Joel Schumacher fue despreciado por la crítica y nadie cuerdo osó considerarlo un autor, pero lo más probable es que se va siendo un autor adelantado o, al menos, como algo parecido a un visionario. Sus detractores decían: es un decorador de interiores. El establishment nunca le perdonó su pedigrí. Pasó de diseñador de vestuario a director de cintas que recaudaron millones y reinventaron géneros y estereotipos.
Poco a poco fue formando una carrera y una estética que, casi siempre, era, primero, impensada que pudiera ser aceptada por la masa para luego arrasar por los suburbios del mundo. Supo mezclar una sensibilidad gay con pulsaciones de la clase media. Le fue mejor cuando era pop y adolescente y perdió algo de su visión al intentar hacer cintas que pudieron hacer otros (dos eficaces adaptaciones de John Grisham). Schumacher, que hizo el vestuario para Interiores de Woody Allen, no siempre creía, apostaba o tenía buen gusto pero sabía armar un espectáculo.
Lo cierto es que tuvo el don del remix y condensar. Fue algo vampiro para robar estéticas y mundos ajenos para luego procesarlas en cintas cuya meta era seducir. Fue, por un breve tiempo, el rey del pop. Descubrió a decenas de actores y los hizo estrellas: Julia Roberts, Jason Patric, los dos Corey, Brad Renfro, Colin Farrell, Rob Lowe, Demi Moore, Kiefer Sutherland, Matthew McConaughey y así. Con St. Elmo’s fire (El primer año del resto de nuestras vidas) intentó darle look a la Generación X y creó el llamado Brat Pack. Hizo comedias que funcionan, melodramas aceitados, thrillers de verano y dramas judiciales, pero cuando patinó, lo patinó fuerte, no tuvo miedo de ingresar al camp o a lo kitsch o lo grotesco (o las tres a la vez como en Batman & Robin, el célebre desastre que capaz que merezca una revisión).
Schumacher funcionó más como un director contratado para lucrar que como un artista dubitativo o, ya hacia el final, un ser que quizás ya no entendía del todo el mundo que lo rodeaba. Sus peores desastres no son las dos Batman que limpiaron toda la oscuridad de Tim Burton para hacer dos rarezas que parecían querer superar el pop de colores primarios de la serie de televisión para niños (trajes de superhéroes con pezones). Cuando quiso ser operático, perdió la ironía (¿o sí?) y mezcló el soft porno como en El fantasma de la ópera. A partir de cierto momento, Schumacher daba risa y a veces hasta aburría (nada peor que intentar pasar por lo que no era) y cuando quiso impresionarnos (fascinarnos, seducirnos, infectarnos, taladrarnos) lo hizo a la perfección transformándose en uno de los grandes mediums de lo que estaba pasando en las calles, en los clubes y en lugares incluso más secretos.
Su obra cumbre el lunes fue trending topic, enredando el espiral de la información durante estos días. ¿Cuál es la generación perdida? ¿Los que fueron a abrir ataúdes custodiados? ¿O eran los chicos pandemials que están pálidos por no salir a la calle y pasar todo el día frente a la pantalla del computador? De pronto varias generaciones hablaron de Generación perdida. Al repensar su bello título en inglés (The lost boys), esta cinta de terror para adolescentes fue mucho más que eso. Fue un acierto al fusionar pasado, presente y futuro al poner en escena esta historia de unos chicos guapos y ambiguos y la idea de la noche, de los vampiros, de ese miedo al otro y, por sobre todo, el pavor de transformarse en un raro. Generación perdida sedujo a los raros y ambiguos y a los que les daba pavor ser uno de ellos o estar cerca de alguien distinto. Una cinta que podía funcionar de manera literal pero que crecía si se captaban todos los subtextos.
Con The lost boys, Schumacher reinventó a Jim Morrison y le dio un significado sensual a la palabra strange al partir con Morrison no anunciando el fin sino celebrando el futuro queer. Por donde se le mire funciona y es la cinta que Spielberg no se hubiera atrevido a rodar ni menos producir. Schumacher filmaba a sus actores (sobre todo los varones) como dioses y aceptaba los trabajos que los otros rechazaban. ¿Es The lost boys la gran cinta acerca del sida? Sea lo que sea, es su obra cumbre, una cinta tan fascinante como influyente, perfectamente pop, que ya ha pasado a ser un clásico y de un espesor impensado al captar que los vampiros pueden ser, en efecto, los chicos malos.
Es altamente probable que con esa cinta y capaz que sus filmes con Julia Roberts (Línea mortal; Morir de amor), Schumacher inventó el Canal WB y luego el Fox. Todas la series de jóvenes a partir de fines de los 80 contienen el ADN de Schumacher. Y es que el hombre detrás de la polémica y eficaz Un día de furia también apostaba por los clips de INXS y Hutchence-como-diablo y rarezas, como 8MM con un Joaquín Phoenix como pornógrafo. Schumacher no quería respeto, quería que los otros cinéfilos (las mujeres, los adolescentes, los no intelectuales, los gays) colgaran afiches o fotos de momentos de sus películas.
Schumacher, que nunca recibió un premio, murió de cáncer. No de Covid. Todos esperaron, partiendo por él mismo, tal como se lo expresó a la revista New York el año pasado, que lo más probable es que él debió morir durante los 80 de sida. Buena parte de sus amigos, colegas y amantes cayeron frente a ese virus que no le importó demasiado al resto porque creían que eran ajenos al tema. Schumacher, en esa misma entrevista, contó el lado oscuro de Hollywood, todos los acosos sexuales, pero también confesó lo promiscuo que fue y, de alguna manera, sigue siéndolo. Schumacher deslizó que él, después de todo, tuvo muchos chicos. “Más de 20 mil, por lo menos”, dijo mirando atrás cuando fue parte de al menos dos círculos: el de la moda y lo disco en los 70 (ver de inmediato el documental Halston), codeándose con artistas que iban desde Hockney, Tom Bianchi y Warhol, a ingresar y hasta dominar por un tiempo, nada menos que Hollywood y, de manera sutil, incluso el mundo.