Anne Carson terminó de hablar, se produjo una ovación —había leído algunos pasajes de su libro Albertine, rutina de ejercicios, un ensayo-poema en el que aborda al personaje de En busca del tiempo perdido— y entonces se formó, lentamente, una larga fila de lectores que quería que ella les firmara alguno de sus libros. Era una fila interminable, cuarenta, cincuenta, quizá sesenta personas esperando cruzar un par de palabras con la poeta canadiense y robarle una dedicatoria, algo escueto, su firma.

Habría que forzar mucho la memoria para recordar tanto fervor ante la presentación de un poeta en Santiago: alguna lectura de Zurita, alguna presentación de Nicanor Parra en Filsa, quizá alguna lectura multitudinaria en esos festivales de poesía que se hicieron en los primeros años de la década pasada: 2000, 2001, 2002.

En octubre se cumple un año desde que Anne Carson vino por primera vez a Chile —en el marco de Filba—, donde tuvo dos presentaciones en la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP.

En esa larga fila, sus lectores sostenían entre sus manos algunos de sus libros más conocidos: Autobiografía de rojo, Hombres en sus horas libres, Red doc> y alguno que otro ejemplar de La belleza del marido, su primer libro que se tradujo al castellano, en 2003, cuando Carson ya era una voz inconfundible de la poesía anglosajona pero seguía siendo un secreto para el resto del mundo.

Ahora ha vuelto a circular por librerías La belleza del marido, publicado por Lumen, con otra traducción y en otro contexto, claro: hoy, Anne Carson es la poeta anglosajona más importante de la actualidad, sus libros se han traducido a diversas lenguas, pasa una buena parte del año viajando a festivales y su proyecto sigue siendo uno de los más radicales y fascinantes de los últimos años. Eso sigue intacto. Lo que ha crecido es ese reconocimiento por parte de sus lectores, que al parecer no dejan de aumentar.

La belleza del marido.

No es fácil entender lo que ocurre con Carson y la recepción de su obra, pues son libros realmente complejos, raros, ajenos a cualquier idea de masividad en el fondo.

Quizá la libertad que reina en esos libros logra interpelar a nuestra época como muy proyectos literarios consiguen hacerlo. Pues, ¿qué escribe Anne Carson? ¿Poesía? ¿Narrativa? ¿Ensayos?

¿Importa?

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¿Qué se sabe de la biografía de Anne Carson (1950)?

Resulta hermosamente paradójico que una figura como ella se haya convertido en una autora exitosa. Esos cientos de lectores que se agolpan en sus lecturas, en sus charlas, en sus intervenciones, curiosamente no saben nada de su vida y muy poco de cómo ha construido esos más de quince libros que conforman su inclasificable y exigente bibliografía. Pero están ahí: asisten a sus lecturas, compran sus libros, esperan cada una de sus nuevas publicaciones. Son un cofradía silenciosa que, sin embargo, cada día aumenta. Mientras, Carson sigue siendo tan esquiva como siempre: cada vez que la entrevistan —ya sea en público o para algún diario o revista—, ella habla lo justo y necesario acerca de su vida. Elude con mucha elegancia las preguntas que buscan escudriñar en su intimidad, y así, de esta forma, los lectores van reuniendo pedazos, fragmentos de aquella biografía imposible.

Cuando estuvo en Filba, en la entrevista pública que le realizaron en Buenos Aires, la primera pregunta que le hicieron fue referida a esto: ¿Es intencional que en las solapas de sus libros su biografía sea siempre tan breve?

Esa biografía breve dice: "Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo".

Ella respondió: "Sí, es intencional una frase así de breve. Es un intento de evitar revelar nada interesante ni privado sobre mí persona en el borde del libro, me parece un objetivo legítimo".

Durante su viaje por Argentina y Chile dio un par de entrevistas, pero sus respuestas siempre fueron escuetas. Hace unos meses, dio una a El País donde tampoco se explayó mucho. Sin embargo, siempre desliza alguna idea genial —sobre sus libros, sobre la poesía, sobre los otros— que hace que valga la pena revisar todas sus intervenciones. Como cuando dijo: "Si la prosa es una casa, la poesía es alguien en llamas corriendo a través de ella". O cuando hace referencia al trabajo de Gordon Matta-Clark a propósito de su propia obra: "Tal vez, como Gordon Matta Clark, me gustaría cortar la casa en dos y ver qué nuevos ángulos o profundidades o superficies aparecen. O ver cómo vivir en media casa" —esa respuesta se puede leer en un texto genial que escribió Matías Serra Bradford en Revista Ñ—.

Todas sus respuestas de los últimos años han sido así de breves, por lo que habría que retroceder hasta 2004 para llegar a la que es, probablemente, la entrevista más larga que ha concedido: "El arte de la poesía Nº 88", en The Paris Review.

La realizó el escritor y periodista canadiense Will Aitken, amigo de Carson, compañeros alguna vez de un taller literario, y la conversación se realizó en casa de la poeta, justo después de la Navidad de 2002.

Es en esta conversación donde Carson profundiza, como nunca, en muchas de las motivaciones que sostienen sus libros. Carson es una lectora brillante —tanto de sus libros como de los otros— y una artista cuyo proyecto va mucho más allá de la simple escritura. O más bien: entiende la escritura como parte de un proceso más complejo de creación. Tratar de clasificar su obra bajo los parámetros convencionales de los géneros literarios es un ejercicio inútil, es una forma que impide apreciar realmente el valor de su escritura, que zigzaguea, que indaga en su biografía pero que evita el yo, que mira hacia atrás, que busca, en otras lecturas y en otros autores, aquellos ecos que le permitan descubrir su propia voz.

