El niño en el árbol
El capítulo de anoche de Game of Thrones fue un ejemplo perfecto del desarrollo que han tenido las últimas temporadas, y al parecer de lo que vendrá en los domingos siguientes. Encuentros y reencuentros necesarios pero sosos, revelaciones ineludibles, continuidad argumental y emocional forzadas.
No es azaroso que, el primer capítulo del ciclo final de Game of Thrones, arranque con el punto de vista de un niño que no es capaz de vislumbrar qué está sucediendo más allá. Impedido por su tamaño para observar la situación que ocurre en el camino principal que lleva a Invernalia, el niño deambula entre las faldas de los adultos, ansioso y frustrado. Finalmente trepa a un árbol y consigue observar en plenitud el tránsito de los dos ejércitos que traen Daenerys y Jon Snow, y los dragones que sobrevuelan el norte, causando estupor en la gente. Esa es la sensación de los espectadores que han aguardado durante dos años la conclusión de la serie, que ha venido a redefinir parámetros y la manera de producir televisión de alta calidad. Quizás ya no importe demasiado cómo Benioff y Weiss han construido el detalle de la arquitectura dramática de esta conclusión tan esperada. La riqueza narrativa y de estilo que poseían las tres primeras temporadas hace tiempo que se perdieron para simplemente hacer avanzar la historia a trazos gruesos y entregarle al espectador el trofeo argumental prometido. El capítulo de anoche fue un ejemplo perfecto del desarrollo que han tenido las últimas temporadas, y al parecer de lo que vendrá en los domingos siguientes. Encuentros y reencuentros necesarios pero sosos, revelaciones ineludibles, continuidad argumental y emocional forzadas. A estas alturas, se notan demasiado las costuras del relato, y uno se pregunta cuáles son las prioridades que establecen los showrunners con respecto a los personajes y sus tramas. ¿Era necesario cargar a Sam con el dolor y la ira por el ajusticiamiento de su padre y hermano, todo esto en desmedro de las decisiones y los acontecimientos que atañen a los personajes protagónicos? No digo que había que obviar la pérdida familiar de Samwell Tarly, pero a estas alturas de la historia, detenerse e invertir tiempo en él y su duelo (por personajes a los cuales conocimos solo superficialmente) en desmedro de otros hilos dramáticos, me parece por lo menos débil y errático. Por este tipo de decisiones autorales, por ejemplo, la enorme revelación de la verdadera identidad de Jon Snow queda como una simple exposición de información, cuando en realidad es uno de los grandes interrogantes dramáticos de la serie entera, y será el motor de esta temporada final. Y así, en cada historia vemos desarrollos demasiado acelerados y que a veces parecen gratuitos o por lo menos ansiosos.
Dicho lo anterior, hay algo en el tono de GOT que no se ha perdido, y que provoca el deseo de continuar viéndola, pese a todo. Esa mezcla de oscuridad y nostalgia, de desazón frente a lo que se fue y a lo que se va a ir, de tragedia y épica de tiempos remotos. Quizás allí está esa semilla emocional que incluso a los más escépticos y críticos con la serie nos mantiene atado a ella. Eso y las sorpresas que nos ha deparado antes, como la formidable batalla de los bastardos, un portento fílmico sin precedentes. Somos como el niño que trepa el árbol y que desea ver lo que se aproxima, aunque aquello que viene a veces nos desilusione.
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