Algunos cálculos matemáticos indican que la década de los ochenta transcurre entre los años 1980 y 1989. Otros, más adecuados a las periodizaciones históricas, indican que el ciclo va desde 1981 hasta 1990. En ella hay de todo, desde pantalones amasados de colores fosforescentes, pelos escarmenados, botas blancas con flecos, skates, bicicross, hasta cubos Rubik, las dos guerras de las galaxias (la de George Lucas y la de Ronald Reagan), pasando por sintetizadores musicales y, por supuesto, el Rock Latino.
Los ochenta no pueden ser entendidos, como hacen ver Macarena García y Óscar Contardo en La Era Ochentera (Ediciones B Chile, 2005), sin “La voz de los 80” de Los Prisioneros, ni tampoco sin la hornada de bandas que atravesaban Los Andes hacia Chile desde Argentina: en todas las fiestas del recuerdo contemporáneas —desde el EVE hasta la Blondie— de aquel decenio que se niega, para varias generaciones, a ser olvidado, Charly García, Fito Páez, Virus, G.I.T. o Soda Stereo —amén de otras propuestas menores como Autobús o Suéter— son número puesto.
Por ello, no resulta nada de extraño que en este mes de agosto de 2020 se recuerde como uno de los hitos de aquel fenómeno, el Rock Latino, y de aquella década, los 80, al disco Canción Animal de Soda Stereo, que cumple treinta años.
Sin embargo, si se observa con más detalle —realizando una composición de lugar—, el Canción Animal en realidad no parece pertenecer a ninguno de estos dos ámbitos: es la tesis de este texto que el Rock Latino ya había desaparecido y la década de los ochenta, terminado, cuando la cuarta placa de estudio de Soda vio la luz.
El “Efecto Rock Latino”
He sostenido en algún otro lado que el momento cúlmine del Rock Latino sucedió para el Festival de la Canción de Viña del Mar de 1987, cuando Soda Stereo se presentó en la Quinta Vergara. Ese año realmente, como rezaba una publicidad de helados de la época, fue el de “El verano que fuimos tan felices”.
Era la culminación porque este estilo o moda había comenzado en Argentina cinco años antes cuando, por motivo de la Guerra de Las Malvinas, los militares que estaban al mando de la dictadura ultramontana exigieron que las radios y los programas de televisión dejaran de transmitir música británica. Esto propulsó un envión para la escena del rock nacional de la hermana república, y, en ese momentum aparecieron numerosas bandas que, de todos modos, hacían una música que se inspiraba directamente en las estéticas inglesas —y estadounidenses— de aquellos días, desde el new pop y el new wave, hasta el techo pop o el post-punk.
Cuando, un par de años más tarde aquellas sonoridades desembarcaron en Chile, en solo otro par de años las radios, la televisión y la prensa, y, más que nada, la juventud, consumió un atracón de este producto melómano. Entre 1985 y 1987 escuchamos el equivalente a cinco o seis años de Rock Latino de una patada y nos saturamos. Fueron tres discos de Soda Stereo (Soda Stereo, Nada Personal, Signos), tres discos de GIT (G.I.T., GIT Volumen 2, GIT Volumen 3), seis discos de Virus (Wadu Wadu, Recrudece, Agujero Interior, Relax, Locura, Superficies de Placer), etcétera. Eso, sin contar a las numerosas bandas chilenas que se habían subido al carro, desde Aparato Raro hasta Upa!, pasando por Valija Diplomática o Aterrizaje Forzoso.
Y nos saturamos.
A esa saturación la suelo denominar, el “Efecto Rock Latino”: cuando una tendencia se vuelve tan masiva que se extingue por el mismo uso. Como un recurso natural que se agota. Como la tragedia de los comunes.
En su tesis de periodismo de la Universidad de Chile del año 2000 (“Soda Stereo en Chile: cronología de un fenómeno socio musical”), Jessica Celis Aburto sostiene que justamente aquella sobre-saturación afectó la promoción, los recitales, el airplay de los temas de tres discos de Soda Stereo que se hicieron con posterioridad al verano que fuimos tan felices: Ruido Blanco (1987), Doble Vida (1988) y el que nos convoca por sus tres décadas, Canción Animal (1990). Es muy cierto que Soda mantuvo una fanaticada y algún contacto con Chile en aquellos días, pero la efervescencia de los viejos buenos tiempos se había desvanecido. Es verdad también que algunos de los temas más memorables de la banda trasandina estaban alojados en aquellos LPs: “En la ciudad de la furia”, “De música ligera”. Pero, como ha sostenido anteriormente Marcelo Contreras, ya 1988 había sido el año en que murió el Rock Latino.
