Para el año 1953, Nicanor Parra afinaba la entrega de Poemas & antipoemas, luego de una década de silencio (su primer libro, Cancionero sin nombre, data de 1937). "Estuve 17 años atascado con esa mercadería, en la sala de torturas —dijo el poeta—. Porque yo sabía que cada libro de poesía que aparecía en Chile se medía con un solo metro: Neruda. No quería ser humillado por ese número".
El 12 de julio de 1953, un domingo inusualmente caluroso para ser invierno, presentó a su hermana Violeta con Pablo Neruda, con quien mantenía una "rivalidad amistosa".
Para entonces, Violeta Parra todavía no era reconocida como la mejor folclorista del país, premio que la llevaría a presentarse en Europa meses más adelante y que le permitiría grabar a la postre sus primeros discos de estudio, acaso del centro líquido de un legado universal.
El encuentro ocurrió en una de las casas de Neruda llamada "Michoacán", ubicada en la Avenida Lynch Norte de La Reina, para los festejos de su cumpleaños número cuarenta y nueve.
Según detalla Víctor Herrero en su biografía Después de vivir un siglo (Lumen, 2017), Neruda invitó a Nicanor, quien llegó con Violeta —"que no conocía a nadie en esa fiesta"—, y Violeta llevó su guitarra.
La artista, de entonces 35 años, se sentó bajo un frondoso castaño y se puso a cantar viejas canciones campesinas que había recopilado recientemente y también sus propias composiciones. Nada del repertorio habitual del dúo con su hermana Hilda.
Los invitados —intelectuales chilenos, poetas, periodistas y dirigentes del Partido Comunista— quedaron boquiabiertos.
En un momento Violeta tocó "La Juana Rosa", tonada que había compuesto hacía poco y en la que una madre campesina le aconseja a su hija buscar marido. Según relata Herrero: "A oídos de la intelectualidad se trataba de algo exótico, nunca antes escuchado, aun cuando proviniera y se inspirara en los cantos tradicionales todavía cultivados entre los peones e inquilinos de los fundos cercanos a Santiago".
Uno de los testigos, el periodista José Miguel Varas, escribió: "Al pie de uno de los altos castaños estaba sentada una mujer de pelo oscuro, de rostro popular, sin maquillaje, 'vestida de pobre'. Aquella mujer se puso a rasguear la guitarra sin ceremonia ni aviso previo y rompió a cantar. No miraba a los oyentes, que pronto formaron un círculo en torno a ella. Tocó un vals campesino que producía tal fascinación y tan sobrecogedora tristeza que todos quedaron como en suspenso. Aquella voz cruda y tan campestre, desabrida y muy musical al mismo tiempo, no parecía una interpretación, sino la cosa misma".
"Disculpe, yo nunca había oído cantar así. ¿Cuál es su nombre?", preguntó Laura, la hermana de Pablo Neruda, luego de abrazarla y ofrecerle un vaso de vino tinto, según recoge el perfil "Violeta Parra: la violenta Parra", de la periodista Sabine Drysdale, que figura en el libro Extremas (Ediciones UDP, 2019) editado por Leila Guerriero.
Otro flechado fue Tomás Lago, gestor cultural llamado "el profeta del arte popular chileno", quien la invitó a tocar en el Museo Popular que dirigía, donde Violeta conocería a otros folcloristas.
"No la vi reírse nunca"
"Su vestido era poblacional. Siempre usó polleras más o menos largas, un blusón, un chaleco, nunca un zapato fino, nunca la vi con tacos altos, ni siquiera bien peinada. Se arreglaba de manera de que siempre parecía desgreñada, voluntariamente descuidada", describe la exmilitante comunista Aída Figueroa en el perfil de Sabrina Drysdale.
Figueroa, viuda del abogado y futuro ministro de Justicia de Salvador Allende Sergio Insunza, recuerda que "había cosas en las que ella ponía una verdadera preocupación. Lo mismo que como guitarrista, que era excelente. Neruda se dio cuenta quién era la Violeta, la presentó como una gran artista. Pero no se contaba con la Violeta para actos partidarios. Ella no era militante", señala.
¿Por qué? "Creo que la Violeta era un ser muy ensimismado, muy introvertida, estaba muy ocupada consigo misma. Era una gran creadora y vivía muy para adentro. Ella fue una luchadora social con toda su obra. Todo el mundo entró en una devoción por la Violeta. Íbamos a verla cantar a la Peña de los Parra, no para oír una voz notable sino un cantar notable. Las canciones de la Violeta eran campesinas chilenas, que en general son quejas de amor, quejas de soledad. No son canciones alegres y la Violeta no era alegre. No la vi reírse nunca", cierra Figueroa.
Un "gigante" llamado Margot Loyola
Otros comensales la invitaron a formar parte del Comité de la Paz, una organización internacional que, al alero de Moscú y en el contexto de la Guerra Fría, ponía en sobre aviso la proliferación de armas nucleares.
Fue en ese comité con sede en el centro de Santiago donde se reunían artistas e intelectuales que militaban o simpatizaban con el comunismo. Allí conoció a un grupo de folcloristas liderado por Margot Loyola, donde figuraban Silvia Urbina, Rolando Alarcón, Helia Fuentes, Alejandro Reyes y Ximena Bulnes, muchos de los futuros colaboradores y cercanos a Violeta.
Después de aquella presentación informal en casa de Neruda, el día a día de Violeta Parra no cambió mucho, detalla su biógrafo Víctor Herrero. Siguió actuando como siempre con su hermana Hilda y, de cuando en vez, presentándose sola.
Fue cuando Nicanor Parra, al tiempo de alentar el rumbo de su hermana, le lanzó una advertencia y un desafío: "Tienes que lanzarte a la calle, pero recuerda que tienes que enfrentarte a un gigante: Margot Loyola".
La folclorista sería una figura crucial para sacar a Violeta Parra del anonimato e introducirla en los circuitos de la radio, la universidad y el ambiente artístico de Santiago.
Margot Loyola, que años antes había sido animada por Neruda para componer canciones con contenido social, presentía que Violeta podía ser la gran cantante que el poeta pedía para el país.
"Lo intuí en ella desde el día que le escuché 'La jardinera'", dijo Margot Loyola en varias ocasiones. "Violeta apareció con un portentoso genio creador".
Serían los comienzos de una mujer entregada a un deseo y una pulsión, que años más tarde, en 1956, decantaría en Chants et danses du Chili, el primer disco de Violeta Parra grabado y publicado en París, concebido como una introducción al folclor chileno a través de varias formas de canción campesina, donde muestra los primeros destellos de un estilo único signado por la música alegre y letra triste, una fórmula que invertiría años más tarde para uno de sus mayores éxitos, "Gracias a la vida".