Cuando publicó "Una cara amable, comprensiva", uno de sus textos primerizos, Charles "Hank" Bukowski tenía 28 años. Bukowski todavía no es Bukowski, la figura gravitante del realismo sucio, el autor de más de 40 obras entre prosa y poesía, con títulos como Mujeres, La máquina de follar y Pulp; Bukowski venía de dar vueltas por Estados Unidos, entre 1942 y 1947, según cuenta David Stephen Calonne en el prólogo de Por quién no doblan las campanas (2019, Anagrama): "Un período en el que en ocasiones tuvo que empeñar la máquina de escribir por falta de dinero", anota el experto en la beat generation y responsable de la biografía Charles Bukowski (Reaktion Books, 2012).
Por entonces, el autor de Factótum enviaba breves relatos a las revistas acompañados de ilustraciones complementarias, los que ideaba desde una habitación sacada del imaginario de sus libros: una cama con una ampolleta sin pantalla en el techo de un arriendo barato, una cortina sujeta por un cordón y botellas esparcidas por el suelo. Sobre todo botellas.
“Siempre me pareció el cultor de un malditismo impostado, una especie de reviente ‘light’ para vendérselo a los aspirantes a escritores que derivan no a la escritura sino a la diletancia alcohólica”, advierte el narrador Jaime Collyer sobre el escritor norteamericano.
"No creo mucho, hoy por hoy, en el escritor reventado o alcohólico o demencial, menos si me huele a pose. Kafka es Kafka no a causa de la tuberculosis, sino a pesar de la tuberculosis", agrega el hombre de Fulgor.
El escritor Rafael Gumucio tiene otra opinión sobre Bukowski: "Es vitalista, minimalista, divertido, salvajemente inocente, al borde siempre de la poesía", asegura.
"Para mí Bukowski es un hijo guacho de Hemingway", agrega el autor de El galán imperfecto, punto que confirma el biógrafo Neeli Cherkovski en Hank: la vida de Charles Bukowski (1993, Anagrama): "A Hank le encantó la prosa de Ernest Hemingway cuando leyó Fiesta y los relatos sobre Nick Adams. Por primera vez encontraba a un escritor que hablaba con imágenes claras de la vida y las corrientes subterráneas del carácter humano, sin sentimentalismos".
Jaime Collyer persiste en un punto: "No me convence Bukowski y nunca me conmovió mucho con su estilo presuntamente rupturista. A diferencia sustancial de Henry Miller, que es como un ser de otra galaxia, de esos que visitan la literatura cada cien años. Al lado de Miller, a mi juicio, Bukowski parece un niño de pecho".
El propio Charles Bukowski, desde el prólogo de Escritos de un viejo indecente (1978, Anagrama), donde reúne sus textos publicados por el diario under Open City, intenta perfilarse: "Solo soy un viejo con algunas historias sucias. Que escribe para un periódico que, como yo, podría morir mañana por la mañana".
Las campanas no doblan por nadie
Nacido en 1920 en Andernach (Alemania), en el seno de una tradicional y opresiva familia, regida por un severo padre que azotaba a su hijo hasta hacerlo sangrar, según confirma Cherkovski en Hank: la vida de Charles Bukowski, la adolescencia de Bukowski estuvo "marcada —además— por los estragos que le causara 'el peor caso de acné jamás visto en Los Ángeles' en su rostro de hamburguesa".
El relato "Una cara amable, comprensiva", que inaugura Las campanas no doblan por nadie, contiene una escena que observa cómo una araña está siendo desmembrada viva por hormigas mientras se suceden una serie de alusiones rebuscadas que, según Calonne, señalan "la hondura de las lecturas de Bukowski".
Allí los padres de Ralph, el protagonista de la historia —como un guiño a la vida personal de Bukowski—, han muerto. Su vida adulta, caracterizada por la bebida, las apuestas, la misoginia, la rebeldía y el rechazo generalizado, avanza irreversible hasta convertirlo en el esperpento de Henry Chinaski, el protagonista y especie de alter ego de sus libros más aplaudidos.
"Una cara amable, comprensiva" es Bukowski en busca de una voz, son las costuras de un escritor en construcción, con sus formas de acertar y de errar.
Las campanas no doblan por nadie, volumen para completistas, avanza con relatos publicados durante los años 60 y 70, que coinciden con la aparición de su primera novela, Cartero, donde describe sus 12 años como empleado en una oficina de correos de Los Ángeles. También hay cuentos ochenteros de cariz porno pulp aparecidos en Hustler y Oui, hasta decantar en "Las campanas no doblan por nadie", el acabado relato que nombra al libro, una entrega acompañada de ilustraciones, animales salvajes y el imaginario de un escritor procaz y callejero.