UNO.

Suena "Knockin on Heaven's door" y alguien se pone una máscara. Es el comienzo del final de Rolling Thunder Revue, el documental estrenado esta semana en Netflix, en donde Bob Dylan —de eterno pelo ensortijado, chaqueta oscura y corbata de bolo estilo cowboy— habla después de varios años sin hacerlo. Dice allí, con la mirada evasiva y una sonrisa inteligente y cómplice, que "la gira no significó nada". "Pasó hace tanto tiempo que yo ni había nacido. No recuerdo nada", confiesa pícaro. Entonces el registro con la firma de Martin Scorsese mostrará retazos de ese tour interminable que comenzó en 1975, con Dylan riéndose de su mito, como un Nobel de Literatura viviendo la vida de un músico entregado a la carretera, movido por un motor tan devastador como invisible, acaso el doloroso final de su relación con la madre de sus hijos.

Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story by Martin Scorsese

DOS.

Dime qué muestras y te diré quién eres. O, por lo menos, qué eres, a qué cultura perteneces, con qué modelos quieres identificarte. Los documentales sobre músicos creados en complicidad —casi tanto como las biografías autorizadas— siempre sirvieron para eso: crean identidad, producen tribu. Allí figuran, entre pedales steel guitar y música de mood hiriente, Joni Mitchell, Joan Baez, Patti Smith, Sam Shepard, Allen Ginsberg y la tumba de Jack Kerouac, pero también Mick Ronson —que arregló el The Spiders from Mars de Bowie—, Rick Danko de The Band, Arlo Guthrie, Ramblin' Jack Elliot, la banda Kiss —de donde supuestamente toma su maquillaje de kabuki imposible— y Roger McGuinn de los Byrds. Todo moviéndose como un huracán que avanza con los códigos del blues americano.

Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story by Martin Scorsese

TRES.

"La vida no trata de encontrar nada, ni de encontrarse a sí mismo. Trata de crear y de crearse a sí mismo constantemente", dice Dylan en otro segmento y es difícil no pensar en esa frase. "Crearse a sí mismo". Alguien se pone una máscara.

CUATRO.

No obstante los conciertos históricos y sus treinta y ocho discos grabados para deslumbrar, aunque compuso melodías contundentes y memorables —quién podría dudar de "Mr. Tambourine man" o "Like a rolling stone", que incluso no han perdido su brillo con el tiempo o la repetición—, en la obra de Bob Dylan mandan los textos. Podemos discutirlo después, el punto es otro. "Muchas de sus canciones siguen vivas cuando se leen sin música", corrobora el crítico español Diego A. Manrique en el prólogo de Bob Dylan letras completas (Malpaso, 2016), el libro definitivo para apreciar desde cerca la riqueza y la habilidad de sus recursos retóricos. Uno que parece decirnos que siempre podremos encontrar la esencia de Bob Dylan en sus letras. O como complementa Sam Shepard, desde el emblemático Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera (Anagrama, 2006), sus lecturas. Sabemos, gracias al vaquero errante y las imágenes de Ken Regan que acompañan la crónica, que Dylan leía a Conrad, alguien que alguna vez escribió: "Creí que era una aventura y en realidad era la vida".

Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story by Martin Scorsese

CINCO.

En esas pinceladas del viaje de Dylan publicadas como Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera, Shepard, entonces pareja de Patti Smith, escribe:

Todo sucede al mismo tiempo en un millón de direcciones distintas. Lo único que se puede hacer es dejar que este circo se desarrolle de la manera que quiera y simplemente correr con él. Es como una carrera de caballos.

SEIS.

No importan los personajes. Olvidemos los nombres y las presentaciones. En otro pasaje de Rolling Thunder Revue —la película de Netflix—, escuchamos lo siguiente:

-¿Crees que es un genio?

-¿Si Bob Dylan es un genio?

No sé, es una palabra extraña.

Quizá.

Creo que lo más brillante que hizo fue poner a un grupo de personas motivadas y ambiciosas en un tren sin supervisión, y dejar que se volvieran las versiones más extremas de sí mismos.

-¿Así describes lo que pasó?

-Sé que eso pasó conmigo.

SIETE.

El cierre del documental con Dylan haciendo "Romance in Durango" —donde se miran todas las fechas de los conciertos que hizo desde 1975 hasta hoy— recuerda que Rolling Thunder Revue no se entiende sin la trama de un disco como Desire, ese álbum donde el músico se debate entre la nostalgia por el recuerdo de su exesposa Sara y las canciones con posición como "Hurricane", donde cuenta la historia del boxeador Rubin Carter, acusado injustamente por casi dos décadas a causa de un triple homicidio. Habría que decir que la película tampoco se sostiene sin esa serie de pequeños happening en venues sacadas de otra época, y sobre todo en la fiereza de la interpretación de dientes apretados, versos y disfraces, todo en movimiento constante a través de un autobús que a veces muestra a Dylan al volante.

Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story by Martin Scorsese

OCHO.

Cuando Dylan abandona los escenarios, en los minutos antes de subirse a tocar, aparece allí, agazapada como una forma inminente, su vocación a prueba de todo: una búsqueda sempiterna de la invisibilidad, pero también de crearse a sí mismo. Entendemos su lucha por seguir en el camino y no detenerse ni repetirse, tal vez empujado por la necesidad de huir, primero de Robert Zimmerman, luego del folk, el rock o esa camisa de fuerza de ser "el portavoz de una generación"; tal vez de los años sesenta, de la chapa de "hombre ancla de la contracultura", de la religión, de una familia rota, de Duluth o del Greenwich Village que tanto frecuentó. En algún punto entendemos que la mitad de la película es una siniestra ficción y que, aunque es el otoño de 1975 y Dylan lleva ocho años sin tocar, asistimos a la primavera del hombre tras "Blowin' in the wind".