Al salir de la consulta del médico, partieron a la juguetería. El escritor argentino Alan Pauls y su pareja, la dramaturga Lola Arias, llevaron a su hijo Remo, de seis años, a consulta por una herida en el talón. Todo salió bien, y fueron entonces por un juguete para el niño. Era una mañana luminosa en Berlín, y Pauls se sintió a gusto disfrutando la paternidad a los 61. “Y nos vi ahí, caminando los tres en la calle, contentos, y dije: ‘Esto se parece mucho a un estado como de felicidad’. No pasaba nada demasiado trascendente, y ningún deseo muy majestuoso se había realizado, pero había un bienestar”.

Desde hace un año, Pauls, Lola Arias y su hijo Remo está en Berlín, gracias a una beca de residencia. En este período, el narrador y crítico de cine culminó una nueva novela, La mitad fantasma, que será publicada en marzo de 2021, según cuenta en el podcast de la escritora y periodista Karen Codner, que será emitido el lunes (www.karencodener.com y en “Celular. Un llamado a la creatividad” en Spotify). Acá ofrecemos extractos editados de la conversación.

Con El pasado, novela ganadora del premio Herralde 2003, Pauls logró reconocimiento internacional. “Me gusta cuando alguien me dice que leyó El pasado”, dice. “No soy como esos rockeros en decadencia que siempre piensan en el hit que los llevó a la módica fama, con rencor o resentimiento. Aunque soy un escritor en decadencia, me parece que El pasado fue un muy buen momento para mí”.

Aquella novela se relaciona con La mitad fantasma a través de un autor que Pauls admira: “Nabokov es una sombra que planea en general mucho sobre lo que escribo, a veces para mal, porque es muy difícil escribir como Nabokov. Escribir como Nabokov es casi tan difícil como escribir como Borges. Y a veces, muchas veces, para bien, porque como todo gran escritor inventa posibilidades para otros. Así que hay algo de Nabokov en El pasado y también, en la novela que vine a escribir aquí a Berlín y que terminé hace unos meses”.

La mitad fantasma es una novela en cuatro partes, que transcurre entre Buenos Aires y Berlín. “Es una historia, básicamente, de amor a distancia. Es el romance entre un señor maduro de temperamento más bien sedentario, que está ya experimentando el modo en que la época lo deja atrás, pero que tiene ciertas astucias y ciertas armas para todavía colgarse de ella, y una mujer más joven, que tiene una de esas existencias muy contemporáneas, que proliferan hoy, que se dedica a cuidar casas por el mundo. Va de casa en casa, vive quince días, un mes, según el tiempo que la contraten, y cuida casas, y muchas veces las mascotas, la gente mayor o las plantas que vienen con las casas, a cambio simplemente del alojamiento, y para subsistir da clases de idioma por internet, online. Entonces, es un romance por Skype”.

Al escritor le interesan los efectos de la tecnología en las relaciones humanas, “sobre todo los desperfectos de la tecnología”.

“Antes, cuando apareció el mail, uno decía: se acabaron las cartas”, recuerda. “Y sin embargo, ahora con el WhatsApp y con las nuevas aplicaciones, uno piensa en el mail como si fueran las nuevas cartas, y, de hecho, la gente que se sigue comunicando por correo electrónico es gente que perdió totalmente el tren, en cierto sentido, yo entre ellos, por supuesto. Pero hace diez o quince años el mail era una especie de shock tecnológico para los que estábamos acostumbrados a escribir cartas y a esperar la respuesta. Hoy ya es una tecnología completamente anacrónica. Pero yo creo que es entonces cuando la tecnología se pone más interesante, cuando empieza a perder contemporaneidad y a ser usada de otra manera”.

En este sentido, agrega, “ahora entre escribir un mail y mandar un WhatsApp, obviamente la gente prefiere mandar un WhatsApp. Y solamente la gente que todavía cree en las frases, que todavía cree en la sintaxis, que todavía cree en los párrafos, en los puntos aparte, en los acentos, en las palabras completas y no abreviadas, solamente esa gente que ya son como monstruos antediluvianos, solamente ellos escriben mails ¿no?”.

Pauls cuenta que la única red social que utiliza es Instagram, “una red mucho menos agresiva” y que se despidió de Facebook y de Twitter. “La gente vive despidiéndose de tecnologías, la gente vive velando tecnologías, vive enterrando tecnologías, y pasando rápidamente a otras”.

Con una de las mejores gestiones del Covid en el mundo, Alemania le brindó un refugio amable de la pandemia. “Dentro de todo fue bastante tolerable, porque lo único que hubo que lamentar, acá en Berlín, fue la suspensión de los jardines de infantes (por dos meses)”, cuenta. “Pero de todos modos aquí siempre se pudo salir (...) Nunca hubo una restricción del movimiento, entonces, podíamos ir a la plaza, podíamos andar en bicicleta, no podíamos tener contacto con gente, pero para un niño de seis años, y un niño muy muy enérgico como mi hijo, yo creo que lo peor hubiera sido tener que quedarse encerrado”.

Hijo y nieto de alemanes, Pauls está a gusto en la ciudad. “Me siento bastante identificado con cierto modo de ser berlinés, como áspero, hosco, malhumorado, pero en el fondo buena onda. Yo creo que tengo un poco de eso. Me gusta mucho de la ciudad, que me parece como una versión bastante civilizada y utópica de lo que uno podría esperar de una gran ciudad, es decir, un lugar más o menos ordenado, más o menos armónico, y a la vez, un lugar donde puede pasar un poco cualquier cosa. Es una ciudad en que es muy difícil aburrirse y, sin embargo, en la ciudad las cosas funcionan. Tiene principios, reglas, muy claros, pero se las ingenió para inventar dentro de sí misma como bolsones de azar, de improvisación, de invención, que la mantienen en un estado de vitalidad increíble”.