Propongo pensar en el paraíso. Sé que suena demencial, pero la realidad se abrió a una dimensión bíblica. Las pestes, los milagros y los profetas determinan lo que vivimos. Con los meses las certezas se convirtieron en hipótesis, la inquietud dio paso a la angustia. Imaginar un lugar opuesto, donde la plenitud y el gozo reinen, es un ejercicio difícil que permitiría darle nitidez a los deseos confundidos. Reconocer lo que anhelamos e imaginar el paisaje que nos gustaría es una posibilidad de suprimir la ira y el tedio.
Los creyentes confían en que los esperan en el cielo, o en el infierno. Tienen nociones de cómo podrían ser estos parajes. Los escépticos, en cambio, se ríen de la metafísica. Ni siquiera proyectan un eventual mundo mejor, donde impere la justicia y no haya pobreza ni abusos. Creen que lo sensato es conformarse, no hacer preguntas sin respuestas y menos dedicarse a especular sobre lo imposible. Pero la ley no es capaz de detener la vehemencia de los desesperados y de los fanáticos. El control de las pasiones no pasa por la lógica. La ilusión surge misteriosamente y arrasa, convence, incendia.
Baudelaire se remitió a los paraísos artificiales que no exceden el ámbito personal. Decía que evadirse era una urgencia moderna ante el “horror al domicilio”. Sentía la necesidad de resistir la melancolía. Estaba decido a buscar la serenidad extraviada en el hachís y el opio. Es el trayecto arcaico, curiosamente. Robert Graves en su ensayo El paraíso universal habla de la influencia de los hongos alucinógenos en la creación del imaginario religioso desde la antigüedad.
En el Islam el paraíso se llama Yanna. Es un jardín donde se satisface cada deseo. Todos sus habitantes son de la misma edad, 33 años, y de una estatura similar. Es un espacio que involucra lujo, perfumes, aventuras exquisitas. Arthur Schopenhauer toma de la religión budista el concepto del “nirvana”. Es un estado de calma absoluta, de liberación espiritual, místico. Tiene que ver con el orgasmo, el ocultismo y la disciplina del yoga. La idea es anular el susurro de la mente y concentrase en el cuerpo. El vacío, el corte de tiempo lineal, trasfiere sosiego, equilibrio.
Hoy son las drogas sintéticas las que generan un estado de plenitud. Se consumen con el fin de viajar sin moverse y llegar a sensaciones desconocidas. Al igual que el MDMA, amplían la capacidad para percibir, destapan los sentidos. Conectan el inconsciente con lo cotidiano produciendo situaciones nuevas que atraen. Cambiar la perspectiva de lo real, salir del sentido común, ayuda a comprender la naturaleza como un caos apacible en el que estamos relacionados por afinidades ocultas. Aldous Huxley describió estas iluminaciones minuciosamente. Antes eran exclusivas, ya no.
Cuánta gente encerrada está dispuesta a salir del confinamiento y el hambre a través de la mente. La entretención ya no basta. Sin intimidad, vigilados. Unos pocos meditan en un pasillo, temprano, antes que despierte el resto de la casa. La mayoría: toma, fuma y reza. El destino que se propone es triste y arduo de soportar. Si la vacuna llega será un prodigio. Confían en su aparición millones de piadosos. Intuyo que no será suficiente. La pérdida aún no logramos aquilatarla. La evasión será un arte superior si hay que resistir la incomodidad existencial. Giorgio Agamben plantea que negarse a lo que nos proponen es la manera de eludir el control. Ese supuesto con la pandemia es inviable. ¿Qué significa? ¿Contagiar a otros? ¿No cuidarse? Inverosímil. Soñar con un paraíso, por extraño que suene, ayuda a resistir, contrarresta la destrucción. Ezra Pound lo dijo:
“He tratado de escribir el Paraíso.
No te muevas
Deja que hable el viento
Ese es el Paraíso.
Que los dioses perdonen lo que
he hecho
Que aquellos a quienes amo intenten perdonar
lo que he hecho”.