En abril y mayo se dejó ver en Instagram para sus 137 millones de seguidores tomando vino en la cama y haciendo pornográficos primeros planos a unos bollos horneados por ella misma, con calorías suficientes para una semana. En las apariencias Taylor Swift estaba aburrida como cualquier mortal en la cuarentena sobrellevando el loop diario con alcohol y comida, pero en paralelo trabajaba en un disco bajo confinamiento publicado el pasado 24 de julio sin mayor campaña promocional. Bautizado Folklore ha rendido extraordinariamente. Vendió 1,3 millones de copias el primer día a nivel mundial, el viernes pasado alcanzó los dos millones de unidades, y otras 500 millones de reproducciones en plataformas. Es número uno en 85 países, anota tres temas entre los diez primeros del ranking global de Spotify, y mantiene gran demanda en el mercado chino donde a seis horas del lanzamiento había despachado más de 200 mil copias, todas pagadas a la plataforma NetEase Cloud Music, una de las tres más grandes del país, incluyendo un saludo exclusivo de la cantante. Las cifras convierten a Folklore en el disco más vendido del año.
Al éxito comercial se suma la crítica a sus pies, asombrada y rendida porque la princesa del pop cruzó hasta su feudo con el mejor título indie de la temporada, el género que la mayoría de los especialistas abraza como señal de refinamiento y buen gusto, aunque para algunos los elogios nunca son suficientes. Una facción radicalizada de fans está tan convencida de la grandeza de la obra, que amenazó de muerte y publicó los datos personales de la editora Jillian Mapes del sitio especializado Pitchfork, por no darle un 10, sino un 8. Si leyeran Pitchfork, deberían estar agradecidos.
Con 30 años Taylor Swift parece tenerlo todo -talento, voz, creatividad, belleza-, y recuperar los comentarios ampliamente favorables que no se leían desde el álbum 1989, su graduación como superestrella hace seis años, y uno de los mejores bocados pop de la década pasada. La imagen no alcanza la nitidez total para una figura que parece obsesionada con la perfección. Ha sido tachada de oportunista en distintas ocasiones y criticada por guardar silencio en temas contingentes. En el pasado nadie estaba interesado en las opiniones políticas de Britney Spears o Rihanna, pero hoy las estrellas pop están obligadas al escrutinio en esas áreas. A Swift le pesó haber declarado en 2012 que no era feminista, y el mutismo adoptado durante la campaña presidencial pasada que terminó con Donald Trump en la Casa Blanca. La falta de señales fue interpretada como un tácito apoyo -”es una nazi encubierta” declaró el blog supremacista The Daily Stormer-, y solo a partir de 2018 reveló de qué lado estaba cuando se opuso públicamente a la campaña senatorial por Tennessee de la republicana Marsha Blackburn, apoyando la candidatura demócrata. Confirmó que no le gusta Donald Trump tras la muerte de George Floyd. “Te echaremos en noviembre”, tuiteó furiosa el 29 de mayo.
El timing tampoco fue óptimo para manifestar apoyo a la comunidad LGBTQ. Lo hizo recién el año pasado de manera explícita en el pegajoso single “You need to calm down”, cuyo video convocó a una serie de personalidades ad hoc como RuPaul, Laverne Cox y Ellen Degeneres, hoy caída en desgracia por cuestionamientos al ambiente laboral de su famoso programa.
El impresionante éxito de Folklore se ha visto ligeramente empañado por acusaciones de plagio en la tipografía del título. Amira Rasool, fundadora de la marca de ropa The Folklore, apuntó por Instagram y Twitter las notorias similitudes entre la gráfica de su línea y la que va impresa en el merchandising asociado al nuevo álbum, incluyendo ropa en el sitio web de Swift. “No voy a dejar que este robo descarado quede sin control”, escribió Rasool el mismo día de la publicación del disco. La reacción del equipo de la estrella fue felina. Cuatro días más tarde Amira cambió el tono reconociendo públicamente el rol de la artista como “gran defensora de las mujeres que protegen sus derechos creativos”. El jueves 30 ya habían hecho las paces. Vía Twitter Taylor prometió un aporte monetario a The Folklore junto con expresar admiración por el trabajo de la marca que convoca a jóvenes diseñadores africanos. Amira retuiteó con comentario dando las gracias y los mejores deseos.
Doble filo
Revolucionarios del pop como Michael Jackson y Prince se anticiparon en moldear nuevos sonidos y ritmos mientras Madonna trajo a la superficie fenómenos underground. Taylor Swift no pretende adelantarse para señalar el camino. Tampoco es la primera en arrimarse al indie. Miley Cyrus ganó esa partida con sus aventuras dispares y narcóticas junto a The Flaming Lips. A cambio, la cantante de Pennsylvania oriunda del country, es especialista en legitimarse en cada género que aborda con la misma soltura de Bobby Darin, multifacética estrella pop de los 60 reconvertido en cantante protesta tras debutar como rockero y seguir como crooner. Swift busca a colaboradores inapelables como el guitarrista y principal compositor de The National, Aaron Dessner, y se repite Jack Antonoff, su socio desde 1989, también el productor favorito de la más exclusiva corte del pop femenino, incluyendo Lorde y Lana Del Rey.
De espíritu taciturno y melancólico, la belleza del álbum marida perfecto con otro hit del confinamiento gusto de especialistas y encanto para millennials, la serie romántica “Normal people”, pero también es una obra de doble filo. Incuestionable la calidad de unas composiciones sencillas con hermosas melodías arropadas en sutiles capas instrumentales poco ortodoxas con carácter evocativo y profundamente femenino, que leen muy bien y transmiten la sensación ambiente en estos días de encierro. Con seguridad canciones como August y Mirrorball serán parte de futuros playlist con lo mejor de la obra de Taylor Swift mientras otros títulos son aún mejores. La experiencia de “This is me trying” resulta conmovedora, la sinceridad de sus palabras en una relación que atraviesa problemas en un escenario musical fúnebre, donde el tono confesional y vulnerable captura la atención, una de las gemas del disco. “Illicit affairs” ejemplifica su habilidad narrativa con historias cotidianas de poderoso trasfondo emocional -”y sabes muy bien, por ti me arruinaría, un millón de pequeñas veces”-, los recovecos de una infidelidad que se torna dolorosa por la intensidad de los sentimientos. Como compositora ha madurado y perfeccionado el oficio creando personajes y situaciones más allá del registro personal de romances inscrito en sus discos.
A la vez Folklore no resuelve una duda permanente y cargada de paradoja en la discografía de Taylor Swift. Siendo una compositora fenomenal aún cuesta descifrar una huella dactilar, un sello inigualable en su producción. Criada en el country, se pasó al pop rock y siguió con el synth pop rindiendo lo máximo en cada casilla con asombrosa capacidad camaleónica, dominando géneros populares como si se tratara de las pruebas de una competencia de talentos. Pero aún no existe la canción bajo su firma que con sólo escuchar unos segundos se le reconozca de inmediato. Taylor Swift sigue pendiente en aquel testeo que solo superan las leyendas.