Boys don’t cry: llorar bailando
Hubo un tiempo en que la música pop se resquebrajó. Fue a inicios de la segunda mitad de los ochenta, en que la música más de corriente principal (mainstream) empezó a ser amenazada por el lado más oscuro de aquella década. Y The Cure jugó un papel esencial en aquel cambio de mando, sin por ello arrancarnos de la pista de baile.
Hay una historia sobre la música alternativa -que luego se llamaría indie- y su principal promotor en Inglaterra, John Peel, el legendario DJ de la Radio Uno de la BBC, que cuenta Simon Reynolds en Rip It Up and Start Again: Postpunk 1978-1984 que vale citar una y otra vez:
“El apoyo de Peel a lo marginal y rebelde fue aún más crucial porque Radio One, antes de la desregulación de las ondas radiales, disfrutaba de un casi monopolio sobre la música pop en el Reino Unido. Sin embargo, paradójicamente, fue precisamente esta naturaleza centralizada y nacional de la radio británica la que creó la posibilidad de descentralización cultural real. Peel recibió extraños registros autoeditados de todos los rincones del país y no solo era consciente para examinarlos, sino que también era un ardiente regionalista inclinado a dar a los grupos provinciales un trato preferencial. Si a Peel le gustaba tu disco, instantáneamente se te concedía una audiencia nacional. ‘Obteníamos registros enviados por muchachos provenientes de pequeños pueblos en Lincolnshire, lugares que teníamos que buscar en el mapa’, confesó Peel un par de años antes de su muerte. ‘Yo soy un gran fanático del alegre amateurismo. Otra cosa que me gustaba era que muchas de estas bandas carecían casi completamente de ambición. Su objetivo a menudo era simplemente lanzar un sencillo o hacer una sesión con nosotros’. A veces, una sesión grabada en la BBC especialmente para el show de Peel finalmente se convertiría en un single, como sucedió con el EP Peel Sessions de Scritti”.
Si bien la adolescente banda llamada The Cure no provenía de la provincia, sino que directamente de los barrios londinenses, su presentación en el programa de John Peel el 4 de diciembre de 1978, de la que queda una Peel Session, significó una catapulta que, tal como en el caso de muchas otras bandas que quemaban sus primeros cartuchos, como podían ser The Fall o Joy Division, signó versiones anteriores a las oficiales de un par de sus temas.
Ese fue el caso de “Boys don’t cry”, que solo aparecería como single seis meses más tarde, en junio de 1979. Luego el track, que en realidad no se incluiría en ningún disco canónico británico de The Cure, pasó a ser el tema principal del álbum homónimo publicado en los Estados Unidos y que era una versión aggiornada de Three Imaginary Boys.
Aunque el tema no tuvo prácticamente ninguna repercusión en los charts de la época -solo alcanzó el puesto 99 en Australia-, fue lo que vino ocho años más tarde de ese diciembre de John Peel, lo que hizo que The Cure se transformara en la punta de lanza de la llamada música alternativa.
En abril de 1986 The Cure se animó a lanzar “Boys Don’t Cry (New Voice - New Mix)”, particularmente en una edición de doce pulgadas (12’’) en el contexto de la promoción de su compilatorio Standing on a Beach (llamado Staring at the Sea en las versiones en CD en algunos países) que llegaría a cortar dos millones de copias solo en los Estados Unidos y que puede signarse como el álbum que quebró la hegemonía del pop mainstream, al punto de que los charts de ahí en adelante deberían consignar una lista especial para la música “alternativa”, como la Modern Rock Tracks del Billboard que abriría la puerta de la masividad a bandas como Siouxsie and the Banshees (primer lugar en la lista en septiembre de 1988 con “Peek-a-Boo”), R.E.M. (primer lugar en la lista en noviembre de 1988 con “Orange Crush”) o Elvis Costello (primer lugar en la lista en marzo de 1989 con “Veronica”).
Nada sabíamos, la generación de adolescentes de mediados de los ochenta, de todas estas cosas: The Cure y “Boys Don’t Cry” eran un número puesto en alguna de aquellas fiestas caseras de suflitos humedecidos en jugo Sip-Sup en la mesa, de rotaciones en círculos en torno a improvisadas pistas de baile en el centro del living buscando con quien bailar, y así, los sones de ese “one-two-three… four” seguido por golpes secos de guitarra y bajo que lanzaba desde los parlantes el aspirante a DJ de camisas y pantalones amasados, nos hacían saltar a la pista de baile con un entusiasmo espasmódico.
Porque le versión “dance mix” era la versión de The Cure que circuló ese 1986 y que alcanzaría el Top 40 en Alemania, el Reino Unido, Australia, Francia, los Países Bajos e incluso los Estados Unidos y escondía un secreto: que lo alternativo podía ser festivo.
The Cure era como una promesa de que podía haber algo más, más allá de Dionne Warwick & Lionel Richie para los oídos de una generación que se estaba agotando de one-hit-wonders y de música teledirigida desde el Magnetoscopio Musical. Máxime cuando quizá fue The Cure más que ninguna otra banda la que nos enseñó que los discos no tenían por qué ser solo un par de singles más puros temas de relleno: había bandas de las cuales todas sus canciones eran buenas.
Varias décadas más tarde nos dimos cuenta de que esta música -la alternativa- era siempre una respuesta a otra música, y que, así como “Love will tearus apart” de Joy Division, era una answer song a “Love Will keep us together” de Captain & Tennille, “Boys don’t cry” era una answer song a “I’m not in love” de 10cc, donde la secretaria de la Strawberry Studios recitaba: “Be quiet, big boys don’t cry”.
Hoy que en medio del confinamiento tantas personas vuelven sobre sus turning points vitales -como reza el modelo de memoria de Martin Conway- de la adolescencia, volver a escuchar ese “one-two-three… four” de la versión dance de “Boys don’t cry” puede ser un buen antídoto (cura) contra muchas cosas.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.