Al parecer, nos estamos desconfinando, pero puede ser solo una quimera. Hay que estar atentos, alertas. Quizás eso es lo que me sucede: los estados alterados te hacen apreciar lo que antes no eras capaz. A su vez, te hacen tener menos paciencia con lo que te atraía. Espero que la pasada por este invierno-del-infierno y este otoño traidor no haya sido en vano. Un paseo con la muerte, a fin de cuentas. Revisando sin éxito qué ver o leer, te lleva a depurar tus ansias, te resintoniza el radar. Es cierto: muchos solo desean retornar a la normalidad, pero otros queremos un nuevo tipo de arte, otro pop, otros bombardeos.
Buen momento para crear, creer y consumir cultura popular.
Hemos resistido sin cines, teatros, recitales, bares ni librerías. Es cierto: se inventaron rápidamente sucedáneos, pero al parecer lo que más recordaremos (y sí, estamos ya comenzando a mitificar lo que aún no termina y puede volver) es lo que leímos. Entre otras cosas, porque se leyó mejor, se leyó como si no existiera otra cosa (así se hacía antes) y se hizo en silencio. A veces incluso me confundo y creo que leí lo que vi en diversas aplicaciones de streaming. A lo mejor es cierto: estamos entrando en algo así como un paréntesis. ¿Qué viene a continuación? O, quizás, lo correcto sería preguntarse: cómo me pillará. Otra interrogante lógica es: quién me hará cariño (quién me apañará, contendrá, gatillará) cultural, creativa y artísticamente. En otras palabras: quién me tomará la mano y me ayudará a entender el mundo, para que dé menos miedo, o para que todo parezca más fácil y podamos salir de las cuatro paredes en que nos aislamos. Se rumorea que muchos perdieron sus habilidades sociales y desean quedarse adentro para siempre. Un amigo me dice: esto de juntarse en el exterior y estar atento, preocupado, paranoico, con máscara, no es un paseo, es un safari.
Qué vendrá. ¿Cielos anaranjados por el fuego? ¿Calores dementes? No tengo claro lo que nos deparará el futuro próximo, pero creo que todos sabemos que viene raro y espeluznante, por citar a Mark Fisher que, se me ocurre, terminó siendo el filósofo pop de la pandemia, aquel que nos guió, nos hizo comprender que no siempre hay que comprender, que el pop y la música y ciertas películas nos cuentan cosas de manera cifrada y que es bueno estar atento, que el futuro se quedó en el pasado y ahora es necesario celebrarlo, para poder armarse frente a lo que vendrá. Su K-Punk 2 ya está en español y es bueno que esté en las casas como un diccionario o una biblia.
Junto con Fisher, llegó para quedarse Mariana Enríquez. No es que no estuviera en ciertos libreros, pero de pronto el verdadero virus que nos infectó fue la obra, la prosa y el particular ángulo de la Enríquez. O quizás no tan particular, porque esta notable autora argentina -que lleva casi tres décadas apostando por sí misma, por sus héroes, fetiches y fascinaciones- cruzó el umbral de ser de culto a ser masiva o ingresar al canon. O dicho más pandémicamente: se viralizó. En el sentido de que, de pronto, todos empezaron a leerla. No fue un asunto de moda, sino de sobrevivencia, porque Nuestra parte de noche nos ayudó a entender lo que nos estaba pasando y nos conectó con ciertas partes que queríamos tapar, que nos daban miedo. Si la alarma se enciende cuando se pierde la trazabilidad, en el caso del semestre de Gaspar-y-compañía sucedió lo contrario. De pronto, todos parecían estar leyéndola, gozando, compartiendo escenas, comentando, cuidando spoilers y buscando otros libros de ese universo adictivo y curioso, francamente raro, pero para nada ajeno. Acaso esto es el realismo mágico destilado. Una posible lectura de lo que hace Mariana es llevar el pop y un imaginario global a lo cotidiano e incluso a lugares donde no habíamos ido literariamente: las Cataratas de Iguazú, las calles de La Plata, las villas rurales de los millonarios y las casas chorizos de barrios donde no pasamos los turistas. Es altamente probable que Nuestra parte de noche sea algo así como el nuevo Cien años de soledad, aunque más gay, más caliente, más misterioso, más duro y más en versión de género. Los dos libros desean llegar a todos y poco menos que incluyen a todos. Mariana es más culta, sin duda, más cosmopolita que Gabo. Pero ambos llegaron a explicar lo inexplicable. Cien años de soledad se propuso explicar una América Latina que existía mucho antes que apareciera el libro y que contaba -en parte- el terreno que estábamos pisando. Nuestra parte de noche quiere muchas cosas y las logra todas, pero una de ellas es hacernos parte de lo raro, de lo espeluznante, de ese inmenso otro lado. Ambos lo hacen con personajes inolvidables. Aunque el gesto de Enríquez me parece más arriesgado que enfrentar la historia como un cuento de hadas. Aquí (y en todos sus libros, incluso sus primeros intentos que casi derivaron en fan-fiction de primera línea) intenta llevar hacia el arte al género o, quizás, convierte, por fin, el género en arte y mira al terror a los ojos y lo mira con ojos latinos.
