Ha muerto el viejo Ian Holm (1931-2010), actor inglés clásico, que podía recitar a Shakespeare en pijamas, un autor de primera línea que obtuvo la fama mundial incluso como personaje secundario actuando dentro y fuera de Hollywood, en algunos blockbusters multimillonarios donde tendía a ser la voz de la razón. Tenía 88 años y no murió de Covid-19.
Parte de innumerables elencos de todo tipo de películas (buenas, malas, notables) fue figura esencial del teatro y el cine y la televisión inglesa y fue coronado como Sir. Si bien su Bilbo Baggins de la saga de El señor de los anillos fue lo más pop que hizo, lo cierto es que fue en sus trabajos menos mediáticos donde brilló aun más o, quizás lo adecuado sería decir que siempre te daba confiabilidad, incluso cuando era ambiguo, infiltrado o de no fiar como en Alien, la cinta que lo catapultó a otra estratósfera para siempre. Visto desde hoy, no hubiera estado mal casteado como algunos de los miembros caídos de este actual gabinete. Holm era capaz de ser el entrenador con corazón de oro en Carros de fuego, pero no tenía problema alguno con helar su sangre y conectar con su pedante interno. Lo más fascinante de su carrera era que tenía pánico escénico.
Como el médico gélido, ese marido incapaz de empatizar o pedir perdón o mostrar algún grado de humanidad, es incapaz de entender o querer comprender a Gena Rowlands en La otra mujer de Woody Allen.
—Acepto tu conmiseración— le dice, intentando ser civilizado cuando su mujer lo enfrenta a que confiese su infidelidad con su mejor amiga. Gene Hackman, al final de la película, le comenta a la Rowlands acerca del personaje de Holm:
—Es mi amigo y lo quiero. Pero es un pedante. Es frío y está pagado de sí mismo. ¿Acaso no lo ves?
Pero Holm podía tener corazón y pasado y camino andado e ironía. Por algo David Cronenberg lo llamó dos veces. Tal como Harry Dean Stanton con París, Texas, Holm tuvo su primer protagónico ya maduro. Fue en El dulce porvenir, la adaptación del canadiense Atom Egoyan de la novela de Russell Banks. Es quizás su mejor rol: un abogado dañado que intenta convencer a los padres de niños muertos que pueden sacar algo de dinero de la tragedia hasta que capta que no todo son cifras, acuerdos, montos, pagos.
Holm tuvo buen ojo y apostó por el riesgo con directores intensos: dos veces con Cronenberg (canalizó a Paul Bowles en El almuerzo desnudo) y dos con Terry Gilliam (Brazil, el fracaso de culto y cinta icónica en los 80s chilenos). Pero hoy deseo recordarlo en una cinta que quiero ver una vez que termine de escribir esto: El día después de mañana. Un blockbuster que, en su momento, fue desechado como ecologista y que hoy se ve y se recuerda tremendamente relevante. Bajo el mando de Roland Emmerich, que nunca siente culpa por nada y sabe asustar y aterrar y usar el suspenso, Holm es un oceanógrafo escocés al borde del Mar del Norte al que no le cuentan cuentos. Ve lo que viene. Lo sabía que rato. Dennis Quaid, que lo admira, le dice:
—Profesor, es hora que escape de ahí.
—Tengo la impresión que esa hora ya vino y se fue, mi amigo.
—¿Qué podemos hacer?
—Salvar la mayor cantidad que puedas.
Ian Holm te deja mudo en una cinta ruidosa.
Y quizás hoy debemos canalizarlo o recordar la dignidad de aquellos que no tienen miedo a enfrentar la realidad y que, quizás, por algo, Holm, que nunca fue un galán pero siempre tuvo un look noble, les dio vida. Es parte de ciertas películas que hoy nos dicen más que muchas cartas al director o discursos presidenciales comprados de segunda mano en Alabama.
Brazil + El día después + Alien + El dulce porvenir.
Nos seguirá guiando cuando nadie nos guía.