Es casi un lugar común asegurar que, en los viajes, la mayoría de las veces quienes los realizan terminan aprendiendo algo nuevo. Un paisaje que no conocían, unas formas de vida diferentes, comidas nunca probadas. En la narrativa abundan las novelas sobre viajes iniciáticos, pero a veces, la ficción se convierte en realidad.
Fue en un periplo a Estados Unidos, en 1947, cuando a Simone de Beauvoir comenzó a rondarle la idea de escribir sobre el feminismo. Había sido invitada para una estancia de cuatro meses en el país del norte para dar una serie de conferencias. Por ese entonces, la francesa era una reconocida autora de novelas y ensayos, y de cierta forma, vivía encerrada en una suerte de burbuja que no le permitía ver la situación de las demás mujeres.
“Mi punto de vista comenzó a desmoronarse cuando estaba en Nueva York, y veía como mujeres inteligentes eran ignoradas o rechazadas cuando intentaban contribuir en algunas de las conversaciones que mantenían los hombres. Realmente, la mujer americana tiene un estatus muy bajo”, confiesa la misma Simone en el libro Simone de Beauvoir - Del sexo al género, de Cristina Sánchez Muñoz (Shackleton Books, 2016).
Como su vida en Francia había transcurrido sin mayores discriminaciones hasta ese momento, pensaba que eso era una norma. “Fue en Nueva York, fuera de sus círculos habituales, donde pudo observar a otras mujeres de características parecidas a las suyas, atrapadas sin embargo en la polarización de los roles de género”, señala Sánchez Muñoz.
En una entrevista posterior, citada en el referido libro, la misma Beauvoir declara que para esos años “yo no era una militante feminista; no tenía ninguna teoría respecto a los derechos y deberes de la mujer”.
Ahí comenzó todo.
Basta echar una mirada al contexto de su época para observar que a las mujeres no se les trataba como sujetos, pues gozaban de pocos derechos cívicos y sociales. En Francia acababan de conseguir el derecho al sufragio, recién en 1945. En Chile llegaría cuatro años más tarde y debutaría en las presidenciales de 1952, aunque ya podían votar en las municipales desde 1934.
Pero el derecho a sufragar no era todo. En el país galo no podían ser titulares de una cuenta bancaria y, si la mujer trabajaba, el marido tenía derecho a exigirle que dejara de hacerlo si consideraba que perjudicaba a la familia. El divorcio por mutuo acuerdo no existía. Menos pensar en el aborto, y la idea de una píldora o métodos anticonceptivos parecía algo de otra dimensión.
Fue, precisamente, tras adquirir conciencia tanto de su situación privilegiada como de la necesidad de luchar contra la opresión, producto de su viaje, que se dedicó al investigar y escribir sobre lo que llamó “el sistema patriarcal”. El resultado de ese trabajo de recopilación e interpretación fue El segundo sexo (1949).
La castor de La Sorbona
Si bien, Simone Lucie Ernestine Marie Bertrand de Beauvoir Brasseur era filósofa de formación, ella no se consideraba como tal. “La filosofía, para ella, consistía fundamentalmente en la construcción de grandes sistemas, de grandes edificios conceptuales. Sin embargo, Beauvoir se dedicó más bien a deconstruir, a acabar con creencias profundamente arraigadas y a desmontar argumentos que presentaban como algo natural la desigualdad entre los seres humanos”, señala Sánchez Muñoz.
El pensar contra la corriente de alguna forma estuvo presente en su vida desde el inicio.
Nació en París, el 9 de enero de 1908, en el seno de una familia acomodada de la burguesía francesa. Parecía que su vida –como la de su hermana, Hélène– estaba destinada a la de una típica mujer de clase alta en esos tiempos. Casarse y tener hijos. Sin embargo, nada sería como lo que supuestamente debía ser.
Ocurre que su familia entró en la bancarrota. Su abuelo, Gustave Brasseur, quien era banquero, perdió todo su dinero y el de sus inversores, y fue encarcelado por fraude. La familia sufrió entonces la merma económica y la sombra pesada del escándalo. Los Beauvoir tuvieron que dejar su vivienda con comodidades para ocupar un piso pequeño, sin baño ni calefacción.
