Cuando en Chile se conmemoraba los 31 años del triunfo del NO en el Plebiscito de 1988, en Buenos Aires, más específicamente en la Fundación Proa 21, emplazada a una cuadra de Caminito en La Boca, sucedía un hecho histórico: se inauguraba la muestra más amplia que se recuerde en Argentina del colectivo de arte las Yeguas del Apocalipsis, creado un año antes del Plebiscito por Pedro Lemebel y Francisco Casas, con la presencia de este último.
Proa 21 nació como una suerte de hermano menor de Proa, y en un inicio iba a ser un espacio dedicado al arte argentino y a las nuevas manifestaciones; sin embargo, rápidamente se empezaron a incluir rescates de los 80 y con esta muestra se hace internacional. Su director es Santiago Bengolea, pero la cabeza es la misma que la de Proa, Adriana Rosenberg.
¿Pero por qué traer a las Yeguas hasta allí?
Hay dos explicaciones: una de contexto y una de iniciativa. La primera tiene que ver con que en los últimos años se ha experimentado un interés por Yeguas, y las tesis, papers y muestras relacionados a ellas han ido en aumento. Sin ir más lejos en 2014 en el marco de la exposición Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina en el Museo de la Inmigración, dependiente de la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref), se mostró La conquista de América (1989), que es aquella conocida acción de arte realizada en la sede de la Comisión de Derechos Humanos, en donde Pedro y Pancho bailaron cueca con los pies descalzos sobre el mapa de América Latina que estaba lleno de vidrios. Por esta misma fecha el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) compró Las dos Fridas. O sea ya había un interés en el mundo del arte argentino. Aunque no sólo del arte, sino también de la música: el grupo de cumbia Sudor Marika en 2017 bautizó su álbum como Las Yeguas del Apocalipsis.
El contexto estaba preparado para recibir la muestra más grande de este colectivo de arte en el país trasandino, pero para que eso fuera aprovechado se necesitó que un poeta devenido curador, Víctor López Zumelzu, que lleva ocho años en Buenos Aires, y que trabajó en Proa, se diera cuenta de esta necesidad y propusiera la muestra. López Zumelzu cree que en los últimos dos años “ha habido una relectura de la performance, que tuvo que ver con la bienal de performance y una cantidad de eventos que han venido sucediendo, tal vez no en galerías oficiales o establecidas comercialmente, entonces dentro de esta relectura era interesante para el espectador argentino conocer una faceta no tan vista de Yeguas del Apocalipsis, que es un grupo conocido acá pero más que nada a través de la historiografía del arte, como la muestra Perder la forma humana, pero los temas de Yeguas siguen estando presentes, me refiero a la censura, la represión, las sexualidades no hegemónicas, en este punto Yeguas tiene una potencia muy vigente”. Y quizá esa vigencia está dada, argumenta, porque existe una continuidad en los trabajos de Casas y Lemebel post Yeguas, ya que sus obras a lo largo del tiempo siguieron dialogando. Y es que, según López Zumelzu, tanto la crónica y la performance de Lemebel como la obra de Casas pueden analizarse a la luz de la obra de Yeguas.
Pero esta muestra fue evolucionando hasta el último día. Quizá lo que se planteó desde un inicio no fue lo que terminó siendo, lo que hizo que la muestra se guardara en una suerte de hermetismo, esto mismo hizo que tuviera un aire de clandestinidad propia de las acciones de arte de las Yeguas del Apocalipsis durante la dictadura. Sólo tres días antes se conoció la información oficial de Proa a través de un mail. Sin embargo, la muestra estaba andando y evolucionando desde la llegada de Francisco Casas a Buenos Aires el domingo 29 de septiembre. Lo acompañaba el artista peruano Julio Urbina, con quien hizo una performance el sábado de la inauguración, performance que hasta unas horas antes estaba en duda e incluso no se hacía.
Quiero hacer una pausa para contar que conozco a Pancho Casas, que es como todos le dicen, desde 1992, lo conocí junto a Pedro Lemebel, y esto ya lo conté en Lemebel oral, el libro de entrevistas que compilé y anoté hace ya un año. Pese a eso nunca vi una acción de arte de Yeguas, lo más cerca que estuve fue la que hicieron en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, donde yo estudiaba, pero por alguna razón —porro o alcohol— me la perdí. Es más, ni siquiera había visto una exposición de ellos, por lo que mi atención estaba al máximo desde que Víctor me contó de ella en marzo pasado.
