En 1986, para la grabación de Signos, Gustavo Cerati tenía pocas letras pero toda la música hecha. La expectativa de sus seguidores y los plazos del sello le pisaban la cola, así que se levantó una noche y escribió las ocho letras de una tirada. Un desvelo creativo que vio nacer temas como "Persiana americana" y "Prófugos". "Fue un álbum muy sufrido por cuestiones externas e internas, desde drogas hasta problemas técnicos", confesó el músico en una entrevista, "grabar un disco puede convertirse en algo peligroso".

"Durante Signos, estábamos muy nerviosos por lo que pasaba alrededor nuestro. Era ese momento del auge de la cocaína en los '80 y recuerdo que un día me levanté muy angustiado y me fui derecho a un hospital pensando que me moría. Le dejé como 100 mangos al taxista. No me importaba nada", contó Cerati a Rolling Stone. "Bajé, me metí en la guardia, pateé a un epiléptico, un pobre pibe que estaba antes que yo, y le dije al doctor: 'Por favor, atendeme', en un estado de deformidad drogada, pero al mismo tiempo con una angustia de vida que hasta entonces no había sentido nunca. Me acuerdo que después terminé en los brazos de mi madre, en la bañera de su casa, tratando de calmarme. Entonces me quedó muy grabado el peligro de lanzarse tanto, porque no era solamente la situación de la droga, la sensación de que el corazón se te salía, sino además la terrible presión de hacer ese disco, de pensar que eso era terriblemente importante, cuando no tenía porqué ser así".

Veinte años después, en 2006, apareció la primera alerta médica de su carrera. Ocurrió mientras grababa el video de "Crimen", un tema del disco Ahí vamos que le compuso a Deborah de Corral después de separarse. Cerati sufrió una trombosis en una pierna y luego de una terapia intensiva le contraindicaron viajar en avión.

"Más allá de los dos paquetes diarios de Jockey suaves largos que fumaba y su vida nocturna de estrella de rock, las horas de vuelo acumuladas en sus últimos treinta años habían sido un factor decisivo para que se le hubiera formado el coágulo en la pierna; así que para viajar tenía una prescripción médica que tenía que seguir al pie de la letra", escribió el periodista argentino Juan Morris en una de las tantas notas que aparecieron posterior a su muerte. "Además, tenía un historial genético: según su tía Dora, su abuelo paterno (Ambrosio Cerati, que había llegado en barco después de la Segunda Guerra Mundial) había muerto por problemas circulatorios. 'Se subía al avión y, de repente, veías que sacaba una jeringa y se la clavaba en la panza mientras la gente pasaba a su lado', cuentan en su círculo".

Antes del accidente cerebrovascular (ACV) que lo dejó en coma en 2010, durante ese verano, Cerati empezó a salir con la modelo Chloé Bello, que tenía 23 años y lo había hipnotizado. Todos sus músicos y cercanos coinciden con que en esa última gira "había días que directamente no lo veíamos". Otros, como el periodista Eduardo Feinmann, fueron más allá: "Me acuerdo que en el momento en el que tiene el ACV, el comentario de muchos médicos en forma privada… se habló de un gran exceso de cocaína. De una mezcolanza de alcohol, viagra y cocaína". Entonces vino un limbo de más de cuatro años, plagado de hipótesis y esperanzas, que terminó con su muerte el 4 de septiembre del año pasado.

Pájaros negros

Fue en medio de esa incertidumbre, entre 2010 y 2014, cuando el mercado editorial comenzó a alistar la oleada de publicaciones sobre la vida y obra del músico. Una de las primeras en llegar a librerías chilenas fue Cerati en primera persona, de la periodista y presentadora de televisión Maitena Aboitiz, aparecido bajo el alero de Ediciones B en 2012, y Conversaciones íntimas, del también periodista Gustavo Bove, editado en por Planeta.

En la primera, Aboitiz reconstruye la carrera solista de Cerati con testimonios recogidos por el trabajo de diferentes medios de todo el continente, como el registro de una serie de visitas a la hemeroteca.

Se trata de una lectura coral del período que va desde la grabación de Colores santos, en 1992, a la presentación de Fuerza natural, en 2010, incluyendo sus colaboraciones con otros artistas y los tres últimos discos de Soda Stereo: Dynamo (1992), Sueño Stereo (1995) y Comfort y música para volar (1996).