Su padre, apesadumbrado, les comunicó a ambas hermanas que no podrían casarse, por no tener dote, por lo que tendrían que trabajar. Pero la noticia, lejos de intimidarla, hizo que Simone se planteara ante la vida con una actitud de tomar un camino propio, libre de cualquier convención social.
Así, desde pequeña –educada en colegios católicos– de Beauvoir comenzó a pensar qué hacer con su vida. Pronto se dio cuenta que lo suyo eran las letras. “A la típica pregunta: ¿Qué quiere hacer usted en la vida de mayor?, ella no contestaba como la mayoría de las jóvenes de su edad y entorno: ‘Ser madre de familia y tener un marido que me cuide’; por el contrario, su respuesta era: ‘Ser una autora célebre’. Codiciaba ese porvenir excluyendo a cualquier otro”, cuenta la académica Sánchez Muñoz .
Siguiendo esa línea, Simone ingresó a estudiar Filosofía en La Sorbona. Ahí se incorporó como una más al círculo que formaban otros compañeros: Maurice Merleau-Ponty, Jean Paul Sartre, Paul Nizan, Claude Lévy-Strauss y René Maheu. Junto a ellos, Beauvoir difundiría la filosofía del existencialismo como su principal credo.
En broma, Maheu apodó con el mote de “Castor” a su compañera. Básicamente por su laboriosidad y por el parecido entre el apellido Beauvoir y la palabra inglesa beaver, que justamente denomina a estos roedores semiacuáticos.
La militancia de Simone de Beauvoir en el existencialismo es un punto crucial para entender su obra, así lo explica a Culto la académica del Centro de Estudios de Género y Cultura de la Universidad de Chile, Kemy Oyarzún.
“Elegir, eso es clave para el existencialismo. Elegir lo que vas a hacer, tener un proyecto que, aunque no sea trascendente, te ubique hacia la trascendencia, hacia el sentido. Para el existencialismo, el compromiso es lo que te hace un ser vivo. Tiene que ver con un compromiso ético, existencial con los demás y ante los demás, pero sobre todo, ante ti mismo”.
Así, Simone de Beauvoir comenzó con el camino para transformarse en una escritora. Comenzó publicando sus primeras novelas: La invitada (1943) y La sangre de los otros (1945), y el ensayo Para qué la acción (1944). Lentamente, comenzó a hacerse un nombre importante entre las letras europeas post segunda guerra mundial.
Y en eso estaba cuando comenzó a escribir la obra con que se ganaría el pasaje a la inmortalidad.
“No se nace mujer: se llega a serlo”
El segundo sexo es un voluminoso ensayo (dependiendo de la edición fluctúa entre las 700 y 800 páginas), dividido en dos grandes secciones. La primera explica por qué la mujer es considerada por la sociedad como un ser devaluado, en función de su naturaleza biológica. Como si el sexo fuese determinante para un destino inexorable. Como si no existiese otra opción que ser el otro, que acepta pasiva y resignadamente su rol.
Para ello, de Beauvoir analiza la historia y los mitos que se han tejido en torno a las mujeres. En una entrevista posterior, señaló: “Escribí el libro porque me irritaban, al igual que a un gran número de mujeres, las grandes tonterías que se soltaban acerca de nosotras”.
En su libro Acompañando a Simone de Beauvoir (Galaxia Gutenberg, 2019), el filósofo argelino Sami Naïr reseña, en términos generales, lo que critica la parisina en esta primera parte de El segundo sexo. “La mujer, convertida en objeto para el hombre, interioriza subjetivamente su condición a ojos de este y la naturaliza al aceptarla; los mitos de la reproducción, de la educación para niña o niño, de la división de las tareas, son creaciones ligadas a la naturaleza del vínculo social; la sexualidad de la mujer depende de la del hombre; la maternidad no se trata de un elemento natural de la condición humana, sino de un dispositivo gestionado por la organización de la sociedad”.
En la segunda parte del libro, de Beauvoir deja los imaginarios por cuestiones concretas . Aborda la experiencia de ser mujer en las sociedades de su tiempo, a través de todas las etapas de la vida, desde la niñez a la vejez; además de las vivencias de las mujeres casadas y las situaciones particulares de lesbianas y prostitutas.
