“La verdad nunca me gustó mucho el champán”, dice quien cantaba “Yo solo quiero ser del jet-set”, en una empolvada entrevista de la extinta versión chilena de Rolling Stone.
Corría el año 2006. Gustavo Cerati acababa de lanzar Ahí Vamos, su cuarto disco solista, y se embarcaba en el ciclo de siempre que seguía a la publicación de un álbum: una van, aeropuerto, avión, una ciudad para sacar los instrumentos y ser visto por miles.
La ciudad de turno era Nueva York, una megápolis que -Cerati relata- de pequeño veía como un sueño. “Mi relación con Nueva York es de la infancia. De una foto que tenía mi viejo en la que se veía el Empire State, King Kong, yo tenía 12 años y todo ese imaginario. Es como que en esa época las distancias eran más grandes… Ahora me gusta venir de vacaciones con mis hijos. Hacer vida de vacaciones, paseo, compras… para ellos es parte del mapa, en mi época era parte de la fantasía”.
Cerati solo quería ser del jet-set, según dijo en el álbum debut llamado Soda Stereo, pero el costo fue alto. “Una broma que se cumple”, respondió riendo en la conversación con Oscar Jalil y Ernesto Martelli.
“No tengo edad. No siento la edad”. Gustavo tenía 47 años. Casi medio siglo que no avanzó mucho más a causa de un ACV que detonó en mayo de 2010, cuando finalizaba su gira Fuerza Natural. Pero tuvo un llamado de atención, “un susto” que lo motivó a dejar el cigarro, al menos por un tiempo.
“Hasta los 70 todavía existía aquello del loquito que zafaba de la regla. Incluso dentro de mis propios amigos -ídolos de la juventud que yo tenía- hubo varios que se tomaron un ácido de más y se fueron lejos, onda Syd Barrett. Pero era como pequeños exabruptos dentro de la situación general. En los 80 realmente hubo descontrol, porque todavía no veíamos los efectos nocivos de la situación ni teníamos clara la situación en sí: el mercado era algo nuevo. A lo largo de los años he jugado con el abuso y la constricción en varias oportunidades. Sucede que algunos hemos tenido mejores niveles de alarma”, dijo Cerati refiriéndose a la tromboflebitis que había tenido hace dos meses.
Le exigieron permanecer un par de días en terapia, hacer ejercicio, comer más sano y dejar el cigarro. El último -dijo en aquella entrevista- lo fumó al filmar el videoclip de “Crimen”.
“La verdad es que si no hubiera estado fumando en ese momento hubiera tenido que fraguar el cigarrillo de alguna manera, hubiera sido una situación muy complicada para mí. De última, ya solucionado ese tema, lo que se ve en el video realmente es el último cigarrillo que me fumé. El otro día estaba viendo algunas cosas, momentos antiguos registrados en videos, veía qué tan asociado estaba realmente el cigarrillo a mi vida. No digo que lo haya dejado de estar porque de alguna manera va seguir estando, como un alcohólico, después de tantos años, pero ya hasta me parece extraño verme así. Hasta pienso que el cigarrillo no me queda bien, que es medio ridículo. Pero básicamente lo dejé por un susto”.
Y es que Gustavo fumaba en promedio casi dos cajetillas diarias. “Fue el susto suficiente como para decir ‘¿Quiero que la próxima sea directamente el fin?’. Considero que esas situaciones después de los 40 son llamados a cambiar la vida. Lo veo como algo que tengo que superar porque es la única manera de oponerle a esa alarma un cambio realmente de algún tipo. Se supone que encadena otros cambios también, que tienen que ver con las limitaciones”.
El cantautor argentino ya había tenido otros “sustos”, como los denominó, desde el comienzo de su vertiginosa hazaña musical que lo popularizó por Latinoamérica. “Recuerdo una concretamente: grabando Signos, un disco muy sufrido desde la tecnología, fue complicadísimo todo. Y además realmente estábamos tomando mucho, entonces eso amplificaba todo el desastre. Recuerdo terminar en el hospital, desesperado, pensando que era el fin. Y bueno, así, semanas de esas situaciones”.
Todo se valía si de componer se trataba…
“Todo estaba relacionado. Sobre todo porque en este caso era básicamente cocaína, era lo que estaba conectado a quedarse miles de horas despierto y tratando de solucionar lo insoluble, encontrando problemas donde no los había, y al mismo tiempo teniendo cierta conciencia de responsabilidad, de terminar con ese disco, de estar en un momento muy especial con la banda. Era toda una situación muy exagerada. Todas las letras del disco se hicieron en una sola noche y era la noche antes de que yo tuviera que cantar. Era una mezcla de tortura y exitación, porque al mismo tiempo, en la medida en que las iba terminando y se iban completando como rompecabezas, iba sintiendo como una excitación muy particular”.
