Columna de Héctor Soto: La dictadura del director
Apocalypse now perteneció a un género de películas cada vez más escaso. Es el género de la desmesura. Lo cultivaron artistas absolutamente fuera de serie como Griffith y Ford, como Abel Gance y Eric von Stroheim, como Welles, Fellini y Tarkovsky.
En un momento del documental Corazones en tinieblas, que es un buen reportaje sobre la filmación de Apocalypse now en Filipinas, Francis Ford Coppola se pregunta si acaso el cine no se convertirá en la última plaza donde la autoridad de un solo artista, de un solo cineasta, todavía pueda seguir siendo aceptada. El documental Corazones en tinieblas de Fax Bahr, George Hickenlooper y Eleanor Coppola no es gran cosa, aunque entrega información valiosa. Actualmente está disponible en Mubi.
Hasta el día de hoy la autoridad de la figura del director sigue teniendo legitimidad, no obstante ser una dictadura. Los rodajes podrán ser experiencias muy intensas de participación, pero hasta aquí lo son de participación en un contexto de absoluta concentración del mando. Por lo mismo, no es descaminado pensar que llegará un momento en que el movimiento antiautoritario y participativo presionará también en este plano para avanzar a otros esquemas de trabajo, donde tanto las cargas como las responsabilidades y atribuciones del quehacer fílmico estén mejor equilibradas y más repartidas. El mismo día que eso ocurra en la mañana, ya en la tarde el cine dejará de ser un arte, por cuanto se romperá el circuito expresivo que une el resultado de una cinta con la inspiración de un artista, de su creador, que generalmente no es otro que el director. A pesar de todas las experiencias en contrario, que buscan colectivizar el resultado, el cine es el arte de un solo artista.
Las palabras de Coppola cobran desde luego mayor sentido en el contexto de rodajes descomunales. Apocalypse now, con toda la carga de excesos asociada al proyecto original, terminó siendo una pesadilla que se arrastró por años, que rompió todos los cálculos presupuestarios iniciales, que fue interferida por tifones y huracanes y que estuvo largo tiempo condicionada a la errática colaboración del ejército filipino, que podía ayudar a la producción solo en los momentos en que los helicópteros comprometidos por el ejército de ese país no estaban luchando contra inoportunos focos de insurgencia en el sur de ese país. Claro, en ese cuadro de adversidades fatales, solo un loco, un obseso, un dictador con un ego del tamaño de una catedral pudo mantener una fe intacta en el proyecto y tener la energía suficiente para sacarlo adelante. De otra manera la película jamás hubiera visto la luz. Si al final el desenlace se tradujo en una de las grandes películas de la historia -y nunca el adjetivo de grande es más exacto que en este caso- fue porque Coppola, además de concebir y dirigir la película, también la produjo con el dinero que había ganado después de El Padrino y El Padrino II. Era un proyecto suyo. Era un sueño personal largamente acariciado. Lo financiaba él. No tenía que pedirle permiso a nadie y podía entonces comportarse como un verdadero dictador.
No es raro que la gran enfermedad del cine contemporáneo sea la creciente despersonalización de las películas. Son realizadas por equipos que juntan lo mejor y lo peor de ellos. Y que en el mejor de los casos terminan teniendo gusto a nada. Son por lo mismo intercambiables. Como gran parte de las series, por lo demás, hoy tan en boga. Sí, están bien hechas, con buenas actuaciones y una factura impecable. Pero detrás de ellas hay más una marca artesanal, un sello editorial, que una mirada o una opinión de alguien sobre el mundo, que es lo que hace que el arte sea arte.
Apocalypse now perteneció a un género de películas cada vez más escaso. Es el género de la desmesura. Lo cultivaron artistas absolutamente fuera de serie como Griffith y Ford, como Abel Gance y Eric von Stroheim, como Welles, Fellini y Tarkovsky. No significa esto que solo los superdotados puedan ser directores de cine, pero sí que son ellos los únicos capaces de acometer, sin quemarse para siempre, proyectos de aliento descomunal.
En principio el dominio del cineasta “indie” sobre la película que filma los fines de semana con un grupo de amigos no tiene por qué ser radicalmente distinto del que ejerció Coppola sobre Apocalypse Now. La única diferencia es de escala, desde luego. Escala humana en un caso, sobrehumana en el otro. Bonita hazaña personal allá. Y épica químicamente pura en el lado de acá.
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