Diciembre de 1998. El Cilindro de Avellaneda estaba a punto de reventar. Los más de 80 mil seguidores que repletaron el recinto en el que Racing Club oficia de local, no pararon de gritar durante dos horas. El ambiente tan espectacular que suele brindar el deporte rey, marcado por la cultura del aguante, esa que adorna los partidos con cánticos enfervorizados y saltitos sobre el tablón, según los presentes, armonizaba pequeños sismos de alegría. Pero esta vez no jugaba “La Acadé”. No se lo veía a Capria tirando paredes con Latorre, o al “Chelo” Delgado pateando a tres dedos. Esa noche, tras cuatro años de ausencia, el 10 que encantaba a la grada no era otro que Carlos “Indio” Solari y su equipo, Los Redondos.
La escena no era nueva. Para nada. Desde su explosión en la segunda parte de los ochentas, Los Redondos, y posteriormente Solari en solitario, ya no eran más sólo una banda de rock, rock barrial vale la pena distinguir. También se habían transformado en el equipo de fútbol con mayor convocatoria del país. Con sorprendente facilidad atraían -y reunían- más fanáticos que River Plate o Boca Juniors, los cuadros más populares al otro lado de la cordillera.
O eso parecía. El fenómeno ricotero, esa suerte de ritual amoroso por Los Redondos -y por los colores-, fue decantando en una bola de nieve que llevó a una banda que solía presentarse frente a cien tipos en humildes pubs, a que en un corto plazo batiera récords en Obras, Huracán, Racing y River. Y de pronto presentaba un problema mayor: no había estadio en la Argentina que alcanzara. El pogo más grande del mundo era sinónimo de desborde.
Una relación que se tradujo en habituales sobre ventas de tickets, además de los excesos y, nuevamente, el -malentendido- aguante tan propio del folclore de las barras bravas. En resumidas cuentas, esta suerte de "futbolización" de los espectáculos en Argentina, que tuvo al "Indio" Solari como referente, y que se extendió a otras bandas del rock albiceleste, generó un escenario propicio para la tragedia.
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"¿Se van a portar bien?". Casi como una premonición, acaso sospechando que las cosas no andarían, Patricio Fontanet, líder de Callejeros, abría el tan esperado concierto con una pregunta abierta a su barra.
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La relación entre las bengalas y la música, así como las bengalas con el fútbol, guarda un triste historial. En la década de los ochenta, el "Flaco" Luis Alberto Spinetta, uno de los padres del rock argentino, compuso "La bengala perdida", canción-homenaje al hincha de Racing Club de Avellaneda que en 1983 perdió la vida en La Bombonera, cancha de Boca Juniors, víctima de un proyectil que recibió de lleno en la garganta.
Pero, como suele ocurrir, el tiempo borró todo. Incluso la suerte de advertencia que implicaba el tema-mensaje de Spinetta. Las bengalas no sólo permanecieron en el deporte rey, sino que además, de manera acelerada, se sumaron como un ritual más en los conciertos multitudinarios. Quizás como parte del fenómeno que comprendía la "futbolización" de la música trasandina.
Precisamente, el uso de las bengalas como un condimento especial, una estética que adornaba la potencia de su música y espectáculo, es un tema que siempre persiguió a Callejeros. A la banda se la acusaba de fomentar la pirotecnia entre sus fanáticos. Incluso en el posterior juicio, una de las conclusiones fue que el grupo "toleraba el uso de pirotecnia. Ello así, pues su empleo en los recitales fue siempre una constante y nada serio se hizo para evitar que esa práctica cesara definitivamente".
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La noche del 30 de diciembre de 2004 prometía ser una fiesta. Callejeros, el mismo grupo que unos cuantos meses antes había inaugurado los recitales en República Cromañón, era el encargado de cerrar con broche de oro la velada. Cerca de seis mil fanáticos se habían dado cita en el barrio porteño de Once para disfrutar de los éxitos de Patricio Fontanet y compañía. Pero todo desencadenaría en la peor de las tragedias que recuerde el rock argentino.
El reloj marcaba las 22 horas y 50 minutos cuando los hinchas por fin comenzaron a responderle a Fontanet. Negativamente, por desgracia. Bengalas encendidas y elementos pirotécnicos amenazaban la integridad de todos los presentes. Hasta que, finalmente, ocurrió lo que muchos temían: un proyectil impactó una plataforma de plástico inflamable y unas planchas de poliuretano, dando comienzo al fatal incendio.
Las salidas cerradas y el corte de luz que provocó el siniestro no hicieron más que esparcir el terror y la desesperación entre los presentes, que no hallaban manera alguna de combatir las llamas y los gases tóxicos que provocaban los materiales quemados. 194 personas fallecieron. Algunos asfixiados, otros pisoteados. El resto: calcinados. El triste saldo también contempló 1432 heridos.
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"El caso de Patricio Rogelio Santos Fontanet… es la más grave de todos los miembros de la banda musical. Su posición de líder, miembro fundador y cara visible del grupo le daba un mayor predicamento en el conjunto y especialmente sobre sus fans. La capacidad de evitación del hecho era mayúscula", diagnosticó Eduardo Riggi, el juez que, el 17 de octubre de 2012, determinó la condena del líder de Callejeros a nueve años de prisión. Fallo revisado por otro tribunal de Casación que llegó a la misma conclusión.
En la actualidad, Fontanet y el bajista de la banda, Christian Torrejón, siguen alojados en el penal de Ezeiza, en el área de Prisma, programa especial psiquiátrico de la cárcel bonaerense. Por su parte, Omar Chabán, dueño de la discoteca, falleció en prisión en noviembre de 2014, tras haber sido condenado a 20 años de reclusión.
El Caso Cromañón también provocó la destitución del por entonces alcalde de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, considerado responsable político del suceso.
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Han pasado más de doce años desde que se desató la tragedia en República Cromañón, pero los medios trasandinos no dudan en traerlo a la palestra como un doloroso referente cada vez que se repiten sucesos con muertes, como los de Olavarría durante este fin de semana.