Las adicciones y el desenfreno de los años de euforia fueron el comienzo de una conversación a corazón abierto con el ex líder de Soda Stereo. Con cuatro discos solista a cuestas, y una familia, ya no era el muchacho de raro peinado nuevo y sombras smokey que cantaba a la falta de vitaminas.
“Soy más payaso de lo que parezco. Uno de mis apodos es Torpeman: soy capaz de tirar una mesa completa ya servida. Siempre traté de controlar todo, traté de mantener esos aspectos alejados de mi personalidad. Pero con el tiempo vas extremando el control y te convertís en un personaje de eso mismo. Ya no me siento cómodo tratando de cumplir una expectativa. Más cuando te golpea la salud. Cuidaba el personaje, un espectro, pero no me daba importancia, había una disociación. No creo que haya cambiado; solo cambié el eje de dónde pongo más atención. Ahora me cuido a mí, no a lo que piensen de mí. Tuve momentos de mi vida de fingir y vivir una intensidad de felicidad pero estar resquebrajado como el peor”, confesó.
En esos años de locura, Cerati menciona un episodio que inevitablemente trae a la memoria a Charly García con títulos como “Demoliendo hoteles” o “Promesas sobre el bidet”, porque la anécdota es una escasamente registrada mezcla de ambas canciones.
“Llegué a tirar un bidet desde un hotel!!!”, relató sobre un incidente durante una de las primeras giras de Soda, donde se alojaron en un hotel cinco estrellas de Mendoza, con un jacuzzi que el encargado se negó a habilitar.
Pero atrás dejó los años de vértigo frenético. Componer parecía una obligación más que un placer y ya no se sentía tan fuerte como antes, en la gloria de los veintitantos.
“He tenido momentos de suficiente nivel de paranoia, de no estar tranquilo, entonces darme cuenta de que voy a pasarla mal. Recuerdo haber estado tres meses sin salir de mi casa. Pero porque me fuera a pasar algo, sino por no poder enfrentarlo. Prácticamente es un ataque de pánico, no del todo declarado, no es que me faltó el aire o algo así. Con la muerte de mi viejo las cosas cambiaron muchísimo. Ahí apareció la debilidad, la posibilidad de la muerte, el arrastre que lleva consigo eso, y hubo muchos cambios en mi personalidad en ese aspecto, de creerme un poco inmune, de caminar un poco en el éxito de las cosas y no darles pelotas a los fracasos que están ahí y son patentes y que tienen que ver con errores, situaciones que no solucionás y que en algún momento explotan todas juntas. La cuestión de las relaciones, el no tener tu casa, el vivir todo el tiempo en una especie de nube de pedos”.
Gustavo intentó tener esa estabilidad que secretamente quería. Cuando Cecilia Aménabar lo llamó llorando diciéndole que estaba embarazada, inmediatamente se trasladó a Santiago para vivir con ella en su departamento en Providencia.
Fueron felices juntos, al menos por un tiempo. Amor Amarillo (1993) surgió en aquel periodo, y poco a poco Gustavo retomó su ciclo anfibio de sumergirse en unestudio de grabación y luego salir a la superficie en una gira. No estaba hecho para quedarse en casa.
“Hay algo cierto: es muy difícil estar en pareja conmigo. No tiene que ver con lo afectivo. Ni con la actitud de seductor compulsivo, solamente. Sino con la rutina, con la dinámica de mi vida. Los hoteles, la gira eterna. En ese sentido, mis últimas relaciones han sido cada vez mejores. Donde se entiende la posibilidad de respetar hasta eso: una idea de complicidad, de compañerismo, en esos aspectos de mi vida”, relató a Rolling Stone en el marco de la que sería su penúltimo tour.
“Es difícil eso de ‘Te amaré por siempre’. Las separaciones son aprendizajes. Después de lo de Soda se me terminó la fantasía de que es bueno hacer durar las relaciones eternamente. Siempre es hoy. Hoy armo las bandas a partir de mis necesidades, de lo que puedo hacer, de lo que me falta y reclamo cierta incondicionalidad, es cierto, aunque no exclusividad, todos tienen sus proyectos. Uno elige: es la vida que uno puede tener. Pero está bueno que el entorno cambie porque más allá del afecto, las relaciones se envician. Siempre es así. En un momento es bueno resetear. Ni siquiera puedo pensarlo con una pareja, mucho menos con gente con la que uno trabaja”, concluyó en el registro de septiembre de 2006.