La estrenó Quilapayún, el 15 de agosto de 1970, en el 2° Festival de la Nueva Canción Chilena, de la UC, con transmisión por radio y televisión. La Cantata Santa María de Iquique, de Luis Advis (1935-2004) causó gran impacto al recordar la matanza de un número indeterminado de obreros del salitre en huelga, y sus familias, en una escuela, en 1907.
Sin embargo, su participación en el festival había sido cuestionada, pues no era una canción. “Hubo un movimiento para dejar fuera la Cantata, felizmente se detuvo eso”, confirma Eduardo Carrasco, fundador de Quilapayún. “De los compositores que estábamos participando, algunos decían que no debería estrenarse, se hizo una votación y ganaron los argumentos de Víctor Jara”, recuerda Dióscoro Rojas.
“Fue impresionante escuchar la Cantata, por el texto, por la declamación y porque musicalmente era más elaborada que las canciones”, agrega Rojas. También impactó en el Conservatorio, donde Hanns Stein ya enseñaba canto. “Nos hizo mucha impresión por la mezcla entre lo popular y lo culto. Es muy original y muy buena, tanto desde el punto de vista poético como el musical”, dice el tenor. “Con Gustavo Becerra, Eduardo Maturana, Sergio Ortega, Cirilo Vila y Fernando García considerábamos que el arte y la música debían influir en lo social y político, e hicimos trabajos en ese estilo, pero ninguno tuvo el impacto de la Cantata Santa María”, agrega.
Esta obra estaba inaugurando un género: la cantata popular. “Es una obra bonita y muy bien hecha; el género es un invento de Luis Advis, porque no corresponde exactamente a la cantata barroca, sino que son canciones unidas a través de un comentario instrumental y la narración”, explica el compositor Alejandro Guarello. “Tuvo consecuencias reales, después se escribieron bastantes cantatas populares, incluyendo la mía”, agrega. Su Cantata Caín y Abel, se estrenó en 1978 y la Vicaría de la Solidaridad se la encargó “porque hubo negativas de otras personas, incluido Luis Advis”.
Música escrita desde el corazón
“A Luis Advis lo conocí cuando yo estudiaba Filosofía, hacía clases muy interesantes sobre la poesía mística de San Juan de la Cruz. Después conocí su trabajo como músico de teatro”, recuerda Eduardo Carrasco. “Lucho fue invitado por Isidora Aguirre a un concierto del Quilapayún que era bastante teatral porque trabajamos con Víctor Jara. Quedó muy impresionado y se puso a hacer una obra para las voces que había escuchado”, asegura.
A inicios de 1970, Advis les mostró en un piano lo que había compuesto. “Nos interesó mucho porque no era una colección de canciones, sino que había una idea de totalidad, como pasaba con el Sgt. Pepper’s de Los Beatles. Montamos la obra y la grabamos con Héctor Duvauchelle, quien le dio un plus extraordinario”, detalla Carrasco.
El sello Dicap le encargó el diseño del álbum a la oficina de los hermanos Vicente y Antonio Larrea y Luis Albornoz. “Leímos el texto completo de Luis Advis, fuimos a las grabaciones y nos documentamos”, cuenta Antonio Larrea. Trabajaron con fotos que habían tomado en el Norte Grande, y diseñaron una portada victoriana. “Vicente dijo que la fotografía debía ser de principios de siglo, así que la ambientamos con un helecho y unas hiedras. Vicente le pasó a Luis Advis una rama del helecho, porque era el autor, y él dijo ‘Perfecto’”, recuerda.
Para Eduardo Carrasco, dos son las características clave de la obra: su desarrollo dramático y que “es una música que está escrita desde el corazón, con sinceridad”.
En la Cantata Santa María, Luis Advis incluye algunas canciones que había descartado para Los que van quedando en el camino, de Isidora Aguirre, sobre la matanza de Ránquil. Llevaba doce años escribiendo música para el teatro. Esa experiencia, dice el musicólogo Martín Farías, “es la que le da la fuerza dramática a la Cantata Santa María. Es un compositor con mucha conciencia de la estructura dramática, y utiliza la personificación para generar identificación. Advis utiliza muy bien el viaje como motor de transformación. Los obreros parten con sus familias llenos de esperanza en busca de un futuro mejor, pero encuentran la represión estatal y la muerte”.
La musicóloga Eileen Karmy entrega otro dato: fue una de las obras más montadas tras el 18 de octubre. “Sucede cada vez que recordamos la injusticia. Escuchar hoy la Cantata no solo nos remite a la huelga de 1907 y su final trágico, sino también al final trágico de la Unidad Popular. La Canción final se entiende como premonición: ‘quizás mañana o pasado, o bien en un tiempo más, la historia que han escuchado de nuevo sucederá’”, apunta.
Revolución social y musical
El historiador Claudio Rolle, académico de la U. Católica, explica que en el Chile de 1970 “hay un clima de expectativas y de experimentación. Existe la posibilidad de crear y de creer que las cosas pueden cambiar. Es un momento de optimismo, de que el pueblo va a pasar a ser el protagonista de la historia. Incluso sale por primera vez un billete, el de 500 escudos, que no tiene a un general o un presidente, sino a un minero del cobre”, explica.
“La Cantata expresa la idea de que los trabajadores van a ganar. Quilapayún y Luis Advis reivindican su papel heroico, como una manera de empezar a reescribir la historia y, además, con el concepto de la opinión pública. Porque Duvauchelle, en la parte recitada, hace una advertencia: mil cosas pueden pasar; es peligroso tener razón”, asevera Rolle.
La Cantata cambiaría para siempre nuestra música popular. No era lo que buscaba Advis, advierte el musicólogo Manuel Vilches: “En algunas cartas, él explica que quería impactar a la academia, pero fue un hallazgo enorme para la música popular, y lo convirtió en la celebridad que tanto le incomodó ser”.
En la práctica, revolucionó los instrumentos folclóricos: las quenas, por ejemplo, antes se tocaban en paralelo, doblándose, pero Advis introduce el contrapunto y explota su potencial timbrístico. “Fue como descubrir la pólvora para todos estos conjuntos; con Advis entendieron que con la quena, la zampoña y el charango tenías que poder hacer todos los acordes habidos y por haber, que no tenían límites”, enfatiza Vilches, y remata: “Sin la Cantata Santa María no es posible imaginar no solo la evolución que tuvieron Quilapayún e Inti-Illimani, sino tampoco el formato mismo del ensamble latinoamericano de raíz folclórica”.