La década corta de los 80
Fueron Iván Berend y Eric Hobsbawm quienes promovieron la idea del siglo XX corto, que habría transcurrido, de acuerdo con hitos históricos, entre 1914 y 1991, esto es, 77 años desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, hasta el colapso de la Unión Soviética, en contraposición a un siglo XIX largo que habría ido desde la Revolución Francesa en 1789, hasta el mismo inicio de la Gran Guerra, en 1914. Y quizá, entonces, para la cultura pop, en especial musical, también se puede proponer décadas cortas y largas.
Y es la tesis de este texto que los ochenta fueron una de esas décadas cortas. Se habría iniciado en 1979 (con el lanzamiento de The Wall de Pink Floyd, el 30 de noviembre de aquel año) y habría terminado en 1987 (con la muerte de Luca Prodan, el 22 de diciembre de 1987). El ascenso y caída del Rock Latino, marcaría el fin de aquella década corta de los 80.
Algunos datos importantes que permiten sostener que 1987 es realmente el año de cierre de los ochenta son los siguientes, en particular para Chile.
- De acuerdo con un reportaje de El País, España, a inicios de 1987 se acabó el toque de queda que había impuesto la dictadura militar. Ello significó el inicio de un cambio de los comportamientos de vida nocturna en el país. Hasta ese momento la vida nocturna, en especial de las y los adolescentes, transcurría puertas adentro (Ganter, Rivera & Cuevas, 2017): muchas fiestas con jugos Sip-Sup y suflés de colores, en medio de livings habilitados para el baile, hasta la medianoche y con regresos apresurados a casa, en que el Rock Latino salía de improvisados equipos de música de DJs jóvenes. Desde entonces, las actividades de esparcimiento se empezaron a hacer más en locales. Es el tiempo en que toma una nueva vitalidad el Barrio Bellavista y cobran fuerza locaciones como La Casa Constitución, La Nona Jazz, El Garage de Matucana o El Trolley, al igual que los restoranes de Blanca Casali, como “El Gato Viudo” o “La Gata Hidráulica”. Esto atravesaba las clases sociales y las ciudades de Chile, como bien indican Ganter y colaboradores.
- La hegemonía de la música de corriente principal (mainstream), comandada por la Radio Concierto, el Magnetoscopio Musical y el Billboard, empezaba a resquebrajarse. Los sintetizadores techno pop, de tan solo un par de años antes empezaban a ser reemplazados por las sonoridades alternativas de The Cure, The Smiths, REM e incluso el primer U2. A tanto llegó la superación de la música pop, que el 10 de septiembre de 1988, el propio Billboard lanzó una lista de hits alternativos llamada en esos días, “Modern Rock Tracks”. Su primer número uno resultó “Peek-a-Boo” de Siouxsie and the Banshees.
- Aparejado a lo anterior, un cambio en el consumo musical juvenil. Ya para 1988 no estaban en los primeros lugares los sonidos del new wave o del new pop o del techo pop. Los charts mainstream se hallaban dominados por crooners como George Michael o Rick Astley, cantantes mujeres adolescentes como Tiffany o Debbie Gibson, y arrestos de hair rock como Def Leppard o, en menor medida en cuanto al pelo, Guns n´ Roses.
- Inicio del proceso del Plebiscito de 1988, que significó que los medios se volcaran sobre el acontecimiento. El propio Marcelo Contreras ha defendido que, “la trascendencia del plebiscito de 1988 copó prácticamente la agenda nacional y fue una de las causas para la pérdida de relevancia mediática del rock”.
- Deshomogenización de la cultura juvenil. En octubre de 1987 la revista Paula publicó un número especial dedicado a los jóvenes de aquellos días indicando que la cultura juvenil se había diversificado. En su reportaje central planteaba que había cuatro tipos de jóvenes, todos hombres: el perno, el metalero, el cuico y el new wave.
- Profundización de la cultura under, como señalan detalladamente García y Contardo, con todo lo que ello significaría luego.
- Y obviamente, el fin de La Guerra Fría.
Los ochenta habían terminado para 1988, pero los noventa se tardarían en iniciarse, porque faltarían aún un par de años para el inicio de los gobiernos de la Concertación (1990), las fiestas Spandex (1991), y sobre todo el Nevermind de Nirvana (lanzado el 24 de septiembre de 1991). Así como la aparición de la radio Rock & Pop (lanzada al aire el 1 de diciembre de 1992) o el descenso de la mayoría de edad a los 18 años (junio de 1993) que permitiría que los jóvenes que estaban egresando del colegio pudieran carretear en pubs como el Liguria (que abrió las puertas de su primer local en Providencia con Tobalaba el 10 de agosto de 1990).
En ese interregno entre 1988 y 1991, “los años que no pertenecen ni a los ochenta ni a los noventa”, son en los que Soda Stereo y Canción Animal llegaron a Chile, como una resistencia de la banda argentina al olvido del Rock Latino y de la década corta, y como un apresto de lo que sería su década más creativa y significativa con Dynamo.
* Ricardo Martínez es académico de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales y especialista en música popular, es autor del libro Clásicos AM.