En esta parte, sus dardos apuntan sobre todo a dos instituciones tradicionales de las sociedades occidentales: el matrimonio y la maternidad, los que, a su juicio, subyugaban a las mujeres y las limitaban a un campo restringido. También disparaba contra la Iglesia Católica, como una institución que, de alguna forma, legitimaba esa opresión femenina.
Incluso, reconociendo en el trabajo una oportunidad para la liberación femenina, no lo estimaba suficiente, pues ello no anulaba el resto de las funciones que la sociedad les exigía. Simone de Beauvoir pone como ejemplo a las mujeres obreras, quienes, agotadas tras un largo día en la fábrica, debían llegar a sus hogares a atender a sus hijos y maridos.
Es por eso que aboga por una sociedad igualitaria, donde tanto hombres como mujeres se reconozcan a sí mismos como sujetos, en igualdad de condiciones. De ahí la frase que se encuentra al inicio del capítulo en que aborda la formación de la mujer durante la infancia, y que tantas camisetas y totebags ha adornado: “No se nace mujer: se llega a serlo”. Es decir, que una mujer no es tal por su conformación biológica, sino más bien por una construcción social.
“En la colectividad humana, nada es natural, y que, entre otras cosas, la mujer es un producto elaborado por la civilización: la intervención de otro en su destino es original; si esa acción estuviese dirigida de otro modo, desembocaría en un resultado completamente diferente. La mujer no es definida ni por sus hormonas ni por sus misteriosos instintos, sino por el modo en que, a través de conciencias extrañas, recupera su cuerpo y sus relaciones con el mundo”, afirma de Beauvoir en el libro.
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¿Podría considerarse El segundo sexo como el punto de partida del feminismo como lo concebimos hoy? Para Kemy Oyarzún la respuesta es afirmativa. Aunque aclara que se ubica dentro de lo que considera “la segunda etapa del feminismo”.
“La primera es la etapa de la representación, del XIX y comienzos del XX, que tiene que ver con el derecho a sufragio, el feminismo tiene que tener representación ciudadana, es decir, no hay feminismo sin sufragio. En Chile su gran exponente fue Elena Caffarena –cuenta Oyarzún–. Luego, la representación entra en crisis y empieza la etapa del reconocimiento o la identidad, es decir, que la mujer se plantea como sujeto y no como algo representado en un gran movimiento que la ha constituido como objeto”.
La académica de la Casa de Bello agrega: “Esto es lo que plantea Simone de Beauvoir desde El segundo sexo. La mujer es un sujeto que debe hacerse cargo de sí misma, armar su historia a partir de una deconstrucción de los conceptos y valores que la han normado a ella y que ha aceptado pasivamente. Este segundo ciclo, de reconocimiento, es el comienzo de los feminismos de la actualidad”.
Para María Soledad Vargas Carrillo, académica de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), integrante de la Red de Académicas de la PUCV, y también miembro de la Red UNITWIN de la UNESCO sobre Género, Medios y TICs, la respuesta a esta interrogante también es positiva. “Sí, en occidente podemos decir que marca un punto de inflexión, puesto que permite que se vea una sistematización de lo que se estaba viviendo y cómo antes hubo reivindicaciones para lograr derechos de la mujer”, señala.
“Cuando digo como lo concebimos hoy, sí, porque de alguna manera hoy día el feminismo es concebido como una teoría, no solo un feminismo, hay muchos feminismos, sobre todo en occidente”, agrega María Soledad Vargas.
La escritora y académica de la U. Alberto Hurtado, Montserrat Martorell también considera El segundo sexo como un punto de partida: “Totalmente. Es un libro que fue escrito hace más de 60 años y sin embargo continúa vigente. Simone de Beauvoir fue una de las intelectuales más importantes del siglo XX y reflexiona y mastica y contesta las preguntas que nos hacemos hoy. En su atemporalidad está también su fuerza. Repasa con un ojo agudo y una lucidez impecable los significados, las oportunidades que nos son negadas”.
