Los libros de ensayos o columnas tienen una función literaria fundamental y distinta respecto de las novelas e incluso de muchas obras de no-ficción cuando abordan un mismo tema en gran extensión; en menos tiempo nos remecen con variados asuntos en los cuales no habíamos pensado o si lo hicimos habrá sido con la condición limitada a nuestra biografía. Leemos estos textos circunscritos poniendo toda la concentración que exige la condensación. Nos permiten ir erigiéndonos como seres pensantes, razonables y sobre todo educados (en el sentido de escuchar al otro venga con el tema que venga, de dar espacio, de replegarse). Leer un ensayo nos saca del narcisismo involuntario de darnos vueltas en nuestras propias ideas. Pone entre paréntesis el papel dominador con que establecemos nuestros límites y nos da la posibilidad de cambiar nuestro modo de pensar. Hay lectores más blandos y otros que logran blindarse. De ser moldeables en extremos puede que tengamos algo del síndrome Zelig donde por la propia limitación asumimos mejor el rol del otro y no el propio, como en la película Zelig de Woody Allen: el protagonista se camufla en lo que su interlocutor necesita, si es psiquiatra, él será el paciente neurótico. O como Bartleby, la obra de Melville donde un oficinista que prefiere no pensar ni actuar, sino simplemente ser un transcriptor de otros; a los que leemos así, todo nos viene como anillo al dedo.
Así con La invención ocasional (Lumen, 2019) que además nos da la posibilidad de conocer a la verdadera Elena Ferrante. Suponemos que la autora de la tetralogía Dos amigas compuesta por La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida es de origen napolitano, pero no sabemos mucho más pues Elena Ferrante es un pseudónimo. Se ha especulado que se trataría de la traductora Anita Raja, por una investigación de sus facturas, con valores mucho más elevados que los que recibiría una traductora, y porque está casada con el escritor napolitano Doménico Starnone apodado Nino, como uno de los personajes de la saga, Nino Sarratore. Entre las razones del misterio del nombre, una es la que ha expuesto la propia Ferrante en una entrevista al Ill Corriere della Sera en la que dice que se puede descubrir perfectamente bien la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone y que basta con ello. Si fuese así, respecto de Dos amigas podríamos deducir que la personalidad de Ferrante es la de alguna de sus protagonistas, ambas excesivamente ególatras, pagadas de sí mismas, petulantes intelectualmente y madres mediocres. Pero a la luz de las columnas de La invención ocasional, el ser humano que hay detrás de esta saga es muy distinto. Ferrante es más humilde y bastante más compleja que sus heroínas. Por eso, la razón de su anonimato pudo ser más bien porque no quiso exponer a sus seres queridos, que seguramente reflejó, como vemos con Nino, o por su timidez, que según La invención ocasional padecía desde su infancia: una niña callada que optaba por salir de sí solo en su diario de vida, rasgo de carácter que le impediría disfrutar del reconocimiento por medio de figuración pública que la exitosa Ferrante sin duda habría tenido (lanzamientos, aplausos, premios, entrevistas). Como Salinger, quien escribió con su verdadero nombre, pero luego no quiso volver a exponerse y su existencia fue un misterio que generó aún más expectación. O Thomas Pynchon, autor de El arcoíris de la gravedad, de quien solo se conoce el nombre, sin ninguna imagen.
El periódico inglés The Guardian dio en el clavo cuando en 2017 le propuso a la autora escribir una columna para cada sábado. Aprovechando toda la expectativa de la incógnita iba a poder dar a conocer su pensamiento directo. Pero Ferrante, quien se sintió “halagada y espantada a la vez”, no se los dio en bandeja. No saldrían de ella sus verdaderos impulsos: les puso como condición que fuesen ellos quienes eligieran los temas, el espacio tendría una duración máxima de un año, y una extensión brevísima de página y tres cuartos, que la llevaba a conclusiones bruscas, como comenta en el primer texto.
Con honestidad, ironía y un pensamiento a ratos bien radical, fue desarrollando entre 2018 y 2019 su intimidad sobre la amistad, el primer amor, el feminismo, la relación con las plantas, el secreto de una pareja duradera, su afición a la mentira, todo ilustrado con dibujos de Andrea Ucini.
En el texto “Querido diario” cuenta que toda su infancia llevó diarios de vida. En ellos daba rienda suelta a sus pensamientos más vergonzantes; narraba en detalle lo que ocurría todos los días, “acontecimientos muy secretos, pensamientos audaces, por ello el diario me preocupaba mucho, tenía miedo de que mis familiares, sobre todo mi madre, encontraran el cuaderno y lo leyeran. De modo que no hacía más que encontrar escondites seguros”, (qué más seguro que esconder el verdadero nombre como hizo después). Fue a los veinte años que cambió la táctica y se puso a escribir historias inventadas basándose en los días que se olvidaba de escribir y luego rellenaba con invenciones.