"Creo que un poema, cuando funciona, es una acción de la mente capturada en una página, y el lector, cuando lo involucra, tiene que entrar en esa acción. Y entonces su mente repite esa acción y viaja de nuevo a través de la acción, pero es un movimiento de ti mismo a través de un pensamiento, a través de una actividad de pensamiento, así que cuando llegas al final eres diferente a como eras al principio, y sientes esa diferencia", le dice en un momento Carson a Aitken.

Hablan, también, un poco, de su infancia en Canadá, de su padre banquero, de su vida nómade —pues a ese padre lo enviaban a trabajar a distintas sucursales que tenía el mismo banco en la región de Ontario—, de su adolescencia, cuando conoció a una profesora que le enseñó griego y le cambió la vida —años después se dedicaría a enseñar griego, también a traducir—. En la entrevista, cómo no, recorren buena parte de su obra: Eros. El dulce-amargo (1986), Charlas breves (1992), Autobiografía de Rojo (1998), La belleza del marido (2001), Hombres en sus horas libres (2001). Hablan de Glass, Irony and God (1992) y de Plainwater: Essays and Poetry (1995), que sólo se han traducido parcialmente, y se detienen también a conversar sobre Nox, ese libro feroz que escribió Carson a partir de la muerte de su hermano.

En un momento, Aitken le pregunta si escribir Nox le ayudó a entender mejor a su hermano. Y Carson le responde: "No. No creo que haya tenido ningún efecto en mi comprensión. Finalmente pienso que entender no significa de qué se trata el dolor. Se trata de hacer algo hermoso con el caos que queda en tu vida cuando alguien muere. Convertir eso en algo bueno. Y para mí, hacer eso significa convertir ese dolor en un objeto que sea emocionante y hermoso.

Es una forma precisa de describir los libros de Anne Carson: objetos emocionantes y hermosos que capturan una experiencia única, intensa. Quizá por eso es tan importante la libertad estética y poética que atraviesa a cada uno de sus libros: la búsqueda por capturar una suma de experiencias que se resisten a ser encasilladas, a encontrar una forma definitiva: una novela en versos, un poema en prosa, una ópera, un ensayo. O como dice el subtítulo de La belleza del marido: un ensayo narrativo en 29 tangos.

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Andreu Jaume escribe en el prólogo a esta nueva edición de La belleza del marido: "Como en todo poeta norteamericano nacido en la segunda mitad del siglo XX, algo hay en ella de Wallace Stevens y de William Carlos Williams. Su dicción antilírica recuerda a veces a la de Marianne Moore. Y sus extravíos verbales deben no poco al magma de John Ashbery".

Para seguir trazando ese árbol genealógico, habría que citar, por supuesto, a Emily Dickinson, y entonces pensar cómo la escritura de Carson se instala con mucha naturalidad en esa tradición que es la poesía norteamericana. En el fondo: los libros de Carson son una rareza, pero no lo son tanto si se los piensa en medio de proyectos como el de John Ashbery o el de William Carlos Williams. Tampoco les debieran parecer libros tan raros a un lector chileno que alguna vez se cruzó con La nueva novela o con Derechos de autor o con La bandera de Chile o con Aguas servidas. Lo político en Anne Carson reside en esos constantes desplazamientos que se encuentran en sus libros: desplazamientos afectivos, sexuales, intelectuales. En el caso de La belleza del marido, además, hay una voz que se inmiscuye —sin contemplación— en un matrimonio que se desmorona. Carson recoge los restos de esa historia, las ruinas de aquel amor, y construye un libro emotivo que a ratos parece "una herida que despide su propia luz", una libro que en medio de la oscuridad resplandecería.

"Quizás se trate del libro donde más cerca he estado de encontrar una voz que no soy yo pero es mía. Es curioso, tratándose de un material tan privado. Quizás se trata de profundizar tanto en el centro hasta atravesarlo. Salir por la espalda hasta una posición neutral", explica en un momento Anne Carson en la entrevista a Paris Review.

En un momento de La belleza del marido, escribe: "¿Cómo consigue alguien tener poder sobre otro? Es una cuestión algebraica/ solías decir. 'El deseo duplicado es amor y el amor duplicado es locura'./ La locura duplicada es matrimonio/ añadí".

El deseo se desborda en este libro, también la rabia, los celos, la decepción.

La belleza del marido fue el primer libro de Anne Carson que se tradujo al castellano. Durante muchos años fue un inencontrable. Circuló, de hecho, una copia escaneada por internet, que seguro que fue la leímos muchos. Ahora vuelve a librerías con una nueva traducción, aunque no se entiende muy bien por qué: la versión de Ana Becciu era realmente valiosa, delicada, certera. Más allá de eso, el libro, por supuesto, resiste una nueva lectura y sigue siendo una de las mejores entradas a la obra de Carson.

Harold Bloom, un lector entusiasta de su obra, alguna vez escribió: "¿Por qué leer entonces a Carson entre tantos y tantos poetas? ¿No será porque va sensiblemente ciega por el absurdo reino de la 'objetividad'? La subjetividad más genuina es difícil, sublime, intuitiva. El genio de Carson practica una escritura centrada en sí misma, alejada de toda moda".

Y terminaba así su intervención:

“Carson es un volcán totalmente activo y ha fascinado al crítico longiniano que he sido por estos largos años. En algún lugar de Plainwater escribe: ‘El lenguaje es lo que mitiga el dolor de vivir con los otros, el lenguaje es lo que hace que las heridas se abran de nuevo’. No es el lenguaje, no el de todos, me atrevería a murmurar, sólo el de esos pocos maestros del lenguaje”.