En ciertos momentos de la historia de la música popular, a veces los caminos de los artistas se cruzan con los de la televisión, y resulta un huracán difícil de parar. Le pasó a los Beatles en febrero de 1964, cuando acudieron al show de Ed Sullivan, y fueron vistos por millones de estadounidenses de costa a costa, con lo que inocularon la beatlemanía en el gigante del norte. Le pasó a Suede, con una presentación antológica en los Brit Awards ’93 donde arrasaron con una incendiaria versión de “Animal nitrate” que dio que hablar.

Le pasó a Madonna también. En los MTV Awards de 1984, entonces la joven cantante se presentó interpretando su más reciente éxito, y que también daba nombre a su segundo disco: “Like a virgin”.

La oriunda de Michigan no se guardó nada. Tuvo una puesta en escena que colocaba un inmenso pastel de bodas al centro del escenario y un sugerente vestido de novia al cual le atachó un cinturón con la frase TOY BOY.

Pasado el minuto de la canción, Madonna toma el velo y se lo desprende, deja ver su cabello rubio, despeinado y desgreñado que no se parecía a nada. Ni siquiera a su más cercana comparación, Cindy Lauper. Baja del pastel, se contornea en el piso, se acerca al público, tira el ramo al respetable como si fuera una boda auténtica (aunque sin apuntar descaradamente a alguna de “las mejores”). Juega con sensualidad con el velo, que a estas alturas es un amasijo de tela que cobra vida propia en las manos de la cantante mientras canta “Liike a viirgin, feels so good inside”.

Hacia el final, arroja el velo al suelo, y se sienta en cuclillas sobre él, y se contornea como si estuviese teniendo una noche de aquellas con el lienzo blanco de tela. Mira a la cámara de forma seductora. Tiene a todo el mundo en el bolsillo. El público se deshace en aplausos. Ya es un fenómeno.

Para esas alturas, parecía que todo iba bien en la vida de Madonna. Pero algo ocurriría.

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Un hombre llegó al set del estudio mientras Madonna filmaba cada escena de su nuevo videoclip. Le apodaban el “nuevo James Dean” y era uno de los nuevos niños mimados de la industria hollywoodenese. Venía de realizar aclamados roles en Bad Boys (1983), así como en Fast Times at Ridgemont High (1982) y en Taps, más allá del honor (1981). Nos referimos al oriundo de Santa Mónica, California, Sean Penn.

Penn, como todos los estadounidenses, ya había escuchado los primeros hits de Madonna, y había quedado prendado de ella al ver sus videoclips, por lo que decidió ir más allá y conocerla cuando tuviera una chance.

Grabado junto al productor Nile Rodgers, el hombre que había trabajado con David Bowie en Let’s dance (1983), Like a virgin fue un golpe al mentón de la industria musical mundial. Uno de los singles que tuvo mayor rotación en las radios fue “Material girl”, que tuvo su respectivo (y sugerente) videoclip con un guiño a la Marilyn Monroe de Ellos las prefieren rubias. Así, Madonna sacaba brillo a una imagen de sex symbol ochentera.

“Soy una especie de Marilyn Monroe de los años 80. Marilyn es mi ídolo, junto con Brigitte Bardot”, afirmó la misma Madonna años más tarde. La idea del video estaba totalmente calculada por ella. Como cada paso que daba hacia el ansiado estrellato. Claro que hubo algo que no calculó.

Al terminar de grabar el video, Madonna y Penn se vieron, y de inmediato acordaron tener una cita. La aventura comenzó, aunque no del modo de Penn esperaba. “Al principio la cantante no parece estar tan interesada en su fama (de Penn). La relación despega lentamente, porque Madonna está cada vez más comprometida con la realización de su nuevo álbum, que tiene lugar en 1984”, señala Francesco Falconi en su biografía Loco por Madonna. La Reina del Pop (Babelcube, 2016).

Pero los caminos comenzaron poco a poco a unirse. En señal de que la cosa iba en serio, Penn viajó a conocer a la familia de Madonna, en Detroit, y luego, el californiano llevó a sus padres a conocer a su nuera justo cuando fue a Los Angeles para un recital.