“Hay rabia en este libro, pero también esperanza. Qué importante son ambas. Qué importante es registrar la historia de nuestro dolor –agrega Martorell–. Qué importante registrar nuestras grietas, nuestras heridas. No puedo no vincular El segundo sexo con Un cuarto propio de Virginia Woolf. La pregunta es siempre la misma: ¿Dónde estábamos las mujeres? ¿Qué hemos perdido? ¿Quiénes somos? Esas interrogantes son también implacables y recorren ambos libros. De Beauvoir no se acaba (y no se va a acabar nunca) porque la lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres sigue siendo una necesidad en todas las sociedades, en todos los universos, en todas las dimensiones”.
Al leer El segundo sexo, es imposible no pensar –sobre todo como hombre– si acaso los problemas que Simone de Beauvoir detecta para las mujeres aún persisten o si se ha alcanzado cierta mejoría.
“Ella dice ‘depende de dónde estás situado’, porque la situación es muy importante. Este concepto de situar la pregunta es propio de las perspectivas de conocimiento feminista. Situemos el cuerpo, la existencia, las preguntas –señala Kemy Oyarzún–. Para Chile, ¿dónde estamos situados? Estamos situados en un retroceso respecto a la secularización del Estado, de entender que la familia no es una esencia, sino que son relaciones sociales, existenciales y que están permanentemente en posición de cambio”.
Para Oyarzún el principal obstáculo que de Beauvoir toca en su libro, y que aún subsiste para la mujer en nuestro país, se da en lo valórico. “Hasta el ’81 tuvimos derecho al aborto. En dictadura se vuelve a imponer el tipo de familia ‘sagrada’, un solo tipo de familia, entonces, hay que preguntarse ¿por qué hemos retrocedido? En la UP estábamos mucho más cerca del concepto de mujer que escoge su destino y su cuerpo para sí. De hecho, la Constitución del ’80 aún dice que los derechos parten con la familia, no con el sujeto, con el individuo”.
Por su parte, María Soledad Vargas señala: “Yo pienso que sí, hemos avanzado, pero aún persisten muchos ámbitos de desigualdad. Hay problemas de variadas inequidades hacia las mujeres: laborales, de obtener los mismos reconocimientos, incluso traducido en las mismas rentas. Pero también con lo que tiene que ver con el acceso a la toma de decisiones. Hay datos que demuestran que el número de mujeres con acceso a ciertos puestos de poder, como los cargos de representación, va disminuyendo. Por eso es súper importante el tema de las cuotas de género, para remediar esas inequidades”.
Vargas también pone el ojo dentro del ámbito universitario. “En la PUCV hicimos un análisis estadístico de cómo, por ejemplo, las académicas mujeres no llegan a ocupar cargos de representación más altos, como decanas, por ejemplo. Para qué decir como rectoras. Solo ha habido una vicerrectora, en una universidad que se acerca a los 100 años de historia”.
Para la académica de la PUCV, también en los medios de comunicación se ven reflejados los problemas que detecta El segundo sexo: “Hay estudios que señalan que muy pocas mujeres llegan a acceder a los espacios de tomas de decisiones”. Además, agrega otros ámbitos de conflicto: “Para qué decir la violencia hacia las mujeres, se dice que es la ‘pandemia silenciosa’, ahora que hablamos tanto del Covid-19. Hay autoras, como Marcela Lagarde, que señalan que con el confinamiento social la violencia de género ha aumentado”.
Por su parte, Montserrat Martorell afirma que los problemas que detecta Simone de Beauvoir aún persisten. “Por eso es un tratado feminista que nos acompaña en el 2020 (y en el 2040 y en el 2060). No hay que olvidarse que este libro fue considerado inapropiado, incluso pornográfico. François Mauriac, escritor francés, Premio Nobel de Literatura, dijo que ahora ‘sabíamos todo sobre la vagina de Simone de Beauvoir’. Imagínate. La importancia radicaba en el cuestionamiento de lo que significaba ser mujer: el concepto de la feminidad, el instinto maternal, nuestra emancipación. De Beauvoir era revolucionaria. Negaba nuestro destino biológico femenino”.
