En un comienzo plantearía que J. K. Rowling es Slytherin, pero bastó darle un par de vueltas para darme cuenta que estaría cayendo en un grave error.

La narrativa de la saga Harry Potter planteó a través de personajes como Draco Malfoy, el Profesor Severus Snape o el mismo Lord Voldemort, que Slytherin era la casa de los magos tenebrosos, cuando en realidad tenían valores distintos.

Mientras Gryffindor destacaba por la valentía, Ravenclaw por la inteligencia y Hufflepuff por la lealtad; Slytherin tenía la ambición entre sus rasgos. La ambición no es mala por sí sola, sino en exceso ¿no?

Hacia el final de la historia se demostró que Draco Malfoy no era “malvado”, sino que cobarde. Snape siempre fue leal a su amor por Lily Potter y la misión de cuidar de Harry como doble agente, e incluso el adorable profesor Horace Slughorn pertenecía a la casa de Salazar Slytherin.

La misma J.K. Rowling comentó un tuit de 2017 que señalaba que Donald Trump y su familia pertenecían a la casa de la serpiente. “Tienes que recibir la carta antes de ponerte el sombrero seleccionador, Oliver”, dijo la autora, indicando que los Trump ni siquiera serían admitidos en Hogwarts.

Sí. Decir que J.K. Rowling es Slytherin para plantear que su pensamiento es transfóbico, es un error. La analogía más correcta con sus dichos la vincula directamente con el gran antagonista de su franquicia: Lord Voldemort.

Todo comenzó la primera semana de junio, cuando la autora británica compartió un artículo que se refería a la incorporación de medidas sanitarias para “personas que menstrúan”, incluyendo en este calificativo tanto a mujeres, como a personas trans. Sin embargo, la escritora agregó el comentario irónico: “Estoy segura de que había una palabra para esas personas [que menstrúan]. Que alguien me ayude. Wumben? Wimpund? Woomud? [Woman]”.

Un ola de críticas la tildaron de transfóbica, ante lo cual respondió: “Si el sexo no es real, no hay atracción hacia el mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida de las mujeres a nivel mundial se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo elimina la capacidad de muchas personas de discutir sus vidas de manera significativa. No es odio decir la verdad”, escribió en Twitter.

Fue inevitable revivir otro episodio -de diciembre de 2019- en el que Rowling compartió públicamente su apoyo a Maya Forstater, quien trabaja en el rubro de los impuestos y fue despedida tras manifestar en redes sociales que solo el sexo biológico determina si se es hombre o mujer.

Actores y actrices potterianos -Daniel Radcliffe, Emma Watson, Rupert Grint, Eddie Redmayne, Bonnie Wright, entre otros-, así como el autor Stephen King y la ONG Human Rights Campaign, se manifestaron públicamente contrarios al pensamiento de la escritora.

“Mujeres trans son mujeres. Hombres trans son hombres. Gente no binaria es no binaria”. Un llamado a respetar las libertad de identidad de cada persona.

Ante la bola de nieve que solo parecía crecer alrededor de los tuits de Rowling, uno de los efectos fue cuestionar la saga Harry Potter, mientras otros optaron por tachar el nombre de la autora de los libros y concebirlos como obras de autoría anónima. Una indignación que se explica en la base de la historia.

Tom Riddle a.k.a Voldemort, creía en la supremacía de los magos y brujas, y no de cualquiera, solo de aquellos de sangre pura, excluyendo a los hijos de muggles (no magos) o frutos de parejas mixtas. Un pensamiento que extrajo de uno de los padres fundadores de Hogwarts: Salazar Slytherin, quien se había negado a recibir en el colegio a los alumnos “impuros”.

De allí que la lucha por la inclusión sea uno de los puntos centrales de la saga Harry Potter. Realmente es irrelevante si el personaje interpretado por Daniel Radcliffe, porque más que supervivencia, lo crucial es evitar que impere una doctrina discriminadora que indica superioridad en unos y desvalorización de otros. En la batalla de Hogwarts, en algún momento le dicen a Harry “esto es más grande que tú”, y lo es.

La novelas escritas por J.K. Rowling hace ya más de dos décadas llamaban a una serie de valores: la amistad, la valentía, imponerse ante la injusticia, pero sobre todo, luchar por un mundo de iguales oportunidades para todos.

Desde sus cimientos Hogwarts llamaba a la igualdad de género con dos madres y dos padres fundadores. La presencia de profesores y profesoras de peso, y el equilibrio de fuerzas femeninas y masculinas en ambos lados de la guerra mágica.

De igual forma, reflejó diversidad de nacionalidades y razas -Cho Chang, las hermanas Patil, Dean Thomas-, así como la Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros creada por Hermione para apoyar a los elfos domésticos maltratados.

Incluso se vislumbró un saludo a la comunidad LGBT+ con las insinuaciones de que Dumbledore y Grindelwald eran gay -lo que posteriormente fue confirmado por la autora-.

Hogwarts era concebido como un lugar que no discrimina, que enseña a abrazar las diferencias y aunar fuerzas por una causa común: el resguardo de un lugar que te permite ser tal como eres.

Harry Potter vivió 11 años creyendo ser un estorbo para sus tíos y su primo, tratado como servidumbre por el solo hecho de ser diferente, un freaky. Fue en el mundo mágico que encontró a su verdadera familia y pudo expresar sus habilidades. Pudo ser él mismo.

Dudar de la validez de las novelas, o querer desligar a la autora de la obra, es a mi juicio, una reacción natural por parte de los potterhead.

Que J.K. Rowling se haya expresado contra la comunidad trans, defendiendo ciertas restricciones y asegurando que el género es solo binario, pone en entredicho la esencia de su franquicia. El espíritu de Harry Potter no se condice con las declaraciones de la persona que lo creó y convirtió en un fenómeno.