Para mediados de 1985 la cosa estaba ya consolidada, Madonna ya tenía al mundo en su mano a punta de hits melodiosos, pegotes y bailables y estaba enamorada de un joven galán hollywoodense que prometía. Era un cuento perfecto.

Pero no duraría mucho.

Balazos en la boda

La fecha asignada fue el 16 de agosto de 1985. Fue elegida estratégicamente, pues ese día Madonna cumplía 27 años, y al día siguiente sería Penn quien apagara las velitas de su 25 cumpleaños.

Los invitados al evento fueron cuidadosamente electos entre la crema y nata del espectáculo estadounidense. Rosanna Arquette, David Letterman, Tom Cruise, Diane Keaton, Martin Sheen, Carrie Fisher, Cher, Christopher Walken y Andy Warhol estaban entre los famosillos. Este último llegó con uno de sus cuadros como regalo para la pareja.

El lugar donde se reunieron se trataba de Wildlife Road, una parcela propiedad del productor Kurt Unger, ubicada en las faldas de un acantilado abrupto sobre el mar de Malibú.

Ahí, bajo el dorado y cálido sol de agosto de California, la pareja Madonna y Sean Penn se unieron en nupcias civiles y religiosas. La ceremonia religiosa fue breve y el actor Timothy Hutton hizo las veces de testigo.

Todo parecía calmo. Un entorno natural, apacible. El lugar estaba fuertemente custodiado por guardaespaldas, ya que Sean no quería por ningún motivo que su boda se viera invadida por ágiles de la prensa rosa y paparazzis.

Entre los matorrales del lugar, los guardaespaldas descubrieron escondido a un papparazzi italiano y lo expulsaron sin miramientos y de un modo violento.

Pero no sería lo último violento que ocurriría en la boda.

Poco después de terminado el enlace civil, desde el cielo un ruido seco y gris alertó a los presentes. El aire se cargó de incertidumbre y tensión.

Francesco Falconi señala en su biografía que trece helicópteros aparecieron en los cielos de Malibú. Eran medios de comunicación y paparazzis que no quieren perderse detalles del evento del año. Madonna río divertida, le parecía una exageración total, y fiel a su estilo, con su dedo medio les dedicó sus mejores deseos a las cámaras.

Desde el cielo, los ágiles de los medios no solo vieron a la “reina del Pop” mostrándoles su dedo medio, también un mensaje que alguien había dejado en la arena de la playa con letras grandes para que fuese visible: Fuck off. Algo así como “jódete”.

Pero Sean Penn no se conformó con mensajes en la arena o mostrar el dedo medio. Furioso, y llevado a su carácter encendido, fuerte e impulsivo, se dirigió a la casa y cogió una pistola. Con ella, efectuó unos disparos a los aparatos para mostrar su descontento.

Curiosamente, a Madonna este aspecto de la personalidad de Penn no parecía incomodarle en esos días. “El temperamento de Sean me recuerda el de mis hermanos. Salvajes, rebeldes, le prendían fuego al trastero y tiraban piedras contra las ventanas. ¡Siempre me gustaron los tipos rebeldes y extraños!”, dijo la mujer de “Like a prayer” algunos años después.

“Un amor violento nos fulminó”

Penn nunca cambió su carácter. En su biografía, Falconi cuenta que más de una vez se enfrentó él mismo a los paparazzi que osaban sacar alguna instantánea del flamante matrimonio, y no era precisamente amistoso.

“Sean Penn se enciende a menudo por la demasiada presión de los paparazzi, y más de una vez se lanza de manera violenta contra la prensa. Las denuncias en su nombre no se cuentan ya con los dedos de una mano”, señala Falconi.

Incluso, en abril de 1986, según reveló la revista People, un hecho pudo pasar a mayores. Madonna y Penn fueron a un local nocturno de Los Ángeles, y en un momento, el actor vio al productor y compositor David Wolinski saludando a su esposa, aunque muy cerca de ella. Eso lo puso furioso y lo atacó con una silla.

Esta vez, Penn no salió indemne y debió pagar una multa. Poco después, en agosto, el actor escupió a un paparazzi que seguía a la pareja a la salida de su departamento neoyorquino próximo al Central Park.