“¿Qué pienso hoy? Que estamos caminando y que hoy más que nunca y de manera transversal, hombres y mujeres son más conscientes de la importancia de la deconstrucción, de que ser feminista es también ser un demócrata –afirma Martorell–. Cito: ‘Solo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburgo, una madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia’. Rescato su profundidad, su pensamiento crítico”.
La autora de La última ceniza (Oxímoron, 2016) agrega: “Su legado es literario, es filosófico, es político. Su escritura es una lucha. Leerla es recordar nuestras luchas. Cuestiona el amor romántico, la idea del eterno femenino, los mandatos y las exclusiones, reflexiona sobre la educación, el control de la natalidad y el aborto legal en épocas oscuras para las mujeres. Complejiza las estructuras de manera brillante”.
Sobre la idea “No se nace mujer: se llega a serlo”, Kemy Oyarzún va más allá, y señala que no solo es aplicable a la situación de la mujer. “Yo diría que ningún sujeto nace, sino que se hace en el tiempo, se hace al andar, se hace al comprometerse, se hace en sus proyectos de vida, en la aspiración a marcar una diferencia respecto de las opresiones múltiples. Piensa que Simone de Beauvoir también trabajó por los heridos en la guerra de Vietnam por Estados Unidos y los presos políticos del ’68”.
Sobre lo mismo, María Soledad Vargas señala que el postulado “No se nace mujer: se llega a serlo” tiene que ver con una categoría propia de la época en que escribió el libro. “Ella se refiere a que la mujer es educada en ciertos roles. Estar en el mundo privado, hacerse cargo de los hijos, de la crianza. No obstante, con el correr de los años hay otras categorías de análisis que emergen, la de género, por ejemplo, donde se hace la diferencia entre el sexo –mujer u hombre– y se dice que el género femenino es fruto de la sociabilización, de la cultura en la cual se nace. Nos alfabetizamos, nos educamos. Uno aprende a comportarse como género masculino o femenino”.
“Ahora, considerando la categoría que establece de Beauvoir en 1949 –agrega Vargas– yo coincido con ella, pero hay que establecer que en esa época se hablaba de la categoría mujer en posición al hombre, no como hoy en día, como entendemos los discursos de género o el feminismo”.
Martorell coincide con la idea de la célebre frase del libro. “Así es. Necesitamos desprendernos de los constructos culturales para saber quiénes somos. Ahí tenemos que preguntarnos (y de Beauvoir nos ayuda): ¿Qué significa ser mujer? ¿De qué manera esto nos corroe? ¿Nos resume? ¿Nos forma? Esa concepción cambia con el tiempo, con los años. El feminismo nos hace otras mujeres. A los hombres los hace otros hombres. Nos vuelve más humanos, más sensibles, más iguales, más libres. Simone de Beauvoir fue profundamente original. Su escritura, su pensamiento, su dialéctica es revolucionaria. Y lo seguirá siendo. Ella creía en un solo género: el humano. Ese es el futuro. Una sociedad basada en la fraternidad. El resto importa poco”.
“Ridiculiza al macho francés”
Cuando apareció en los escaparates de las librerías francesas, bajo la editorial Gallimard, El segundo sexo se convirtió en un fenómeno casi de inmediato. Solo en su primera semana vendió 22.000 ejemplares y se ha mantenido en constante reedición a lo largo del tiempo desde aquel lejano 1949.
“Ha pasado a ser un long seller, algo que muy pocas obras de pensamiento han conseguido (no puede decirse lo mismo de las de Sartre). El libro ha sido traducido a casi todos los idiomas del mundo, y se ha leído en países que nunca habían oído hablar del existencialismo, pero donde las mujeres encontraban un sentido a lo que de Beauvoir decía acerca de ellas, de sus vidas”, apunta Sánchez Muñoz.
Pero como no todo lo que brilla es oro, el éxito de ventas no significó que todo el mundo lo aceptase de buenas a primeras. Mal que mal, Simone de Beauvoir atacaba al corazón mismo de la sociedad. Y El segundo sexo incomodó a todos a quienes tenía que incomodar.
