En Corazón Valiente hay dos escenas memorables que marcan el clímax y final de la cinta protagonizada por Mel Gibson en 1995. La primera, usada en varios videos y memes, es aquella arenga que da montado en su caballo frente a cientos de escoceses preparados para dar su vida en el campo de batalla:
“Hijos de Escocia, yo soy William Wallace, y veo todo un ejército de coterráneos, aquí en la pelea contra la tiranía. Vinieron para pelear como hombres libres, y son hombres libres. ¿Qué harían sin libertad?”, exclama cabalgando con su cara pintada de celeste como la bandera que defiende.
“Peleen y tal vez mueran, o corran y vivirán, al menos por un tiempo, y al morir en sus camas, muchos años más adelante, ¿volverían el tiempo atrás por una oportunidad, solo una oportunidad, de volver el tiempo atrás para regresar aquí y decirle a nuestros enemigos que pueden tomar nuestras vidas, pero nunca nuestra libertad?”, dice en el recordado discurso de la cinta también dirigida por Mel Gibson.
La segunda escena, corresponde a la cruel tortura y posterior muerte que sufre Wallace a manos del juicio inglés. Ahogado, mutilado, e incluso destripado, es sometido a las más terribles acciones por parte de los ingleses, pero prefiere morir antes que doblegarse al enemigo. “¡¡¡LIBERTAD!!!”, grita con sus últimas fuerzas.
Corazón Valiente fue galardonada con cinco premios Oscar, entre ellas, Mejor Película y Mejor Director, pero ¿Quién fue realmente William Wallace?
La Inestable situación política de Escocia
Hacia fines del siglo XIII -en 1286- Escocia vivía un momento crítico: el Rey Alejandro III falleció, dejando como heredera a su nieta de tres años, Margarita. La infanta -llamada Doncella de Noruega- estaba al cuidado de su padre, Erico II, un príncipe noruego que se había casado con Margarita de Escocia, hija de Alejandro III. Sin embargo, Margarita había fallecido a temprana edad, al igual que los otros dos hijos del Rey: Alejandro y David.
Sin una jerarquía clara, la nobleza escocesa organizó una regencia que gobernara en nombre de Margarita -nieta del fallecido rey-, y que fuera capaz de frenar cualquier intento de alzamiento. Para ello, convocaron una reunión en Scone, lugar milenario en el que los celtas coronaban a sus reyes, y designaron a seis Guardianes para liderar Escocia.
Solo cuatro años después -en 1290-, Margarita falleció durante un viaje entre Noruega y Escocia, hecho que el Rey Eduardo I de Inglaterra vio como una oportunidad para dominar las altas tierras del norte.
Aprovechando que varios nobles tenían deudas con él en cuanto a vasallaje por las tierras que poseían en Inglaterra, Eduardo I ofreció a uno de los suyos -John Balliol- como uno de los guardianes. Balliol inmediatamente le juró lealtad al monarca inglés, al menos en un comienzo.
Cuando Eduardo I intentó sumar Escocia a sus guerra feudal con Francia, encontró oposición por parte de los barones escoceses, quienes hicieron todo lo contrario: formaron la Vieja Alianza Franco-Escocesa contra Inglaterra.
Eduardo tomó acciones contra Escocia, enviando una expedición que en 1296, capturó a John Balliol y le quitó todos sus títulos y privilegios concedidos por la corona inglesa, para luego llevarlo a Londres a cumplir condena en prisión. Además, ordenó arrancar la roca de Scone -donde se coronaba a los reyes escoceses- para dejarla en la Abadía de Westminster.
No fue todo. Eduardo I ordenó enviar más tropas inglesas a Escocia y designó funcionarios para gobernar el país en su nombre. Más de dos mil escoceses le juraron lealtad, según detalla una investigación del académico Julio Rubén Valdés Miyares, publicada en el sitio web de Nat Geo.
El papel de Wallace en la rebelión
La familia Wallace deriva su nombre de francés “le Waleis”, que se traduce como “el galés”, un linaje vasallo de la dinastía Stewart o Stuart. La familia de William era influyente en la localidad de Ayr en Escocia, ya que su padre era dueño de una pequeña propiedad rural, y su madre era hija del sheriff del condado. Sin embargo, William no era primogénito, por lo que no heredaría propiedad alguna.
Hacia 1289 pasó un tiempo en el condado de Stirling bajo la tutela de un pariente clérigo, ya que en aquel entonces, se asumía que un hijo menor sin tierras, debía dedicarse a la iglesia. De hecho, las investigaciones atribuyen a su tío capellán el interés de William Wallace por el sentido moral y el valor de la libertad, los que asimiló por medio de la lectura.
Wallace juró lealtad a John Balliol y se unió a la negativa contra el dominio inglés de Eduardo I. El escocés formó parte de la campaña comandada por Robert Wishart, obispo de Glasgow, que se oponía a los sheriff ingleses encargados de cobrar impuestos.
De hecho, en 1297 Wallace asaltó Lanark con una banda de 30 hombres, y asesinó al sheriff local. De acuerdo a diversos historiadores, la causa principal fue que ese sheriff había mandado a ejecutar a su pareja, Marion Braidfute -quien también es retratada en la cinta de 1995-.
