Hacía tiempo que una película estadounidense no ponía el dedo en la llaga con la intensidad que lo hace American Factory. Este documental, que ganó este año el Oscar en su categoría y que está en Netflix, es notable como aproximación a la realidad, como introducción a algunos de los más desafiantes problemas económico-sociales asociados a la globalización y como ejercicio de periodismo reflexivo. La cinta cuenta lo que ocurrió en Dayton, Ohio, cuando un poderoso inversionista chino llega a la localidad a instalar una planta industrial para producir vidrios para automóviles. Lo hace ocupando los mismos galpones donde una década antes la General Motor producía autos y daba miles de empleos bien remunerados a una comunidad que, tras el cierre de esas instalaciones, comenzó a hundirse en el desempleo y la pobreza. La llegada del inversionista chino vuelve a reanimar al pueblo. Pero no pasa mucho tiempo antes que las brechas entre la cultura empresarial china y la gringa comiencen a manifestarse, de suerte que para muchos lo que parecía ser un rescate oportuno termina siendo después una suerte de salvavidas de plomo entre quienes se sienten explotados por sus nuevos patrones.

En el agregado que ofrece Netflix de la película, hay un diálogo de Michelle y Barak Obama con la pareja de cineastas que realizó la película. El ex presidente y su mujer cubrieron los costos de producción del documental y sostienen un encuentro con los realizadores. La cita vale no por lo que dicen los Obama, que la verdad sea dicha aportan bastante poco, sino por lo que plantean Steven Bognar y Julia Reichert acerca de lo crucial que fue para ellos escuchar y a conectar con la gente. A diferencia de otros documentalistas, que antes de salir a filmar ya tienen una tesis predeterminada, y que se limitan a captar aquellas imágenes que les puedan servir a su propósito, este matrimonio hizo un real esfuerzo por entender a las personas, incluso cuando estaban en posiciones que ellos no suscribían. Julia Reichert va incluso más lejos y dice que el criterio para seleccionar los testimonios fue que nadie se sintiera utilizado, mal interpretado, usado o arrepentido de haber colaborado con la realización. Nada se filmó “a la mala” y todo surgió de ambientes de mucha confianza. Huelga decir que esto está en las antípodas del periodismo de funa, hoy tan en boga. No sería mala idea que esta película la vieran estudiantes de periodismo, para que aprendan que hay grandeza en la objetividad de la información y en una aproximación ecuánime a la complejidad de los problemas de la economía y la sociedad. Nada de esto es un asunto de puro blanco y negro. Tampoco una historia de buenos y malos. Lo que la película alcanza a mostrar del febril capitalismo chino en China tiene contornos casi alucinantes, con obreros robotizados, ambientes laborales inseguros, jornadas interminables, salarios bajísimos y sindicatos obsecuentes al patrón, al partido y al poder central. El intento del empresario chino de trasladar este mismo modelo a Ohio es de suyo un tanto delirante. Dayton es una comunidad herida, los trabajadores ya no son tan jóvenes, que venían de experiencias muy duras de cesantía. Es gente que conoce perfectamente sus derechos y que no se compra la incondicionalidad heroica al trabajo que les transmiten los supervisores y trabajadores chinos, casi todos jóvenes, todos flacos, todos sanos, todos comprometidos con una épica laboral y también patriótica.

American Factory plantea brechas y conflictos que son difíciles de resolver y para los cuales la cinta no tiene respuestas. La verdad es que nadie las tiene actualmente. Por lo mismo, cada cual es libre de ver y analizar esas grietas y desencuentros desde la perspectiva que quiera. Desde esta perspectiva el documental no puede ser más liberal. Obviamente, no se ve fácil que el capitalismo gringo pueda ganarle el pulso al chino, que objetivamente en este caso logra producir más y a menor costo. No obstante eso, estas imágenes dejan flotando en la discusión dilemas y variables que van más allá de la pura eficiencia. Una cosa son los costos y el tiempo que pueden tomar los procesos productivos, de vidrio en este caso concreto. Otra el sentido que el trabajo pueda llegar a tener. La duda de fondo es muy antigua: ¿se vive para trabajar o se trabaja para vivir?