Hay madres que esperan serlo desde la infancia, mujeres que tienen desarrollado el sentido materno que no es lo mismo que el instinto materno, que finalmente todas desarrollamos, haciéndonos cargo de los hijos. En “Grávida” confiesa que la maternidad fue una imposición que llegó por la fuerza y de golpe con el embarazo: “ante todo el embarazo fue para mí un ansioso esfuerzo mental. Lo sentí como una rotura de un equilibrio de por sí precario, como un desvelarse de la naturaleza animal tras la máscara frágil de lo humano. Pasé nueve meses atrapada en un vaivén entre la alegría y el horror”. Aquí nos enteramos de que fue madre soltera, que no tuvo más tiempo para escribir mientras criaba “sin duda, le he quitado mucho tiempo a la pasión de la escritura. De jovencita me había imaginado sin hijos, dedicada por completo a mis afanes. Admiraba a las mujeres que elegían no tenerlos, y debo decir que sigo admirándolas, entiendo ciertos rechazos femeninos de la maternidad. Sin embargo ya no tolero la incomprensión hacia las mujeres que hacen esfuerzos desesperados por quedarse embarazadas. Yo misma, en un tiempo lejano, tuve posturas irónicas, pensaba: Si tanto quieren tener hijos, el mundo está lleno de niños necesitados de cuidado y afecto. Pero no es tan sencillo. Hoy pienso que este deseo es fundamental y que debemos aferrarnos con fuerza a nuestra prerrogativa de concebir, de parir. Los hombres siempre han sentido celos de esta experiencia solo nuestra y, a menudo, en los mitos, en algunos ritos, han soñado con cierta forma de gestación masculina”. Entonces nos acordamos de su personaje Lenú de Dos amigas, que no renuncia a escribir, ni a recibir premios, ni a viajar, ni al amor; renuncia a criar. Entonces nos cae la teja de que Ferrante creó la heroína feminista y liberada que le habría gustado ser.
Respecto de este tema el texto “Odiosas” es su declaración de principios. “Me niego a hablar mal de otra mujer, aunque me haya ofendido de un modo insoportable”, porque no hay ninguna que no haga un esfuerzo exasperante por llegar al final del día: “En la pobreza y en la riqueza, ignorantes o cultas, guapas o feas, famosas o desconocidas, casadas o solteras, trabajadoras o desocupadas, con o sin hijos, rebeldes o sumisas, todas estamos marcadas a fondo por una forma de estar en el mundo que, incluso cuando la reivindicamos como nuestra, está envenenada desde sus raíces por milenios de dominio masculino. Las mujeres viven sumidas en contradicciones permanentes y esfuerzos insostenibles”. Esto porque todo se ha adaptado para el disfrute del hombre: la ropa interior, las prácticas sexuales, incluso la maternidad; se interpreta un papel que hace felices a los hombres. Por otro lado, alega, hay que lograr hacer todo más y mejor que los hombres, para encontrar un lugar, pero “procurando no ofenderlos” y para eso no se puede ser demasiado nada. (Aquí nos viene a la mente la Teoría King Kong de Virginie Despentes, entre otras): ni “demasiado guapa, demasiado inteligente demasiado combativa, demasiado irónica…” porque produce violentas reacciones en los hombres. En cambio, el demasiado de los hombres genera admiración y puestos de mando. “Como consecuencia, el poder femenino no solo resulta sofocado, sino que por mor de la tranquilidad se autosofoca”.
En “Quererse para siempre” Ferrante elabora un falso manual de lo que debe ser una pareja duradera, partiendo de la base de que ya casi no las hay. Y teniendo en cuenta que las relaciones suelen apagarse de golpe últimamente, en el caso de encontrarse con alguien mejor no preguntar por el marido o la mujer porque lo más probable es que ya no esté. Para imaginarse a una pareja duradera, Ferrante bromea con lo que se necesitaría, basándose en la fórmula de una amiga “felizmente” casada. Son condiciones imposibles: “Primero hay que gustarse siempre, en la cama y donde sea, aunque el cuerpo cambie sin cesar, aunque lo que nos había atraído se haya gastado. Segundo, hay que apreciar no solo las cualidades (demasiado fácil), de nuestro compañero, sino también sus defectos, sobre todo aquellos que al principio se nos ocultaron bien, después salieron a la luz y resultaron insoportables…”, mostrar que lo tienes en gran estima, hacerse el tonto con las infidelidades del otro y las propias, creer que un mal padre es mejor que ninguno, que acompañada la vejez es mejor que solos. Pero donde queda en evidencia su feroz ironía es en la definición final “querer es un ejercicio de malabarismo, un sacrificio permanente, un tragar sapos con elegancia”. Ferrante suele jugar entre Lo fingido y lo verdadero, como se titula otra de sus columnas donde escribe: “¿reproduciré su confusión? ¿atenuaré el desorden expresivo, lo exageraré para que resulte bien visible? ¿Dudaré de su relato?”. De eso se trata la invención ocasional: “yo era una niña mentirosa, por eso soy escritora”. Claro que Ferrante no le cree a su amiga que dice tener esta relación perfecta, aunque nos asegure que sí y le sonría a ella con complicidad tras escuchar su improbable receta.