Pero hoy ya es sábado, el día D, y estoy en el restaurante de Fundación Proa almorzando con Pancho, Julio y Víctor. Digamos que era la única hora que tenía libre para una entrevista, y pese a que me avisaron a última hora, no tuve problemas en llegar, entre otras cosas porque estaba sobrio y porque vivo cerca de La Boca. Cuando llegó Pancho lo primero que hizo fue saludar a las meseras que lo han atendido desde su llegada, en eso no ha cambiado, es el mismo amable y divino encantador de serpientes, claro que como a todos nos sucede, es mejor verle la cara amable. Y esta es la ocasión. Pese a lo inminente de la inauguración se le ve tranquilo, incluso relajado. Aprovecho esto para preguntarle por la importancia de la muestra en Buenos Aires.
Pancho cuenta que hay una muestra parecida que se está exhibiendo en estos momentos en un museo de Estados Unidos, de hecho el próximo año allá habrá otra muestra en el Museo de Arte Moderno de Chicago: "Independientemente de esto, el Museo Reina Sofía está comprando todas las fotos de la cueca de La conquista de América. Entonces no sé si sea importante esta muestra, para mí es nostálgico porque yo tengo un cariño extremo, lo habíamos hablado en otra oportunidad, por los artistas argentinos y por la literatura de este país principalmente: Copi, Osvaldo Lamborghini, Néstor Perlongher, que era un amigo de las Yeguas. Entonces más que esta cosa de aparecer, mostrar o exhibir, me interesa el valor sentimental que hay en todo esto y mediatizado por nuestro amigo curador, Víctor, a quien conozco desde hacía mucho". Casas señala que por eso le gustaría ver a la artista Marta Minujín, a quien no ve hace mucho, a Fernando Noy, a quien admira como poeta y escritor: "Además piensa que estamos haciendo todo esto en la divina presencia de Pedro Lemebel, porque está acá con nosotros, y él amaba Buenos Aires por sobre todas las cosas".
Hacemos una pausa para ordenar la sugerencia del día: bife de chorizo, papas fritas y ensalada. Pancho pide además una copa de vino y una limonada que comparte con Julio. Después de comer unos bocados, agrega que además la importancia de la muestra es que le ha dado la oportunidad para promover a artistas latinoamericanos jóvenes, como Julio Urbina: "Entonces también me interesa traer un poco de Perú a Buenos Aires. En ese sentido estamos armando un circuito que involucra tres países con tres historias diferentes, formando una especie de triángulo". Tan así es que a otros periodistas les dirá unas horas más tarde que se considera un artista peruano.
En la charla lentamente Pancho va calentando motores y volviéndose todo lo provocador que tanto él como el arte de Yeguas han sido: “Las muestras de las Yeguas ya no me interesan, hace muchos años que dejaron de interesarme, de hecho eso fue lo que le dije a Víctor cuando me propuso esto; es más, después de Chicago vamos a dejar de mostrar la obra, por lo menos, durante cinco años, y eso es lo que le voy a pedir a Pedro Montes, de galería D21, además no quiero que se exhiba en Chile. Lo que sí me interesa es incorporar nuevas miradas, entonces cuando le digo al curador que no me interesa Proa ni la muestra, él me dice que es la oportunidad para mostrar los últimos trabajos tanto de Lemebel como míos, bueno y ahí me interesó. En ese sentido la tesis de Víctor es correcta: las Yeguas nunca se acabaron ni se disolvieron, seguimos funcionando de otra manera”. En esta muestra se incluye Arder, la última acción de arte de Pedro Lemebel y parte de una obra basada en un mito amazónico en coautoría con Julio Urbina.
En este punto el recuerdo a Pedro es inevitable y lo rememora en su último encuentro en Lima, en el Puente de los Suspiros: "Ahora esta muestra tampoco es un homenaje. Odio los homenajes y las invocaciones, no soy hippie, soy más bien duro y frío". Otro punto que salta en la conversación es lo aislado y frío que es Chile, de ahí que nadie se entere de cosas que hizo, por ejemplo, en México o en Perú, los dos países donde ha vivido, con una parada en nuestro país: "Chile me endureció, país que odio con todas mis ganas, la sola posibilidad de volver a Chile me horroriza. De hecho, yo creo que fue un gran error volver a vivir a Chile. Sólo me interesan los pocos amigos que tengo allá, pero mis amigos son también internacionales: Diamela Eltit, Nelly Richard".