Los calificativos le llovieron a la autora. “Insatisfecha, frígida, priápica, ninfómana, lesbiana, abortista, fui todo, hasta madre clandestina […] Me dejaron perpleja la violencia de esas reacciones y su bajeza”, contó la misma Simone posteriormente en una entrevista.
El escritor François Mauriac señaló respecto al libro: “Hemos alcanzado los límites de lo abyecto”.
Por supuesto, la Iglesia Católica, una de las instituciones atacadas, reaccionó de forma enérgica. El Vaticano declaró prohibido el libro para los fieles católicos, so pena de excomunión y lo incluyó en el Index librorum prohibitorum, el listado de libros “perniciosos para la fe”. Este inventario se había creado en 1564 y solo se terminó en 1966.
Asimismo, la tradicional España franquista lo censuró, y los peninsulares curiosos solo podían acceder a su lectura mediante ediciones latinoamericanas clandestinas.
Pero no solo la gente del mundo tradicional rechazó el libro. Pensadores de izquierda, que comulgaban con los ideales políticos de Simone de Beauvoir, también criticaron la obra. El célebre escritor Albert Camus acusó a la autora de “haber ridiculizado al macho francés”. Y, por otro lado, los pensadores marxistas no compartían que priorizara la lucha por la autonomía de la mujer por sobre la lucha de clases.
Elegir sobre el cuerpo
Pese a todo el revuelo, las mentalidades no cambian de un día a otro, y la publicación de El segundo sexo en ningún caso iba a barrer con el patriarcado de un plumazo. Sin embargo, fue clave para los movimientos feministas surgidos en los ’60, los cuales comenzaron a tomar esta obra como un referente obligado, y lo sigue siendo hasta hoy.
“No podemos concebir los ’60 sin el existencialismo. Simone de Beauvoir era muy amiga de Merleau-Ponty, y él es la fenomenología del cuerpo por excelencia –explica Kemy Oyarzún–. Y el feminismo se plantea ante el cuerpo. Simone de Beauvoir dice que ‘el cuerpo no es lo que me define, yo debo existir mi cuerpo’, y hay una crítica feroz al racionalismo único de occidente. Y el movimiento universitario del ’68 es extremadamente político y existencialista”.
Incluso, fue en ese tiempo en que la misma Simone de Beauvoir se comprometió más en acción con el feminismo, no tan solo en lo teórico. En 1970 redactó y fue una de las firmantes del “Manifiesto de las 343”, en favor del aborto; en 1971 fundó, junto a la abogada Gisèle Halimi, el movimiento al cual le dieron el muy existencialista nombre de Choisir (‘Elegir’).
El objetivo de Choisir era defender los derechos de las mujeres, enfocándose sobre todo en la despenalización del aborto, la difusión de métodos anticonceptivos y la educación sexual, además de otorgar asesoría legal gratuita a las mujeres que habían abortado y eran perseguidas penalmente por ello.
"Ella (Simone de Beauvoir) lucha por el aborto con la idea de poder elegir sobre tu cuerpo. Si eres sujeto, tienes que elegir sobre tu cuerpo. No puede nadie, ni la Iglesia, ni el Estado, ni la escuela, ni la familia elegir por ti. Esta idea de elegir es fundamental", señala Kemy Oyarzún.
Además, en 1974 creó, junto a otras mujeres, la Liga de los Derechos de la Mujer, con la finalidad de que todo lo que preconizó en El segundo sexo se llevase a la práctica.
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¿Cómo entender el impacto de El segundo sexo? Actualmente, julio de 2020, es uno de los libros más vendidos del año, dentro del catálogo de la editorial Penguin Random House, casa que edita en la actualidad la obra cumbre de Simone de Beauvoir, según confirman a Culto desde el mencionado sello.
La directora editorial de Penguin Random House en Chile, Melanie Jösch, explica el porqué de esta situación. “Esta nueva ola de feminismo ha impulsado las ventas de El segundo sexo –que está entre los más vendidos consistentemente–, así como de otros textos fundamentales del feminismo. Hemos visto un interés creciente por la obra literaria e intelectual escrita por mujeres en Chile y el mundo, y a su vez una mayor cantidad de mujeres que quieren expresar sus ideas y sentimientos a través de la escritura, con una enorme calidad. Los diques se han roto y espero y confío que para siempre”.
