El 19 de octubre del año pasado, un día después de que todo estallara sin retorno, el músico alemán Uwe Schmidt (51) debió tomar una decisión. El toque de queda establecido por el gobierno lo obligó a una encrucijada: como esa noche tenía pensado ir a un estudio de grabación para culminar el álbum que venía fraguando hace tres años, tuvo que escoger entre abortar sus planes o quedarse aislado en el sitio ante la imposibilidad de volver a su casa. Eligió lo segundo.
“Me encerré durante dos días. El toque de queda fue un problema. Había estado trabajando en ese disco por largo tiempo, mi fecha de entrega era diciembre y sólo me faltaba trabajar en el último track. Era el único tema instrumental. Y bueno, llegó ese fin de semana de octubre. Así que me encerré y decidí canalizar en ese último track todas las emociones que acompañaron ese período, tiene mucha energía, lo catalicé todo ahí. No tiene letra ni mensaje, sólo energía mía”, cataloga el artista.
Se trata de “g01p”, pieza que integra su nuevo álbum, <3, editado finalmente en mayo (disponible a través del sello Raster-Media), esta vez bajo el nombre de Atom™, enésima encarnación de una de las figuras más inquietas y desafiantes de la electrónica mundial, radicado en Chile desde 1997. Pero también el trabajo funciona como el preludio de los días y las noches de enclaustramiento que resistimos hasta hoy.
“El encierro no me complica tanto, porque me gusta estar solo. Nunca salgo mucho. Se cortó la vida social y eso para mí es mejor aún”, define Schmidt frente al mundo pandémico de la actualidad. Puede que su declaración de principios sugiera una colisión con el estereotipo gregario, festivo y noctámbulo con que se ha perpetuado la música electrónica. Pero Schmidt nunca ha sido un hombre de destino lineal. Y este 2020 -impredecible para todo el planeta- menos aún torcería esa tendencia.
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De alguna manera, el alemán es consecuencia del género menos estandarizado de la música popular, cuya naturaleza promiscua, su sonido fragmentado en tantos estilos disímiles y la eliminación del ídolo de póster por el anonimato del DJ definieron su personalidad artística. Iniciado en la escena techno germana de los 80, desde esos días entendió la electrónica no como un glamour narcótico o sudoroso, sino que como un nuevo lenguaje para transmitir otros discursos, dibujar otras sensaciones y alcanzar territorios inexplorados por las férreas reglas que regían a los creadores de universos más convencionales.
Así empezó a despachar casi una canción por mes -su discografía declara un total de 1.800 tracks- e inauguró un tobogán de seudónimos que ya suman cerca de 70, con Atom Heart y Señor Coconut como los más célebres. De hecho, en 1996 dio forma a este último, el alter ego que hermanaba lo latino y lo electrónico cuando ese compadrazgo parecía improbable, publicando álbumes como El gran baile (1997) o El baile alemán (1999), donde el acento robótico de referentes como Kraftwerk adquiría cadencia caribeña al abrazar el mambo y el chachachá.
De forma paralela surgían sus colaboraciones con chilenos como Jorge González, Martín Schopf o Ricardo Villalobos, mientras que su mudanza a Santiago -explicada también en su matrimonio con Cecilia Aguayo, ex tecladista de Los Prisioneros- era parte de esa búsqueda tan creativa como geográfica.
En cierto modo, Schmidt empezó a delinear desde Chile la militancia en los ritmos bailables que hoy parecen tan habituales en expresiones foráneas y nacionales, como la cantautoría, los nombres del trap o la reciente y numerosa camada de bandas adscritas a la cumbia y sus derivados.
Una pizca de ese apetito cruza su nuevo trabajo: hay ruido, distorsión, quiebres, ecos, letras machacantes y un camino -nuevamente- poco insondable, pero también hay una clara distancia con esa fusión que lo convirtió en coordenada obligada de la electrónica global. “Esa fase mía de interesarme por lo latino terminó hace 10 o 12 años. Decidí desvincularme de lo que yo llamaría territorios y culturas. Siento hoy otro deber”, asegura, como una suerte de obituario de su era más afamada.
Luego explica: “Señor Coconut era una mutación de eso, del tiempo y el espacio, era viajar a los años 60, elegir algo en particular y traerlo al presente. Eso me pareció interesante como producto en los 2000. Pero ya no. En este momento me interesa hacer algo mucho más personal. Ver la electrónica como ese cruce de culturas es algo pasado de moda. Ya se pasó por esa fase donde la electrónica era siempre sumando algún otro género. Siempre era ‘electrónica + algo’. Yo lo había coinventado, pero quiero volver a un discurso electrónico propio. El disco que recién saqué tiene mucho de ese viaje interno. Yo en general no escucho radio, no compro discos, no sé de nombres ni de canciones, pero hoy todo me parece demasiado globalizado. Todo suena igual y basta con que tomes un taxi o entres a una multitienda para comprobarlo, en cualquier parte del mundo. No es necesario ponerse a investigar. Por eso ya los géneros y las culturas no me interesan tanto. Tampoco los discursos que hoy se apropian de un sonido o una nacionalidad”.