El libro reproduce algunas entrevistas ajenas, fichas técnicas, letras, fotos de setlists, escenarios, y mucho archivo personal, más un breve prólogo de una amiga que aparece en los agradecimientos de algunos discos de Cerati: la cantante colombiana Shakira.

La segunda, Conversaciones íntimas, comenzó a idearse con el propio Cerati cuando planearon "juntarse tres noches para charlar a destajo de su historia personal y musical", explica el propio Bove. "Pero vino el repentino éxito de Ahí vamos, el desborde emocional del regreso de Soda Stereo, su reclusión tras dicho fenómeno y la energía que volcó en Fuerza natural".

Finalmente, por esas formas que va tomando el entusiasmo, la idea no llegó a puerto. Aunque Bove, que lo entrevistó en varias oportunidades, en un margen de 20 años, escogió tres de esas charlas ("las más elocuentes") y construyó una especie de perfil abreviado a partir del diálogo, como ya lo había hecho con Malcolm McLaren en God save the king (2011).

Por supuesto, y quizá por la urgencia de su aparición, ninguno de los dos libros aborda el tema de los excesos. Tampoco explican los últimos minutos de vida del músico. Conversaciones íntimas, por su lado, tiene botones del lado trabajólico de Cerati ("El mayor conflicto que tengo conmigo mismo es la vagancia. La gente me puede llegar a ver como una persona que hace cosas, pero tengo exagerados momentos de vagancia, donde no voy a ningún lado. De esos momentos son los que realmente me arrepiento"); la inevitable respuesta por la separación de Soda Stereo ("Fuimos muy exitosos en durar lo que duramos, y plantearnos hacer los discos que hicimos. Pero, al principio, hay una energía que, al final de un grupo, se disipa mucho y ya es muy difícil volverla a encontrar"); y las ideas en conflicto al momento de grabar un comercial para una marca de cerveza: "No tengo ese prejuicio rockero de decir: 'yo nunca voy a hacer tal cosa' (…) Está claro que, si me decís 'tomá, cantame esto', te equivocaste de persona. Está claro que, si no me ponés mucha guita, no voy a hacer nada. También está claro que la propuesta tiene que aparecer en el momento justo, cuando yo tenga ganas de hacerlo por el motivo que sea".

Conversaciones íntimas es y no es un libro que aparece como una pastilla contra la nostalgia. Tal vez demasiado cómplice, demasiado apresurado y sospechosamente encandilado por el brillo, innegable o no, de su protagonista, aunque de eso hablaremos más adelante.

"La seducción era su leitmotiv", escribe el músico Richard Coleman en el prólogo de Conversaciones íntimas. "A Cerati le gustaba gustar", concluye el libro ilustrado con imágenes de la conocida fotógrafa Nora Lezano. Conversaciones íntimas intenta sostener una tesis: "Si hay un artista que hizo mucho dentro de la música popular argentina, ese es Gustavo Cerati", escribe Bove. Uno de sus argumentos son las letras, el alcance de su singular alquimia verbal, acaso uno de sus mayores atractivos. "Mi gran capital es la fantasía, no la realidad", sintetiza el propio Cerati en el libro. "Ese es el camino que tengo desde que comencé a escribir letras. Afinando más el lápiz o no, siempre ha sido por ahí". Coleman ayuda a orientar sus intenciones: "Lo que quería lograr era que tuvieran algún sentir intrínseco y una belleza en las palabras".

Otro punto alto del legado de Cerati, según plantea el libro, fue su desprejuicio a la hora de tocar estilos tan disímiles como el ska y la electrónica o el sampling y el rock de estadios.

Cuando Argentina derribó el muro que dividía al rock de la música hecha con máquinas, más o menos para la primera mitad de los '90, parte importante fue gracias a un disco como Colores santos, grabado por Daniel Melero y Cerati en 1992. Pero el sello de Cerati, un guitarrista zurdo que tomaba su instrumento como diestro, fue "la guitarra con una sonoridad espacial", apunta Coleman, "como en 'Nada personal' y 'Signos', y como en 'Lago en el cielo'", el tema de Ahí vamos con el que cerraban sus últimos conciertos.

