“Detrás de la Estación Central de ferrocarriles, llamada también Alameda, por estar a la entrada de esa avenida espaciosa que es orgullo de los santiaguinos, ha surgido un barrio sórdido, sin apoyo municipal. Sus calles se ven polvorientas en verano, cenagosas en invierno, cubiertas constantemente de harapos, desperdicios de comida, chancletas y ratas podridas. Mujeres de vida airada rondan por las esquinas al caer la tarde; temerosas, completamente embozadas en sus mantos de color indeciso, evitando el encuentro con policías… Son miserables busconas, desgraciadas del último grado, que se hacen acompañar por obreros astrosos al burdel chino de la calle Esperanza al otro lado de la Alameda. La mole gris de la Estación Central, grande y férrea estructura, es el astro alrededor del cual ha crecido y se desarrolla esa rumorosa barriada”.

Así, poniendo a los lectores en situación, arranca El roto. Novela chilena. Época 1906-1915. Fue hace casi un siglo exacto, cuando se iniciaba el mes de agosto de 1920. Según su propio autor, Joaquín Edwards Bello (Valparaíso, 1887-Santiago, 1968), había comenzado a construirse casi una década antes, luego de que El inútil (1910) lo enfrentara a su familia y a su clase, y lo llevara a refugiarse en un mundo prostibulario parecido al que describe en ese párrafo inicial. Y si se considera la “protoedición” parisina de 1918 (La cuna de Esmeraldo), las ediciones “definitivas” de 1927 y 1932, y la que el autor parió el mismo año en que se quitó la vida, se tiene que una obra esencial de las letras chilenas del siglo XX estuvo mutando, “rehaciéndose”, por más de medio siglo.

Meses atrás, la editorial de la U. Alberto Hurtado lanzó una edición crítica de El roto. Una que, entre otras cosas, coteja las distintas versiones de la obra, la inserta en su tiempo, la conecta con otras y da cuenta de la recepción con que se encontró, no exenta de controversias. A cargo del investigador Orlando Carvajal, y con participación de Claudia Darrigrandi, Constanza Richards y Andrea Kottow, restituye un derrotero singular y se podría decir, plantea Carvajal a La Tercera, que quien la lea “estará leyendo ‘los rotos’ de Joaquín Edwards Bello, además de la versión que se conoce del texto editado en 1968”.

Literatura y moral

En un pasaje de El inútil de la familia, novela de 2004, Jorge Edwards invoca a su tío en segundo grado Joaquín Edwards Bello, primo de su padre:

“Quizá tu obra más importante, El roto, había nacido en la calle Borja, que bordea la Estación Central por el oriente, en una casa contigua al prostíbulo que llamaban La Gloria, un lugar que tú, por lo que se sabe, a juzgar por los testimonios que tú mismo has entregado, llegaste a conocer bastante bien, donde al parecer te escondiste durante algunos días, a fines de 1910 o comienzos de 1911, esperando que pasara lo peor del escándalo provocado por El inútil”.

Futuro detentor de los premios nacionales de Literatura (1943) y de Periodismo (1959), el autor de La chica del Crillón y cronista por 40 años en La Nación fue un futre que, así como viajó a Europa en las primeras dos décadas del siglo, conoció -y vivió en- sectores populares de una capital que marcaba con fuerza las diferencias entre las calles a la europea y los arrabales de mala muerte. En estos últimos subsistía aún la tradición de las “casas de tolerancia” donde por las noches se zapateaba la cueca y, al amanecer, se servían cazuelas de ave. En un burdel de esa laya instaló la fábula de su célebre novela.

Su protagonista ya está dibujado en La cuna de Esmeraldo, en un pasaje que finalmente quedaría fuera de las futuras ediciones: “Era hijo legítimo de Lautaro Rojas Llanahue y de Glorinda Laguardia Lastres. Por la parte del padre, como puede adivinarse por el apellido Llanahue, tenía sangre india, de Arauco; la madre, cosa rara entre plebeyos de Chile, era de origen español puro, con antepasados vascos y asturianos”.

La madre de Esmeraldo es “tocadora” del piano en un lupanar cuya clientela “está formada en su mayoría por ese mundo que vive como las ratas, en los escondrijos y subterráneos sociales, gentuza que se muestra a la luz de las calles decentes en los días de catástrofes o revueltas” (aunque también la hay “de la dichosa clase alta”). El padre, en tanto, es “una bolsa de vino, pendenciero, incapaz”, que termina preso.

Una vez que la ley del padre se vea sustituida por la ley de la calle, después de que la hermana de Esmeraldo se convierta en prostituta y de que irrumpa un senador de apellido Madroño, adquirirá el libro las señas de una particular “novela de formación” o bildungsroman. Y su tendencia, agregará el crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, “es visiblemente naturalista”, pues “busca sus efectos pegado cuerpo a cuerpo con la realidad más próxima, y quiere herirnos ante toda la sensibilidad moral, sin conceder más que una importancia débil a los antiguos preceptos de unidad, armonía, elevación, etcétera, sustentados por los clásicos”.

El roto exhibió una colisión de imágenes opuestas del Chile de la modernidad, donde el conflicto de clases lleva la sangre hasta el río y donde el “roto” ya no es el forjador de la épica patriota, como lo quiso cierta didáctica nacionalista, aun si en la novela los de abajo están más cerca del heroísmo y los de arriba, de la perversión. También ofendió el pudor de quienes vieron atacada la moral o desplegada una crudeza superlativa. A juicio de Josefina Smith de Sanfuentes, por ejemplo, la lectura de la obra produce “una confusión de sensaciones entrecruzadas, repugnancias físicas y morales, algo así como asco íntimo y profundo”.

“Después de todo, no es tan indecente como dicen este libro”, escribiría por su parte Alone en 1920, en la primera de una serie de reseñas de El roto que publicó hasta aquella última edición de 1968. Y si bien observaría deficiencias en la construcción de los personajes y en el armado general de la obra, considera el estilo de su autor “uno de los más vivos, golpeantes y palpitantes de nuestra literatura”, y “hasta sus peores páginas tienen carne, sangre y nervios llenos de humana vibración”. Lo que le parece “francamente escandaloso” al crítico es “que se hable tanto de moral a propósito de una obra de arte. Una obra de arte es una obra de arte o no es una obra de arte, he ahí el problema principal; después se puede discutir si será obra de bondad, y después si será una obra de verdad”.