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Pero el luto al que hace referencia excede lo musical. En abril, el hombre nacido en Frankfurt perdió a su madre como consecuencia del Covid-19: por si no quedaba claro que esta temporada le tenía preparados episodios fuera de todo pronóstico. ¿Otro más? Una semana antes falleció el papá de Cecilia Aguayo, de 97 años, y también víctima de coronavirus. Eso sí, en el caso de Uwe -quizás como una imagen poética de toda una vida vinculado a las computadoras- fue una pérdida a la distancia y separados por una pantalla. Su progenitora sufría desde hace años de una severa demencia senil y estaba internada en un hogar en su natal Alemania.
“Fue todo surreal, muy dentro de la dinámica del Covid. Todo lejano, todo raro, como con el padre de la Ceci. Un día me dijeron ‘tu mamá está con síntomas, pero todo bien’, y al otro día fue: ‘se murió’. No había nada qué hacer, no pude viajar. Ella ya no escuchaba, no entendía, no era posible hablar con ella. La vi hace un año la última vez y todo era de lejos. Mi hermano cuidaba de ella. Pero no la puede visitar, entonces se mueren solos, encerrados, un funeral sin gente, y uno también está sentado en su encierro computándolo”.
Un adiós por lo demás silencioso para una mujer que vivió como refugiada en distintos puntos de Alemania tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y que conoció a su esposo como resultado de ese nomadismo tan típico del corazón del siglo XX: Schmidt padre batalló como soldado en la última guerra que enfrentó a los germanos contra los rusos en 1945, debiendo moverse por todo su país cuando quedó en ruinas.
-En las actuales condiciones, imagino también que la muerte toma una naturaleza muy distinta.
Le dio otra dimensión. La muerte en sí ya es fuerte y uno tiene que digerirla, pero al menos hay ritos, actos, momentos y cosas que ayudan; esto fue completamente estéril. Fue como una noticia en Facebook: se murió tu mamá. O sea, y qué chucha hago ahora. Además, con la diferencia de horario con Alemania fue todo muy desfasado. Es una muerte que sentí lejana y poco real.
Precisamente la partida de su madre fue el corolario de un lapso iniciado en octubre con el estallido, cuando se alistaba para terminar su producción más reciente. “A fin de año viajé a Asia para un par de presentaciones, pero también porque necesitaba cambiar el switch. Fue muy estresante. Con el estallido no estaba en la calle ni nada, pero sí estaba muy involucrado emocionalmente. En Asia me desvinculé de lo que estaba pasando acá y me empecé a sentir mejor. Estaba físicamente mal. Ahí pensé: tengo que parar”.
Como un seguidor asiduo del I Ching, el libro oracular chino también le había enviado un mensaje: “Espera”. “Entonces, yo preparé este 2020 para quedarme acá y hacer menos cosas. Para mí el año pasado fue terrible. Este año, incluso, ha sido mejor que el año pasado, incluso pensando en la muerte de mi madre. El año anterior fue lo peor. Por eso, cuando hace unos meses todo colapsó, no fue una gran sorpresa. El año anterior fue una tormenta mayor en mi vida y quise tomarme todo lo que ha pasado estos días con una actitud media zen. Eso sí, nunca pensé todo lo que iba a rodear este disco. Pensé que sería algo muy ensimismado, pero no”.
Pese a su anhelo de quemar etapas, algo del 18 de octubre se infiltra en su último proyecto. El track “g01p” presentó también una pieza audiovisual a cargo de DJ Fracaso, algo así como un collage de las imágenes registradas por celulares en esas semanas, montadas a ritmo vertiginoso para ilustrar un cambio social que también fue en línea y vía hashtags.
“Toda esta revolución para mí tiene una capa muy granulada, muy lo-fi, muy cruda, con cero pretensión y producción. Así está en mi mente. Finalmente, tiene algo muy real”, define.
En la memoria colectiva de la última década gracias a su aparición en los shows con que Jorge González revivió Corazones entre 2012 y 2014 - “hace mucho que no hablo con él”, admite-, Schmidt debió suspender todas sus fechas de este año y ve poco probable que pueda presentar sus nuevas piezas en un futuro inmediato.
Pero no se lamenta: “Lo que me ha cansado de los últimos meses acá en Chile, cuando uno conversa con el mundo artístico, es que se escucha mucha queja. Es como: ‘Está malo esto, está malo esto’. Y yo respondo: dejen de quejarse, por favor. Ya está computado que la realidad no funciona y yo me tomé bien en serio estos meses del Covid para el cambio personal: qué quiero y cómo puedo generar yo un cambio concreto. Es también muy difícil de hacer entender que el cambio empieza en uno. Hacer ese ejercicio no es tan fácil y no es tan simple. Pero estamos en ese trabajo”.
Puedes escuchar su último álbum aquí o conseguir una copia física a través de la web del sello Raster Media: https://raster-media.net/