Especialista en la historia económica de Chile de los siglos XVIII y XIX, Eduardo Cavieres Figueroa, porteño y con 75 años recién cumplidos, hace rato que mira el presente a la luz de lo que ha ocurrido en las últimas décadas. “No me interesa el pasado por el pasado. Me interesa el pasado sólo para entender el presente”, dice el premio Nacional de Historia 2008.
Eso sí, en 2019 hubo un 18 de octubre y ese hito encauzó la mirada y lo presionó a escribir con cierta prisa Octubre 2019. Contextos y responsabilidades políticas y sociales (1998-2019 y más…).
Contra las expectativas que pueda sugerir la portada, donde el título se resquebraja cual vidriera alcanzada por un peñasco, el libro no es un estudio del “estallido” (fenómeno que prefiere nombrar “convulsión social”). Más bien, el volumen parece animado por una convicción que se expresa al final de su obra: Chile necesita pensarse a sí mismo, mirarse al espejo, “redescubrirse y tener futuro”. Y más allá de analistas y políticos, esa es una tarea que comienza “en cada uno de nosotros”.
Que el libro verse sobre los últimos 30 años y no sobre octubre propiamente tal, no significa que su autor subestime la impresión que le produjeron los acontecimientos de hace 10 meses. Más bien lo contrario: “Como sucedió con la mayoría del país, me sorprendí, no ante las legítimas demandas sociales que se hicieron presentes, sino con la violencia que acompañó el fenómeno”, declara hoy vía Zoom a La Tercera.
Dice que otros elementos del fenómeno le resultaron menos decisivos, como las marchas del 25 de octubre, y agrega que las lecturas de Zygmunt Bauman y las manifestaciones sociales de hace unos años, desde la Primavera Árabe hasta los indignados europeos, le sugerían que “todo se desvanecía rápidamente y el curso casi normal era la inserción de dirigentes principales en los aparatos tradicionales del poder estatal”. El problema, por tanto, era la violencia, y ese problema, con pandemia y todo, “sigue siendo, no sólo una amenaza a la desigualdad existente, sino también a un sistema político de democracia representativa que necesita ser perfeccionado, pero no destruido”.
Y frente al contraargumento según el cual la violencia de octubre es una respuesta a otras violencias -estructurales, institucionales -, y por lo tanto justificada, plantea: “Hay una violencia institucionalizada, pero esa violencia tiene un proyecto; malo para la mayoría, pero un proyecto”. Incluso en los movimientos revolucionarios, agrega, cuando la gente común se lleva la carga más pesada de la violencia, esta termina institucionalizándose. Y ahí es donde se pregunta por el significado de la violencia desatada a partir de octubre: “Me preocupa mucho que esa violencia vaya a reaparecer en un tiempo más, porque quienes han protegido esa violencia, directa o indirectamente (más indirectamente, hasta donde uno puede visualizarlo) lo hacen desde el escudo de sus propios proyectos políticos, pero esos proyectos no los conocemos”.
Ud. plantea la necesidad de una democracia de otras características. ¿La habido en Chile?
No podemos recurrir al pasado. Ni siquiera hoy, desgraciadamente. A mí me gusta el Estado de Bienestar, pero no podríamos recrearlo en las condiciones de 1950 o 1960. La democracia representativa está hoy en las peores condiciones: prácticamente toda la Europa del Este ha terminado volviendo a ser una Europa autoritaria. Y lo que está sucediendo en Chile es simplemente avanzar hacia un tipo de autoritarismo, llámele populismo, llámele nuevo socialismo, pero que trata de recrear situaciones del pasado. Para mí es más importante lo que trató de hacer Macron, que todavía está en discusión: frente a los chalecos amarillos, surgió el intento de transformar la democracia representativa, de adicionarle elementos a partir de un sistema donde a los ciudadanos también se les llamaba a participar. Es un poco lo que trató de hacer Bachelet con encuentros locales para la Constitución. La democracia representativa, para mantenerse, tiene que transformarse, pero no revisitando el pasado, sino en términos de las condiciones de hoy.
Problemas no resueltos
“Se suele pensar que la situación actual es producto de la pandemia y que, en el caso chileno, sus efectos se suman al inicio de la situación iniciada en octubre. No es así”, afirma. Es la sumatoria de problemas estructurales no resueltos, explica: “En los últimos 30 años hubo avances, pero se transformaron más en índices internacionales que en una verdadera transformación social”.
El historiador añade que si bien la política y la sociedad se distanciaron “la institucionalidad podía mantenerse. La violencia, muy concentrada y de pocos participantes, rompió con ello y, aun cuando se trata de una crisis del Estado, el gobierno se mostró débil y con pocas capacidades para frenar la situación”.
Para que la política conduzca a un mejor desarrollo ciudadano, dice, se requieren “personas con visión de sociedad y de futuro, responsables de sus actos y de sus decisiones”. El problema es que “en Chile eso no está funcionando”.
Lo anterior, prosigue, se da porque “no tenemos voces respetables: ni en el gobierno, ni en los partidos políticos, ni en el Parlamento, ni la Corte Suprema, ni en la Iglesia, ni en las universidades. Hemos perdido”. Y en ese punto se le atraviesan, aunque no exclusivamente, los políticos: “No asumieron los buenos momentos económicos ni las posibilidades que se les presentaron para hacer del país una mejor sociedad”, observa. “Los nuevos políticos tienen reclamos y por cierto tienen un diagnóstico, pero no tienen un proyecto de país definido y son más acción que pensamiento”. Pero hay también responsabilidades sociales, matiza: “Ahí, el sector que más observo es el de los jóvenes, especialmente universitarios, que han equivocado el camino y han debilitado la esencia de la universidad”.