Pasó del blanco y negro al color, y se convirtió en una estrella de cine cuando Hollywood era la Meca de la industria fílmica mundial y sus estereotipos y reglas.
Olivia de Havilland era la última protagonista viva de Lo que el viento se llevó (1939), y dejó de existir el sábado, a los 104 años, en un mundo muy diferente. El cuestionamiento del racismo de ese filme produjo en junio su retiro de la plataforma de streaming HBO Max, para volver con la clara advertencia de que “niega los horrores de la esclavitud”.
Con su interpretación de Melanie, la virtuosa rival de Scarlett, el pérfido personaje de Vivien Leigh, la actriz británica obtuvo su primera nominación al Oscar, pero el premio fue para Hattie McDaniel, la primera afroamericana en ganarlo.
Hace cinco años, De Havilland confesó que veía la película de vez en cuando, porque echaba de menos al resto del elenco. “Cuando los veo vibrantemente vivos en la pantalla, experimento una especie de reencuentro alegre con ellos”, dijo.
También contó que ella y Vivien Leigh estaban muy molestas cuando reemplazaron al director George Cukor por Victor Fleming, compañero de caza de Clark Gable. Confidenció que todo lo que se ha dicho respecto del comportamiento errático de Leigh en el set es cierto, “pero es comprensible. Tuvo que actuar así, tenía que defenderse. Yo la apoyé. Eran las mujeres contra los hombres, pero rara vez ganábamos nosotras”.
Hija de un abogado y una actriz británicos, Olivia de Havilland nació en 1916 en Tokio, y tuvo una hermana menor que se convertiría en la famosa actriz Joan Fontaine. La rivalidad entre ellas ha sido tema de farándula hasta el día de hoy.
El ascenso de De Havilland fue meteórico: el productor Max Reinhardt la vio en una presentación escolar de Sueño de una noche de verano y la incluyó en un montaje de teatro, y otro fílmico, en 1935, el que le valió un contrato con Warner Bros. Ese mismo año debutó con Errol Flynn en El capitán Blood (1935) y la fórmula fue explosiva; filmaron siete películas más, incluida Las aventuras de Robin Hood (1937).
“Definitivamente, había química entre Errol y yo”, declaró De Havilland en 2005. Confesó que en esos años estaba “locamente enamorada” de Flynn, y que el galán le propuso matrimonio. “Pero no acepté, porque estaba casado”, dijo. “No lo voy a lamentar, eso podía haber destruido mi vida”.
Durante esa década sólo le asignaban personajes bonachones e inocentes. “Quería hacer roles complejos, seres humanos más desarrollados. Jack L. Warner nunca entendió eso”, recordó hace poco.
El estudio castigó su atrevimiento suspendiéndola por seis meses y se negó a liberarla tras ese plazo. De Havilland entabló una demanda con ayuda del Screen Actors Guild. No era la primera actriz que iba a tribunales por la libertad creativa, pero sí fue la primera que ganó un juicio, y el fallo se conoce como la Ley De Havilland. “Me dijeron que nunca volvería a trabajar si perdía o ganaba”, confesó más tarde. Y, efectivamente, estuvo dos años sin filmar.
Pero recuperó el tiempo perdido. Ganó un Oscar por La vida íntima de Julia Norris (1946) y otro por La heredera (1949). Entremedio, la crítica la aclamó por Nido de víboras (1948). Durante esa década, era la actriz más relevante del Hollywood clásico.
Otros roles notables fueron para Mi prima Rachel (1952), Mujer atrapada (1964) Anastasia: El misterio de Anna (1986), por el que ganó un Globo de Oro. En 1997, decía que “las ofertas siguen llegando, pero no son lo que estoy buscando”.
En 2006 le preguntaron si extrañaba actuar: “No, para nada. La vida está demasiado llena de eventos de gran importancia. Eso es más absorbente y enriquecedor que una vida de fantasía. Ya no necesito una vida de fantasía como antes”.
Una de las pocas cosas de las que parece haberse arrepentido fue de reemplazar a Joan Crawford en la película Canción de cuna para un cadáver (1964), con Bette Davis. “Si hubiera podido elegir, no la habría privado de ese honor”, declaró. La decisión tuvo un efecto colateral. En el docudrama Bette and Joan, fantasía sobre el conflicto que tuvieron Davis y Crawford al rodar Baby Jane, se incluyó a De Havilland como personaje. “El programa fue diseñado para que parezca que dije esas cosas y que actué de esa manera, incluyendo llamar públicamente a mi hermana, Joan Fontaine, una ‘perra’”, detalló en una entrevista. “He defendido la industria del cine toda mi vida, pero los estudios que deciden hacer una crónica de la vida de personas reales tienen la responsabilidad legal y moral de hacerlo con integridad”.
Justamente la extraña relación que pareció tener con su hermana menor fue el mayor drama público de su vida. Antes de morir, en 2013, Fontaine acusó a la prensa de inventarlo todo. Sin embargo, hubo declaraciones agresivas de ambas a lo largo de los años, sobre todo desde que fueron nominadas el mismo año al Oscar; De Havilland por Si no amaneciera (1941) y Fontaine por Sospecha (1941). Ganó esta última.
Además de ser la primera mujer en presidir el jurado en Cannes, en 1965, Olivia de Havilland recibió la Medalla de las Artes de Estados Unidos, la Legión de Honor en Francia y fue nombrada Dama en Inglaterra.
Vivía en Francia desde 1955, y le sobrevive su hija Gisèle Galante, de 64 años. Su hijo Benjamin Goodrich murió a los 42 años por el mal de Hodgkin. Antes de casarse, tuvo romances con James Stewart, Howard Hughes y John Huston, y a este ultimo lo consideraba “el amor de su vida”.
En su cuenta de Facebook, ayer se recordaban algunas palabras suyas: “Preferiría vivir para siempre con una salud perfecta. Pero si alguna vez tengo que dejar esta vida, me gustaría hacerlo en una chaise-longue, perfumada, con una bata de terciopelo y aros de perlas. Quisiera estar con una copa de champán y acabar de descifrar la última respuesta de un críptico crucigrama británico”.