Ángel Parra (54) entró en fase de negación. “No quise hacer clases durante casi dos meses. Mis alumnos quedaron en stand by”, dice con respecto a la decisión que adoptó al inicio del confinamiento, en marzo, cuando sintió que era totalmente imposible hacer sus habituales cursos de guitarra a través de una pantalla.
“No me daba confianza. Yo trabajo mucho con la tecnología, pero la distancia y no poder estar en la inmediatez de una pieza con una persona compartiendo y tocando juntos, me parecía insólito. Sin embargo, después de hacer un par de cursos de guitarra online y de grabar para un festival de jazz, empecé a entender que la cuestión había que hacerla. Después retomé con mis alumnos, porque en el mundo de Zoom también hay un aprendizaje de verse a sí mismo, el cómo uno enseña. Tiene un lado positivo para uno como docente”.
-Pero en un terreno más musical, ¿se acostumbraría a esta forma de presentar su música?
Me genera lo mismo que a todos. No nos gusta. No nos sienta bien. No hay otra manera, pero la falta de la cercanía con el público, del aplauso, de las reacciones... Cuando uno toca, muchas veces en el jazz hay mucha búsqueda de la perfección, pero lo que el público busca siempre es algo más simple, una sensación cálida de cercanía con el artista, de saludarlo, de abrazarlo. Entonces va mucho más allá de tocar bien o mal, sino que es una sensación de distancia que se quedó por un buen tiempo acá y que no permite que estemos en la otra dinámica.
Pero la vida bajo techo permite otras dinámicas. Y otras maneras de vincularse con el respetable. Por ejemplo, en marzo el instrumentista y parte de su equipo le empezaron a dar cuerpo definitivo al plan de editar toda la discografía de Ángel Parra Trío en plataformas digitales, ya que hasta ahora sólo habían disponibles cinco de sus once álbumes, faltando piezas claves como Patana (1995), La hora feliz (2002), Vamos que se puede (2003) y Playa solitaria (2005).
Todo un retrato de un conjunto de jazz en permanente expansión desde los 80, estirando sus influencias hacia el rock, el folclore, los boleros y la electrónica, en un entramado creativo arbóreo que incluyó teclados, órganos, samplers, tornamesas, o la inclusión de voces de la vieja y la no tan vieja escuela, como Buddy Richard, Nelly Sanders, Julián Peña y Jorge González, además de instituciones como Valentín Trujillo, Óscar Arriagada, Rafael Traslaviña o “Parquímetro” Briceño. Incluso para esta faena de rescate discográfico, Parra debió integrar otro lenguaje: “En realidad, el mundo millennial del Spotify y todo eso, es algo nuevo para nosotros. YouTube también. No es tan fácil”.
Y tampoco fue tan fácil recuperar varios de esos títulos: “Tuve que hacer una búsqueda larga. No tenía los másters. Me tuve que mover mucho para conseguirlos, algunas carátulas también. Me ayudaron algunos fans por Instagram. Se armó un bonito gesto de comunión en torno a Ángel Parra Trío, en el que colaboraron muchas personas”.
-Pese a que siguen tocando con otros miembros, ¿la época más reconocida de Ángel Parra Trío es algo que tenía hoy presente?
Sí, siempre cuento que la primera banda donde yo firmé un contrato fue Ángel Parra Trío y desde ese contrato surgió la posibilidad de que Los Tres firmaran el suyo. Estas dos bandas estaban súper emparentadas, hay influencias cruzadas. O sea, por un lado estaba Álvaro Henríquez con todo su mundo de música popular, y por el otro estaba el Trío con el jazz, junto a Titae y Pancho Molina. Nuestro catálogo fue enorme y en ese momento no existían bandas jóvenes grabando jazz, entonces era como celebrar que los chilenos también podíamos tocar ese género. Nos fuimos empapando de distintas influencias.
-¿Eso fue premeditado o se dio solo?
Era casi jugando. Y también buscando el respeto a los músicos mayores, dándole el sitial que merecen a algunas personas que uno va conociendo en el camino, como Rabanito o Lalo Parra. Tantas cosas que uno empezó a sentir que este país se había portado mal con esa gente, entonces por qué nosotros, si nos estaba yendo tan bien con Los Tres, no empezábamos también a invitarlos a tocar jazz.
“Y nos damos cuenta de que también la esencia del músico chileno, en ese ámbito, es la de alguien que toca muchos estilos al mismo tiempo y que hay discos que son clave, como el de Buddy Richard en el Astor. Uno ahí dice: a estos caballeros, ¿de dónde se les ocurrió un ilusión sonora tan especial? Entonces eso fue un acto de generosidad no premeditado. Nuestra esencia era no aburrirnos nunca con lo que estábamos haciendo”.
“El incorporar músicos chilenos que no tenían nada que ver con el jazz es una bonita manera de ver nuestro aporte y nuestra carrera hacia atrás. Ese es un punto que nos anotamos a favor. A veces la gente no acepta muy bien la evolución en los artistas, pero yo puedo decir al menos que evolucioné y eso lo encuentro muy meritorio y valiente”.
-¿Cree que a Ángel Parra Trío se la ha dado el sitial que corresponde?
Yo creo que sí. Se le dio el mérito que corresponde, el que ve la gente común y silvestre, la que va a las tocatas no a mirar la destreza del ejecutante sino más bien a emocionarse con la música que escuchó, a la entrega de los músicos con una sonrisa en el escenario, al sudor cayendo, ese es el público masivo al final. Ángel Parra Trío pudo atravesar las alamedas del gran público.
-¿Es nostálgico de la versión más clásica de Ángel Parra Trío, con “Titae” y “Moncho” Pérez?
No, porque creo que he ganado más de lo que he perdido. He ganado en experiencia. Habían muchas cosas que estaban ocurriendo en el momento que me hacían sentir una etapa de la vida que pasaba muy rápido. Eran muchas cosas al mismo tiempo. Las disfrutaba y estaba en un momento de lucidez máxima, como músico, pero también muy ordenado mentalmente.
-En otro tema, ¿cómo ve el conflicto del Museo Violeta Parra a partir de los incendios que sufrió? Básicamente, el enfrentamiento entre Isabel Parra y la directora, Cecilia García-Huidobro.
Yo estuve en el directorio hasta 2016. Entonces, no sé mucho más. He visto lo que sale en la prensa y creo que la obra de Violeta es imperecedera, es infinita, y lo que importa más acá es que esa obra vuelva en algún lugar para que la gente la visite de la forma que sea. He sabido por la prensa que se va a reconstruir ese museo y es muy bueno que ocurra. Mi papá era una persona que estaba muy orgullosa de ese edificio. Lo que pasó fue algo natural , por lo que estaba sucediendo en Plaza Italia. No se podía evitar. No había manera de que no ocurriera, pero tampoco me lo tomé a lo personal, porque siento que la obra de la Violeta trasciende a cualquiera.