Ese fue el disco que marcó su regreso a los estribillos de vocación mediática y al rock de guitarras de Canción animal. Esa fue la última canción que tocó en su vida:

Donde se miden las cosas

Después de separarse de Cecilia Amenábar y construir su estudio Unísono en 2003, Gustavo Cerati comenzó a ensamblar la etapa más vertiginosa de su carrera. En ese lugar grabó su disco Ahí vamos en 2006, volvió a ensayar con Soda Stereo en 2008, y también escribió su último trabajo, Fuerza natural, al año siguiente. El problema de Conversaciones íntimas es que obvia varios de estos asuntos y en lugar de profundizar cuando puede (es muy bueno el mapeo de lugares como La Capilla, un punto de encuentro del rock argentino de fines de los '80), ofrece un barniz de tres momentos disímiles de la vida de Cerati:

Uno: las semanas posteriores a la primera despedida de Soda Stereo, en 1997.

Dos: cuando Argentina vivió la última parte de su crisis económica en 2002 y Cerati venía de publicar 11 episodios sinfónicos el año anterior.

Y tres: para la promoción del disco Ahí vamos, en 2006.

En esa última recta del libro, el autor anota una curiosidad: que el disco más rockero de Cerati comienza a difundirse con una balada llamada "Crimen". "¿Cuál es el tema más famoso de Led Zeppelin?", se defiende el músico sin pronunciar "Stairway to heaven". La conversación se enmarca en un momento en que Cerati es sindicado como la contracara del rock barrial argentino. Una serie de stencils con su cara y la frase "Viejo choto" encienden los ánimos. ¿Qué opina el líder de Soda Stereo de la cultura del rock barrial? "El lado artístico es el tema y es ahí donde se miden las cosas. Y veo que esa parte es muy anémica", dice antes de terminar el libro. "O sea: estas banditas no tienen nada, hacen como una especie de caca reciclada".

Somos cómplices los dos

Conversaciones íntimas es una lectura rápida y urgente —quizá demasiado— de la cosmovisión de Cerati. Se nota que fue escrito en un período profundamente emocional (del autor, de una familia, de un país, de un continente) y parece dirigido a ese segmento de lectores.

"La angustia era inagotable. Aquella noche llovió mucho, como si el cielo quisiera expresar también su dolor. Sin embargo, toda esa movilización me dejó una certeza. A diferencia de nosotros, los mortales, Gustavo Cerati vivirá para siempre", escribe Bove en el epílogo.

"El fuego que supo transmitir su obra mantendrá su llama eternamente encendida. Ese es el poder que tiene la música. Cada vez que una canción suya flote en el aire, Gustavo estará allí, para mejorarnos el día, para acercarnos un recuerdo, para dibujarnos una sonrisa… En definitiva, para hacernos sentir, aunque sea por un segundo, que el mundo puede ser un lugar hermoso", añade.

Aunque no es la biografía definitiva —y seamos justos: no intenta serlo—, como libro de entrevistas no busca interpretar o explicar. Simplemente edita y corta en función del ritmo al que galopa el habla del cantante de Soda Stereo, fotografiando momentos en la era del video. Tampoco el entrevistador se hace invisible: "Gus, finalmente pudimos hacer el libro. Espero que te guste. ¡Un abrazo!", escribe en la introducción. "En mi opinión, vos le aportaste más al rock en español que Andrés Calamaro", comenta en otro momento. "Gustavo es el único compositor que puede sentarse a la mesa de Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia y Charly García", introduce en otro capítulo.

Ah.

Bueno.

¿Y el argumento?

Si lo medimos con la vara que trazó la película Almost famous, Bove no califica para aprendiz de Lester Bangs: aclara en cada una de sus entrevistas promocionales que no tenían una relación de periodista-músico con Cerati, sino de amigos que se encontraban en cumpleaños, eventos, "o el sushi a las apuradas que saboreábamos en el VIP de algún festival".

O.K.

Lo que sí agradecemos es que hay nociones de los pensamientos y sensibilidades de Cerati. Están algunas de sus ideas fijas (“Estamos en un país como la Argentina, donde siempre estamos más cerca del ‘no’ que del ‘sí’… Somos argenti-NO-s”), por ahí una pizca de humor (“Sí, tuvimos [con Soda Stereo] un maestro de yoga”), un tanto menos de ingenio y un poco más de autocrítica (“Por la cantidad de años, de alguna manera, me he convertido en un clásico, y eso no lo puedo evitar”). El problema es que los temas se quedan en el enunciado, como en las entrevistas de los suplementos impresos, donde el salto entre un tópico y otro es demasiado rápido. Por supuesto, no es este un libro de historias: son charlas escogidas con pinzas para pintar un retrato más o menos realista, algo así como el Ecce homo de Cerati.