Oscila mi ánimo. La curiosidad y el asombro se mezclan con el bajón. La vida con mascarilla es decepcionante y neurótica. No estar con los amigos, ni con los cercanos, tiene un límite, empieza a molestar físicamente. Verlos a distancia, con cuidado, está lejos de constituirse en una situación amable. Noto las constantes que se filtran en la realidad. Las registro. Son puntas que asoman en mi horizonte mental, inquietudes. Las entrego en desorden, como se aparecen.

Ilusión. Aún no puedo entender por qué parte importante de las personas opera con la creencia de que el virus se pasará a fin de año. La esperanza está refugiada en el pensamiento mágico. El verano como una estación más libre. Sin embargo, los datos muestran que las cosas no van en esa línea. ¿Funcionarán las vacunas y todo empezará a recomponerse? Capaz. Pero la cantidad de fracasos históricos en estos ámbitos es desoladora.

La ilusión se percibe en la falta de cautela. En el Metro, las micros y los taxis todavía no se dimensiona el miedo al contagio. No han pensado cómo solucionarlo. Entregan a las personas a su suerte. Las librerías no abren venta online eficiente, qué esperan. ¿Dónde se exhibe el arte, si no se puede entrar a los museos? Suponen que esto pasará y pronto, de ahí que pocos implementen la virtualidad. Ojalá me equivoque. Dependemos de la suerte, del azar. Hasta los científicos lo saben.

Cuerpo. Las consecuencias sentimentales de la pandemia son enormes. Hemos perdido el contacto rápido con los otros. Se ha vuelto difícil encontrarse al paso, coquetear. Las mascarillas desvían la vista hacia los ojos y los movimientos de los brazos. Sin tocarse, las historias cambian, tanto las reales como las ficciones. Los guiones del cine, los relatos que se van a filmar estarán marcados por el impedimento de las escenas de amor y sexo. Estamos obligados a aplicar el ingenio para sortear esta dificultad.

Pasolini. Su personalidad, sus textos, sus poemas, están en el aire, han recrudecido. Abordó la figura del lumpen capitalista con profundidad y extensión. Es urgente leerlo y ver sus películas. La revuelta social, el hambre y la pobreza en la sociedad de consumo fueron investigados en sus novelas y ensayos con una comprensión casi profética.

Paisaje. Las ciudades están mutando. La miseria comienza a invadir las calles. Salir implica ver el descampado, el eriazo que avanza. Las tomas de terreno, las carpas en plazas son parte del panorama, al igual que las colas largas, las decenas de motos y bicicletas que trabajan en el despacho a domicilio. No hay lugares de reunión, salvo los parques que ocupan los zombies, jóvenes y niños. Intentan evadir o hacer ejercicio separados. El murmullo en sordina es el nuevo tono que proviene de la voz intervenida por la tela que cubre la boca.

Política y arte. Los artistas están empobrecidos por la pandemia, no caben en ningún plan de ayuda, cunde la desesperación. El teatro, las artes visuales y el cine han sido afectados letalmente. Están en un abandono impropio para un país civilizado.

En el arte podemos ver expresada la polarización que vivimos. Se ven muchos bregando por causas políticas en una labor semejante a las ONG. Concentrados en la denuncia social, también exhiben los lugares comunes del buenismo y la funa. ¿Dónde están las obras revulsivas, que sacuden y descolocan? El misterio del arte se comienza a esfumar cuando las bienales, becas y premios son sujetos a consideraciones que eliminan la libertad, que la condenan como un privilegio. El artista como representante del bien común es una figura repelente, aburrida. Cambiar la justicia por la belleza es un antiguo trueque. Por suerte, la individualidad y el talento se escapan de las obligaciones y modas, se imponen.

Tiempo. Dejó de ser lo mismo. Hay que medirlo de una manera distinta. El miedo cambió su dimensión. Adentro de la casa es distinto que afuera. Cómo ocupar el tiempo que pasaremos en lugares inseguros; en qué momento arriesgarnos o excluirnos, son preguntas acuciantes, filosóficas.

Vuelta a la biblioteca. Leer lo que tenemos es una forma de reconocimiento y una posibilidad. Cuántos libros comprados sin leer. Quizá hay que revisarlos. Detrás de la adquisición de cada volumen hay un deseo, un recuerdo. Vienen a la mente solo si nos detenemos a examinar lo guardado. Cabe la posibilidad de que al abrir una página cualquiera nos crucemos con una frase o una palabra que nos despeje unos instantes.