El hombre tras Jarabe de Palo cuenta que el fallecido Antonio Vega, del grupo Nacha Pop, le comentó que lo más cool en España, una vez muerto Franco a mediados de los setenta, era meterse heroína.
“Si fumabas porros o tomabas ácidos eras del montón, si esnifabas cocaína puestas eras enrollao, pero lo más de lo más, lo realmente snob, era meterse ‘caballo’”, cita el músico.
La heroína hizo estragos en esa generación, concluye Pau Donés, y recuerda una anécdota en La Enagua, un club de Barcelona muy glamoroso, “con sofás estilo Luis XV y candelabros con velas semiderretidas, como muchas de las personas que estaban en el bar”, según narra en su libro de memorias 50 palos… y sigo soñando (Planeta, 2017).
Cuando dejó de maravillarse por el decorado, el hombre de “Bonito” comenzó a deparar en la gente tirada en los sofás del lugar, con los ojos medio cerrados y desmoronados.
“Al rato, cuando fui al baño, comprendí todo: los chicos y las chicas no iban a los servicios a aliviarse o a perfumarse o a pintarse los labios, iban al baño a picarse”, es decir, a inyectarse heroína.
Parece que la heroína vuelve
Cuando muere Franco a mediados de los setenta, en el país ibérico “concluye la dictadura y llega la libertad. Y con la libertad, las drogas”, cuenta el músico Pau Donés.
España era libre, y para la juventud libertad era sinónimo de diversión. Pondera: “Como decía el otro día un buen amigo, el asunto era divertirse de lunes a domingo, las veinticuatro horas del día. El problema es que, para muchos, diversión era sinónimo de drogas”.
En 50 palos… Donés asegura que fue un afortunado por no caer en la heroína, “porque la tuve muy cerca, aunque en su momento más álgido a mi generación nos pilló todavía algo jóvenes, aunque algún adelantado sí cayó”. Dice que es un asunto que personalmente le preocupa, y mucho. “He vivido sus efectos y consecuencias muy de cerca y, joder, no veo que en las generaciones venideras haya una mejora, sino todo lo contrario”.
Cuenta Pau Donés que su primera droga fue el alcohol, particularmente la cerveza. “Para mi desgracia, empecé pronto con esa mierda, porque drogarse molaba mucho. Empecé bebiendo cerveza, pillando mis primeros colocones a cien pesetas la dosis (el precio de una lata de birra); después el tabaco; luego vinieron los porros, algún ácido que otro, y así me metí en el círculo vicioso”, anota el músico.
Luego se pregunta: “Drogas duras versus drogas blandas. Drogas legales versus drogas ilegales. Pero, ¿cuál es la diferencia?, ¿quién ha sido el tarado que se ha inventado esa clasificación?”, y dogmatiza: “La primera vez que probé los porros recuerdo llegar a casa bastante aturdido, pero con mis facultades psicomotrices en orden. La primera vez que me emborraché no recuerdo nada (mi madre me contó que me tuvo que recoger totalmente inconsciente del baño de casa con la cabeza en el retrete lleno de vómitos). ¿Os habéis tomado alguna vez una pastilla de diazepam. Pues reíos de los efectos del éxtasis. Y quien dice diazepam dice Tranxilium, Valium, Dexedrina, Centramina, Prozac, Rohypnol, Optalidón, Mogadón, Codeisán, Trankimazín, Lexatín, oxazepam, clonazepam…, por enumerar algunos. Todos de venta en farmacias. Si queréis drogaros no hace falta que vayáis al Bronx de turno, en las farmacias venden de todo y mucho más barato. Y si queréis drogas sin receta médica entonces id a un paki, a un supermercado (también encontraréis drogas a muy buenos precios: whisky, vodka, etc.) o, más fácil aún, al bar de la esquina, os pondrán una dosis de alcohol con solo presentar vuestro DNI, e incluso puede que ni os lo pidan. ¿Pero en qué mundo vivimos?”.
“Estoy preocupado porque veo a mi hija y a sus amigos, que son unos chavales y chavalas estupendos, y sé que en algunos años seguro que alguno tendrá problemas con esa basura”, escribe más adelante en su libro, publicado al calor de sus cincuenta años, y después de que le detectaron un cáncer de colon que acabaría con su vida.
Las drogas “no molan nada”, dice para sí e intenta una explicación: “pero aun así las seguimos promocionando a todo trapo: en series de televisión, en películas… Ser traficante es emocionante, además de que vives de puta madre: cochazos, yates y chicas estupendas. Todo lo que envuelve a ese mundo es glamoroso, snob, cool… Mola ser traficante. Mola consumirlas. Es divertido”.
“De vez en cuando podrían emitir alguna película sobre lo que sucede en las narcosalas, en los barrios periféricos de Medellín o en el sur de Washington D. C. Hace poco falleció el cantante Prince de una sobredosis de medicamentos, al igual que Michael Jackson años atrás. Ya lo he dicho, yo empecé joven en ese sórdido mundo, de lo cual no me siento para nada orgulloso, sino más bien arrepentido, porque quién me dice a mí que el haberle dado leña al cuerpo no haya tenido que ver con el cáncer que ahora sufro y que, por otro lado (veámosle el lado bueno), ahora me mantiene alejado de las drogas (y digo drogas porque para mí no hay diferencia entre las que venden en las farmacias, los supermercados y las que venden en el barrio del Raval de Barcelona)”, anota en un capítulo de su libro titulado convenientemente “Lucy in the sky with diamonds: las drogas”.
Allí recomienda un par de documentales sobre el tema, sin ahondar en las razones: La vida loca (2009), el registro de una pandilla salvadoreña que acabó con la muerte de su director, el fotógrafo Christian Poveda, y Matones con receta (2015), de Chris Bell, sobre las prácticas de comercialización de las grandes empresas farmacéuticas y su impacto en el nivel de escalonamiento de la adicción a las drogas con receta en Norteamérica.
Al final, Pau Donés lanza una advertencia. “Tengo una mala noticia: parece que la heroína vuelve. Hace años se llevó a un amigo al que adoraba y que lo había dejado hacía más de treinta, pero se reenganchó, y vete a saber a cuántos más se va a llevar por delante”.