Pocas veces un libro ha logrado captar los signos de los tiempos, para acordarnos de Prince cuando más falta nos hace. Es curioso, fascinante y remecedor todo lo ligado a esta novela que, a pesar de estar en Anagrama, a pesar incluso de haber ganado el Premio Anagrama, voló y se encerró en los cuartos confinados durante estos meses por todos los países donde se habla español. “Todo falla, pero no les tengo miedo. Son ecos. Manifestaciones. No pueden tocarnos. Solamente es desconcertante”, le dice Juan, acaso el personaje masculino más dañado, frágil y fuerte (un alfa no alfa) que ha creado el imaginario latinoamericano en mucho tiempo, junto a su hijo Gaspar, cuando aún no se ha convertido en un River Phoenix.
Enríquez, como todo gran artista, seduce y te lleva a su mundo, lo quieras o no. Seduce y te persigue, ingresa, te contamina. “Persígueme como un fantasma, haunt me”, pide Juan. Eso es lo que hace Mariana con su mundo, con sus casas, sus personajes. En El otro lado, su inmenso libro de “retratos, fetichismos, confesiones” que justo apareció como una suerte de tomo extra de una franquicia inexplicable, se hace cargo de su obra periodística y uno sale “muy Mariana”. Es decir, capta lo que se sospechaba: la autora se parece a su obra. Algo que, en rigor, pareciera no importar, pero que es básico. Lo que la obsesiona en la vida real es lo que infecta su ficción, y ambas se parecen. Su fascinación con rockeros bellos y ambiguos es lo que inyecta su prosa al crear su galería de personajes masculinos. Capaz que sea mejor narradora que cronista pop, sin duda vuela más al estar algo menos expuesta, pero lo que es indudable es que tiene un mundo y lo ama, y eso es lo que comparte, aunque sea por pedazos, a muchísima gente ansiosa que devora su oscuro pero sensual imaginario. Hace tiempo que un autor no nos daba lo que queríamos o necesitábamos. Te pasea por los cementerios y su meta es clara: desea que te quedes ahí.
Lo cierto que es todo lo que escribe y ha escrito Mariana Enríquez es parte de su mundo y todo esto se remite o puede remitirse a su última novela. Con sus otros libros, que devoré y releí como si fueran nuevos, como si fuera el fan que no sabía que era -tal como ella es fan antes que narradora-se entiende lo clave que fueron sus primeras novelas juveniles, que merecen ser reeditadas sin culpa. Volver a sus cuentos te hace creer que fueron una estrategia para preparar a su público, supuestamente más culto o que no les interesa Stephen King o nada gótico o vampiresco, a lo que vendría. De pronto, Nuestra parte de noche alteró la noche, el día y mis libreros. Desempolvé a Sábato, al que quise tanto y del que luego renegué, cuando capté que era un autor incorrecto, lo mismo que Puig, Bioy Casares y Silvina Ocampo. De hecho, leer La hermana menor, su retrato/investigación del personal mundo de esos multimillonarios cultos que fueron las Ocampo y su círculo se transforma en una suerte de making of de Nuestra parte de noche. Mercedes, en efecto, es Silvina. O casi. Enríquez parece ser la hija espuria del pop y quizás más globalizada de lo necesario, pero apostar por su mundo subraya lo que implica ser rioplatense y conversa cara a cara con los que vinieron antes y la colocaron en su lugar privilegiado (“...eran caníbales bajo la luna, embarrados, llenos del olor del río”).
En El otro lado, justo cuando estás dudando si tanta obsesión con los Rolling Stones es sana, Mariana te entrega data, trivia, te traza el mapa o invita a ver los planos y túneles secretos, los vasos comunicantes que llevaba décadas planeando y que tuvo la buena suerte (o quizás demasiada simpatía con el demonio) para aparecer en el momento justo en que necesitábamos perdernos, internarnos en otro mundo, poder subrayar las frases que nos ayudarían a sobrevivir con algo de calma la locura nocturna en que estuvimos sumergidos.