Desde entonces, Wallace organizó una suerte de ejército campesino para contrarrestar el dominio inglés. Si bien los nobles escoceses intentaron aportar, fueron doblegados por las tropas de Eduardo I. No así Andrew de Moray, quien recuperó los castillos del noroeste de Escocia de las manos inglesas.
Wallace y Moray decidieron unir fuerzas para enfrentarse a gran parte del ejército inglés. El lugar fue Stirling, donde los escoceses emboscaron a sus invasores en el puente sobre el río Forth. Según las investigaciones, murieron 5 mil ingleses. Sin embargo, Andrew de Moray falleció por heridas de batalla.
El monje inglés Walter de Guilsborogh, explica que antes de la batalla de Stirling los ingleses enviaron a dos frailes para negociar la paz. En vez de eso, el "ladrón" de Wallace les respondió: "No estamos aquí para hacer la paz, sino para luchar y liberar nuestro reino".
Wallace continuó organizando campañas de saqueo en el sur de Escocia y Norte de Inglaterra, lo que lo hizo digno de ser armado caballero y único Guardián de Escocia, título impensado para un hombre nacido en un pequeño terreno rural sin herencia.
William Wallace gobernó gran parte de las tierras escocesas arrebatadas a los ingleses, sin embargo, en 1298, Wallace organizó una campaña en las cercanías de Falkirk que resultó en altas bajas locales y su primera gran derrota.
Los escoceses se situaron frente a un terreno cenagoso con un bosque a sus espaldas. Según relatan las leyendas, Wallace dijo a sus hombres: “Os he traído al ruedo; ahora bailad lo mejor que podáis”, pero los primeros en atacar fueron los enemigos.
Los ingleses atacaron sus flancos, evadieron el terreno cenagoso, y lanzaron flechas desde los arcos galeses que podían alcanzar distancias superiores. Poco a poco comenzaron a caer los soldados escoceses hasta que incluso Wallace decidió huir.
Tras la batalla de Falkirk, los nobles de Escocia decidieron llegar a un acuerdo de paz con Eduardo I. Wallace, en tanto, estaba fugitivo. Robert Bruce y John Comyn fueron designados como guardianes de las tierras del norte británico.
Durante un año, William Wallace lideró una guerrilla, para la que buscó apoyo en Francia, Noruega y Roma, pero volvió a Escocia resignado a luchar por su cuenta. Tuvo algunos éxitos contra los ejércitos ingleses, hasta que en 1304, sus tropas fueron derrotadas y en solitario debió huir.
El juicio y muerte de William Wallace
En 1305, un caballero escocés -vasallo de Eduardo I- delató a Wallace cuando estaba por reunirse con Robert Bruce. Wallace fue arrestado y trasladado a Londres para enfrentarse al Rey en la Abadía de Westminster, donde fue enjuiciado por los cargos de bandidaje y traición.
Wallace no podía hablar durante el juicio, pero cada vez que era llamado ‘traidor’, decía que él siempre fue leal al Rey John Balliol -de Escocia- y jamás a Eduardo I.
William Wallace fue condenado a muerte, con un proceso cruento y extenso, diseñado con el objetivo de humillarlo y enviar un mensaje a todo aquel que osara alzarse contra la monarquía.
Como prisionero, fue maniatado a un caballo y arrastrado por seis kilómetros por Londres, envuelto en piel de buey para no desgarrar su cuerpo “antes de tiempo”. Al llegar al campo de ejecución en Smithfield, lo ahorcaron por “asesino y ladrón”, y cortando la cuerda poco antes de que muriera.
Luego fue mutilado y destripado aún estando vivo, por el cargo de “traidor a Inglaterra”. Su corazón fue extirpado y echado al fuego, al igual que su hígado pulmones e intestinos, en castigo por el sacrilegios de saquear iglesias.
Finalmente, fue decapitado su cabeza fue ensartada en un poste en el puente de Londres. Su cuerpo fue descuartizado: para enviar una parte a Newcastle -región inglesa que Wallace atacó entre 1297 y 1298-, y otra parte fue enviada como advertencia a tres ciudades escocesas: Berwick, Perth y Stirling.
Curiosamente, la muerte de Wallace no provocó protestas ni la continuación de la guerra. Todo lo contrario. Para los nobles escoceses, fue un paso para lograr el acuerdo de paz (que no duró mucho).
Robert Bruce cambió de bando en 1306 y reclamó el trono escocés para sí mismo, lo que dio paso a una nueva rebelión. En 1307 murió Eduardo I cuando pretendía derrotar a los rebeldes del norte, lo que dio a Escocia su independencia: Eduardo II -hijo de Eduardo I- fue vencido en la batalla de Bannockburn (1314).
Seis años después, los nobles redactaron una carta para el Papa, solicitando el reconocimiento para el Rey Roberto I de Escocia. En la Declaración de Arbroath, escribieron: “No es por gloria, ni riqueza, ni honores por lo que luchamos, sino por la libertad; por eso sólo, a lo que ningún hombre honrado renuncia salvo con su vida”.
400 años después -en 1707- Escocia fue integrada a Reino Unido, pero William Wallace es recordado en la historia medieval británica como un héroe de la rebelión. Incluso tiene estatuas y placas conmemorativas que lo recuerdan, desde Londres hasta las Tierras Altas.