Kemy Oyarzún agrega algo que considera importante: a partir de El segundo sexo, con el nacimiento de la mujer como sujeto, también hay una dimensión social importante, que se encuentra en el feminismo actual. “Somos sujetos entre otros y otras, eso es lo que nos hace singulares y no individualistas. Entonces, al ser sujetos entre otros, lo importante es dar una lucha concreta que tiene que ver con el pensamiento, la moral, la historia, y con los otros oprimidos. A eso hoy se le llama feminismo interseccional, porque es con dimensión de clase, dimensión de raza –aunque Simone de Beauvoir no habló tanto de eso–. En el caso nuestro tiene que ver con relación a los pueblos originarios”.
El segundo sexo se asocia –con razón– al feminismo y a la situación de las mujeres, pero, ¿debieran los hombres enfrentarse a este libro? Para las especialistas no hay puntos medios sobre esta interrogante.
"Absolutamente. No solo debido a que los hombres tienen relaciones de amor y construcción de familias con mujeres –o con otros hombres, o mujeres con mujeres–. Yo creo que los varones tendrían una gran libertad al pensar también que su sexo no los determina, porque lo más importante en el existencialismo es una negativa rotunda al determinismo: nadie está determinado a nada", señala Kemy Oyarzún.
“Qué diferente sería si en vez de tratarnos como amo/esclavo, como lo plantea Simone de Beauvoir, nos tratáramos como personas –agrega Oyarzún–. Aspiramos a la libertad, a la responsabilidad y a una vida políticamente consecuente. Igualdades en las diferencias, como dice ella. Qué maravilla sería, ¿no?”.
María Soledad Vargas afirma: “Sí. Simone de Beauvoir fue una filósofa, y así como se leen muchos filósofos hombres para una formación del pensamiento occidental, por ejemplo, o reflexiones sobre el conocimiento, pienso que los hombres también debieran leer este libro, que es como un hito, es un antes y un después”.
“Siempre. Y no solamente a Simone de Beauvoir –indica Montserrat Martorell–, sino también a Marta Brunet, a María Luisa Bombal, a Alejandra Pizarnik, a Sylvia Plath, a Gabriela Mistral, a Alfonsina Storni, a Emily Dickinson. El canon literario ha sido masculino. Las dimensiones de nuestro mundo han sido escritas por hombres. Desde marzo hago un taller de literatura donde solo leemos a mujeres y me llama la atención que, en todo este tiempo, de las decenas y decenas estudiantes que he tenido, solo ha ingresado un hombre. ¿Qué sucede ahí? Me da miedo la respuesta”.
En el taller de literatura de mujeres que realiza, Martorell cuenta que Simone de Beauvoir es una de las autoras que más interés genera en sus estudiantes. “A mis alumnas les genera fascinación total su obra. Es una escritura de la tensión, de la memoria, del dolor, de la herida. Creo que es muy importante, para conocerla, meterse en El segundo sexo, La mujer rota o Memorias de una joven formal. Qué decir de Los mandarines o La ceremonia de los adioses. Ahí está todo. Ahí está siempre. Y nosotros dialogamos con ella, con una mujer que nace a principios del siglo XX y que sin embargo podría ser nuestra contemporánea”.
A modo de despedida, Kemy Oyarzún cuenta que tuvo la oportunidad de conocer a Simone de Beauvoir, en 1969, durante una estancia de tres meses en París.
"Era apasionada, como elocuente, pero desde el cuerpo. Para mí, ella, en vez de expresar conocimiento intencionaba imaginación. Era un imaginario que se desplegaba ante tus oídos, porque las imágenes eran muy importantes, y además con un enorme sentido de la ironía", relata Oyarzún.
- El segundo sexo, de hecho, presenta mucha ironía...
- ¡Claro!, ¡desde el prólogo! Ella desplegaba una ronda de preguntas que te dejaba absolutamente abismada. Ella trabaja la mitad del libro con preguntas. Si tu eligieras todas las preguntas, verías que nadie escribe un libro con más preguntas que ella. Son preguntas tremendas que quedan titilando hasta hoy.