Se sabe que Francisco Casas apoyó la candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami en 2009, con él son amigos de hace años, y Marco en la actualidad está intentando formar un frente progresista latinoamericanos post gobiernos populistas (Chávez, Kirchner, Evo, Lula, etcétera), de hecho se ha reunido con Alberto Fernández, que ganó las primarias presidenciales en Argentina en agosto pasado: “Marco está de asesor del futuro presidente de Argentina, y estuve comiendo con él en Lima la semana pasada. Ahora quiero aclarar que yo nunca he compartido muy bien los planteamientos políticos de Marco; es más, creo que hay algo sospechoso en eso que está haciendo, por más que sea amigo de toda la vida. Pese a que tenemos una amistad incestuosa y a que traté de entender el panorama que está armando, para mí es sospechoso que Evo Morales siga tanto tiempo en el poder, por más que sea un buen presidente. Su permanencia allí no permite la circulación de nuevas generaciones, lo mismo que pasó en Venezuela. No logro entender a esta izquierda aferrada al poder vendiéndonos muñequitas indigenistas, como si fuéramos un gran mercado persa; no te estoy diciendo que Evo Morales no haya sido un buen presidente, eso no importa, hace falta un relevo. Después dicen por qué vuelve la derecha, bueno porque empiezan a cansar, como pasó en Chile”.
La pregunta del premiado documental Lemebel, de Joanna Raposi, que ha sido criticado por Víctor Hugo Robles, El Che de los Gays, por ser una película donde no aparece la faceta comunista de Pedro y donde es más hay, según Robles, un marcado sesgo anticomunista, surge, y la respuesta de Pancho no se deja esperar: “Yo pienso que el reclamo de Víctor Hugo en lo íntimo es por omisión, porque él no aparece en el documental, así de simple. Y por otra parte, es un documental extraordinario, emotivo, que muestra la fragilidad del Pedro, como sí lo conocíamos, como sí lo conocía yo. Ahora cada cual puede hacer el documental que quiera de un personaje, pero además esta película estuvo supervisada por Pedro Lemebel hasta el último minuto, y él pidió que ella lo siguiera grabando hasta su muerte. Y cuando se refieren al Partido Comunista yo estoy de acuerdo con Reposi, el Partido Comunista siempre ha sido completamente homofóbico. Pedro no era comunista, él decía que no militaba en ningún partido político, y hay entrevistas grabadas donde lo dice. Eso como primera cosa, lo otro es que él tenía una amistad con Gladys Marín, no con el Partido: cuando muere Gladys Marín, a Pedro no lo quieren sentar en la tribuna, y después se mueven los compañeros y lo sientan en la última fila. Recuerdo que Pedro después llegó a mi casa muy pero muy dolido, y de ahí ya no lo invitaban a la Fiesta de los Abrazos. O sea volvieron a reponerse, a hacer los mismos de antes, y si te ponís a pensar en esto que vivió el Pedro post Gladys Marín, estamos en gravísimos problemas. Creo que el reclamo de Víctor Hugo es justo, pero a mí me parece que él en verdad está reclamando porque no aparece en el documental”.
Luego de la entrevista y de tomarnos un café, nos encaminamos hacia Proa 21, donde están trabajando en los últimos detalles de la muestra, que en verdad son tres: Yeguas del Apocalipsis, Florecitas de primavera y Argentinos en París, esta última curada por el escritor y crítico Daniel Link. Aunque en verdad Yeguas copa casi todo el lugar. En el camino, Pancho me pide si puede agarrarse de mi brazo y así caminamos una cuadra. Cuando estamos a punto de entrar se suelta y entra saltando a Proa 21. Han sido días intensos para Pancho, Julio, el curador de la muestra y los montajistas, pero todo está quedando perfecto. En este punto pienso si hubiera sido posible una muestra así en Chile y la respuesta queda suspendida en el aire. Una brisa proveniente del Riachuelo entra repentinamente al jardín de Proa 21 y hace que la respuesta que tenía en mente vuele junto a unas florecitas de primavera.