistola automática calibre 22. En un instante, Easy lo mata.
Como si nada hubiera pasado, el protagonista entonces visita a su novia para un interludio sexual; pero la termina golpeando a ella y luego a su iracundo suegro. Más tarde, observa cómo arrestan a Kilo G, quien, al ser encerrado sin fianza, inicia un levantamiento en la prisión.
“En ‘Boyz N the hood’, las chicas solo existían para el goce de los chicos; los padres eran unos tontos; y los adictos, un blanco perfecto. Era un mundo sórdido, exagerado e inexcusable (...) No obstante, el final de la canción era inesperado”, anuncia Jeff Chang en Movimiento hip-hop.
En la letra, Kilo G se presenta ante el tribunal, donde su novia, Suzy, se alza en armas contra el Estado; en el enfrentamiento, la chica resulta ser aparentemente invulnerable a las balas: los oficiales de la policía no pueden detenerla.
En lugar de ser abatida, se mantiene en pie y termina recibiendo una sentencia igual a la de su novio, como si fuera una suerte de historia de amor penitenciaria. Gracias a esta vuelta de tuerca, que aludía sagazmente al caso real de Jonathan Jackson, “Boyz N the hood” se convirtió en un mito generacional.
Angela Davis, Jonathan Jackson y los Negros con actitud
Es posible que O’Shea haya oído la historia de Jackson, otro adolescente afroamericano de diecisiete años muerto en un tiroteo en 1970.
Como Angela Davis recordaría en su propio juicio, el sistema carcelario le había arrebatado a Jonathan su hermano, el escritor George Jackson, cuando tenía siete años. George cumplía una condena indefinida —con una pena mínima de un año y una máxima de perpetua— por robo a mano armada.
A principios de ese año, un grupo de prisioneros blancos y negros de la cárcel de Soledad se trenzaron en una breve pelea, que llegó a su fin abruptamente cuando O. G. Miller, un guardia de raza blanca, disparó contra tres de los prisioneros negros, todos ellos conocidos por su activismo político. Dos murieron casi al instante. Los guardias dejaron al tercero tirado en el piso, agonizando, y se negaron a que recibiera atención médica.
Más tarde, luego que se anunciara que la investigación había absuelto a Miller, varios prisioneros atacaron a otro guardia y lo arrojaron desde uno de los balcones del tercer piso. George y otros dos hombres, Fleeta Drumgo y John Clutchette, considerados líderes políticos de la prisión, fueron inculpados por el asesinato. A causa de este crimen, George podía recibir automáticamente la pena de muerte.
Las cartas que le escribió a Jonathan, recopiladas en Soledad brother, mostraban lo profunda que era la relación entre ambos. Las cartas representaban en gran medida lo único que Jonathan conocía de él. Sus palabras escritas apenas dejan entrever la magnitud del sufrimiento que le causaba la ausencia de su hermano.
Davis escribió: “Dado que había sido reducida a los cubículos de visitas de la prisión y a epístolas de dos páginas tamizadas por la censura, para Jonathan toda la relación giraba en torno a un único objetivo: encontrar la manera de traer a George aquí afuera, de este lado de los muros”.
Al mismo tiempo, George notaba un cambio en su hermano. En una carta a Angela Davis de mayo de 1970, dijo al respecto: “Está en esa edad peligrosa en la que la confusión se impone y empuja a los negros a la tumba o a la cárcel”.
El 3 de agosto, transfirieron a George desde la prisión de Soledad a la de San Quentin, lo que fue interpretado como una mala señal, ya que era posible que lo ejecutaran en la cámara de gas local. Cuatro días después, Jonathan ingresó al Palacio de Justicia del Condado de Marin, donde un prisionero se defendía de las acusaciones de que había apuñalado a un guardia penitenciario. Otros dos reos también estaban en el recinto para brindar testimonio a favor de McClain.
Todo ocurre más o menos rápido: Jackson llegó hasta los tribunales con un rifle de asalto y varias armas ocultas, y tomó asiento. Cuando se puso de pie, anunció con serenidad: “Bueno, caballeros, desde ahora me encargo yo”.
El hombre puso un arma con cinta adhesiva en la cabeza del juez, tomó como rehenes a varios miembros del jurado y al fiscal del distrito, y luego se dirigió junto con los tres prisioneros a una van en los estacionamientos.
Uno de los guardias de San Quentin abrió fuego contra el vehículo, y otros guardias y gendarmes se sumaron a la balacera. Los disparos hirieron al fiscal y a uno de los miembros del jurado; el juez, dos reos y Jackson murieron.
La policía emprendió inmediatamente por todo el país la búsqueda de Angela Davis, acusada de suministrar una de las armas a Jackson.
Davis fue arrestada y acusada falsamente de asesinato, secuestro y conspiración. Durante el transcurso del juicio subsiguiente, varios guardias de seguridad mataron a George en un intento de fuga. Davis, Drumgo y Clutchette fueron absueltos más tarde de todos los cargos.
Intencional o no, lo cierto es que Ice Cube revivió el doloroso recuerdo en “Boyz N the hood”. El tema retrata las vivencias de los marginales de Compton, quienes “lo único que sabían en la vida era ser auténticos”, y se transformó en un himno para los jóvenes urbanos de la Costa Oeste, sin padres, sin hermanos, acosados por el Estado y armados hasta los dientes: una generación a la imagen y semejanza de Jonathan Jackson.
La repercusión del single estaba relacionada con su actitud desafiante, altiva, que parecía anunciar: “Desde ahora nos encargamos nosotros”.
“Al mismo tiempo que los personajes de la canción vaciaban sus cargadores disparando contra los símbolos de la autoridad —cuenta Jeff Chang—, Eazy E revelaba su costado más vulnerable. Su voz era monótona, indiferente, lo que tal vez se debiera tanto a sus nervios e inseguridad como al deseo de encarnar a un rapero curtido, controlado. Su ambivalencia se veía reflejada en los sutiles y esporádicos tintineos robóticos que Dre programó en la caja de ritmos. Como si quisiera tapar la ansiedad que Eazy E sentía en su primera grabación de estudio, Dre también añadió un potente bombo de batería para reforzar el estribillo: ‘Now the boys in the hood are always hard/ You come talking that trash we’ll pull your card/ Knowing nothing in life but to be legit/ don’t quote me boy, ‘cause I ain’t said shit’ (Ahora, los chicos del barrio siempre son duros/ si vienes a insultarnos, te vamos a despedazar/ lo único que sabemos en la vida es ser auténticos/ no me cites, te vamos a despedazar)”.
El personaje de Eazy E —muerto en 1995 a los 31 años de edad a causa del sida— había llegado para quedarse. Los b-boys mercenarios de repente pasaron a ser un grupo, tal vez incluso el “supergrupo” del que había hablado Wright, quien lo bautizó Niggaz With Attitude (N.W.A.), un nombre ridículo que creó expectativas, y que ahora tenían una imagen y debían hacerla respetar.