Columna de Alberto Fuguet: El futuro perdido

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Frases recogidas o escuchadas o leídas al azar: siento como si ya fuera ayer; ¿ya es mañana?; hoy se parece sospechosamente a ayer y así, un eterno loop donde el tiempo es lo único que no queda claro. ¿En qué momento marzo se transformó en julio? Si bien es cierto que buena parte del país aún no se ha contagiado, ya casi todos los habitantes del país se han contagiado con el miedo, la depresión, la incertidumbre y la franca desesperanza. Hemos pasado de estar a dos o tres grados de separación de la muerte por el Covid a estar literalmente a uno. Ya conozco demasiados amigos y conocidos y cercanos que han tenido que enfrentar la muerte de alguien importante para ellos. De pronto, la generación de los hijos está reclamando menos por el mundo que les tocó y teniendo que enterrar a sus padres en un mundo que se quedó corto y que nunca nadie se imaginó que iba a terminar así.

¿El futuro ha terminado así? ¿Este es nuestro futuro?

¿Cómo recordaremos todo esto? ¿De verdad una generación quedará tildada de pandemials? ¿Se colará en el arte? ¿En unos años más hablaremos de este invierno de nuestro descontento como un punto de inflexión o como una anécdota que muchos querrán olvidar?

La otra noche vi Poltergeist y su final me alteró: un especulador inmobiliario mira con terror cómo su sueño arde y se hunde mientras las casas que construyeron sobre un cementerio son devoradas por los demonios que aún no están en paz. La síquica enana había errado: la casa no estaba limpia. O quizás sí lo estaba: era el terreno el que estaba contaminado, violado, mancillado. Creer que esto es pura mala suerte es como acompañar a un apostador jalado al casino y dejarlo insistir en que sabe cómo controlar el azar y que, con dos tragos más, de seguro que va a ganarle a la casa.

Algo salió tremendamente mal si esto que actualmente estamos viviendo es el futuro. El 2015 de Volver al futuro era quizás kitsch, divertido, sobregirado, y se nota que fue creado desde la esperanza. Hubo un tiempo en que daban ganas de que llegara el futuro. Nadie realmente quiso de verdad un futuro apocalíptico como los de las películas de los 70 y 80. En la muy colorida Fuga en el siglo 23, el protagonista debe huir porque en ese mundo los mayores de 30 son considerados desechables. Dicen que fue escrita como un conjuro hacia la cultura joven hippie que estaba provocando un descalabro mayor para los que deseaban mantener el statu quo. ¿Y ahora? Ahora todos estamos en peligro, no hay fuga posible, los mayores aliados del virus son los que no saben liderar. De nuevo, ¿qué sucedió? ¿En qué momento las cintas de David Lynch dejaron de dar miedo y el mundo de Cronenberg se volvió realista? ¿Por qué el filme de Kubrick que más crece es El resplandor y no 2001?

Pasamos de la impresentable Nueva Normalidad al Futuro Ya Llegó. Los punks predicaron en los 70 el No Future como gesto rupturista, pero lo cierto es que querían otro tipo de futuro, sin la Thatcher que hoy debe estar o fascinada con la debacle o quemándose en el infierno. Leo por ahí: el futuro se adelantó. El crítico pop inglés Mark Fisher se obsesionó tanto con el futuro que optó por saltárselo y suicidarse. Estudió con perspicacia los signos que emanan del pop, que es otra manera de intentar atrapar nuestros sueños e inconscientes colectivos. Fisher, que se ha vuelto el gurú de la generación Zoom, lo adelantó hace unos años: agotamos nuestro futuro, dijo.

Todas las predicciones del futuro quedaron obsoletas por ahí cuando ingresamos al nuevo milenio. Estar en tantas partes, acceder a todo, borrar las distancias, vivir en simultáneo, poder remixearlo todo, trajo una consecuencia curiosa y atroz: se agotó el futuro y ahora vivimos en un eterno presente. “Lo estamos cancelando lentamente”, escribió. “El pasado parece más creativo que lo que viene. Al llegar el nuevo milenio, el futuro se estancó”.

Y ahora se vino abajo.

Leonard Cohen, en su álbum The Future, lo dejó todo claro:

-He visto el futuro, hermano, y es la muerte.

¿Debemos empezar a pensarlo de otro modo?

“El problema de nuestros tiempos es que la palabra futurismo ya no tiene ninguna conexión con el futuro que la gente en realidad espera”, escribió Mark Fisher en su blog K-Punk, que luego se transformó en libro. “Tenemos que inventar un nuevo futuro”.

Algo posible de hacer si el futuro está donde debe estar: lejos. No en tu cocina junto a los platos sucios y a la aspiradora robotina que no habla ni contiene. Si el arte que miraba hacia adelante empezó a fallar o ser predecible, ¿qué podía pasar en los otros ámbitos? Se vino abajo. Ahora estamos aquí. Aquí estamos. El hoy nos recuerda a mañana, porque el estar encerrado hace que todo se parezca sospechosamente al ayer. Esto no puede ser el futuro. Un hoy que nunca termina y un futuro que agota, aterra, deprime y comienza a dar lo mismo. Hay futuro, debe ser la consigna. El punk quizás debe ser repensado para creer menos en el presente, dudar más del pasado y apostar por un futuro que casi no se parezca en nada a lo que estamos viviendo hoy.

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