“Cuando eres rico y famoso en todo el mundo, no puedes permitirte pasear por las calles o cenar en un restaurante sin que te asalten los fotógrafos. Un concepto tan sencillo como inaceptable para Penn, que siempre ha lidiado (con métodos obviamente excesivos) una batalla contra cualquiera que osara violar su privacidad”, señala Falconi.

No sería la última vez que Penn utilizara una silla para fines distintos que los originales.

Los episodios de violencia comenzaron a hacer mella en la pareja, además de la creciente adicción al alcohol de Sean Penn. Madonna, según Falconi, comenzó a sufrir agresiones verbales y físicas.

Pero Madonna es Madonna, y si hay algo que no acepta tan fácil es la derrota. Así, quería que la relación funcionara e hizo todo por ello. De hecho, le dedicó a su marido su álbum True blue (1986), donde con ritmos más cercanos al funk y a lo latino seguía haciendo hervir las pistas, con canciones como “Papa don’t preach” o “La isla bonita”, quizás el gran hit de ese disco y que le trajo un nuevo empujón a su carrera musical.

La portada del single "La isla bonita", de Madonna (1986).

Pero Madonna quería más. Junto a Penn filmaron una película llamada Aventuras en Shangai (1986). Pese a rodar tres filmes anteriormente, la cantante jamás había estudiado actuación, entonces su performance no podía ser la mejor. La cinta fue un fracaso rotundo. Luego, realizó otra, llamada ¿Quién es esa chica? (1987), que también fue un desastre.

Madonna y Sean Penn en Aventuras en Shangai (1986).

Sin embargo, no solo en el celuloide los desastres se acumulaban, también en su vida privada. El historial de golpizas protagonizado por Sean Penn pronto se vio oscurecido por algo peor. En mayo de 1987, Penn fue controlado por la policía por pasarse una luz roja y conducir a exceso de velocidad. La causa era evidente: consumo de alcohol, y dados los antecedentes de denuncias en su contra, esta vez el actor no pudo evitar la prisión. Fue condenado a 60 días de cárcel y dos años de libertad vigilada.

Por su buena conducta entre rejas, en la Cárcel del condado de Mono (California), Penn obtuvo una rebaja de la pena y solo estuvo 30 días.

Pero al volver a casa, ya nada sería lo mismo. Penn no dejó el alcohol y su carácter irascible seguía sin domarse, amén de comenzar relaciones extramaritales con otras mujeres. Todo explotó a fines de ese 1987, el actor ya no solo se mostraba agresivo, también comenzó a ser posesivo. Resulta que le prohibió a su esposa ver a sus amigos gays y lesbianas, que Madonna solía frecuentar hacía años.

Ya había aguantado mucho. Madonna se negó. La discusión se tornó inevitable. Gritos fueron y vinieron, y ahí, según constata Falconi, Penn ebrio, ató a Madonna a una silla y la insultó durante horas. La diva logró desatarse y acudió a la policía.

Cerca de esa navidad, Sean Penn, preso de los celos le dio un ultimátum: alejarse del mundo del espectáculo para siempre, o separarse.

En rigor, la relación ya estaba descompuesta, así que a Madonna no le fue muy difícil tomar la segunda opción. Iniciaron el proceso de divorcio, el cual se concretó en 1989.

Años después, en 2015, Madonna desmintió públicamente que Penn la hubiese atado y maltratado, justo en momentos que el actor demandó al realizador Lee Daniels por unos comentarios que este realizó en una entrevista con The Hollywood Reporter, donde afirmaba que Penn era un maltratador.

"Soy consciente de las alegaciones que han surgido a lo largo de los años acusando a Sean de maltratarme físicamente y de abusar de mí. Aunque es cierto que tuvimos más de una discusión acalorada durante nuestro matrimonio, Sean jamás me ha pegado, atado o abusado físicamente de mí, y cualquier información que diga lo contrario es totalmente falsa, indignante, maliciosa y temeraria", afirmó la diva.

Tras el quiebre, ambos siguieron sus vidas y tuvieron segundas nupcias. Madonna con el cineasta Guy Ritchie, en el 2000 (aunque se divorciaron en 2008), y Penn con la recordada “Jenny” de Forrest Gump, Robin Wright, en 1996 (y también se separaron, en 2010).