Dios y el diablo en el Estados Unidos de la posguerra
Tom Holland y Robert Pattinson actúan en El diablo a todas horas, una nueva película de Netflix y “un reflejo distorsionado de Estados Unidos”, según cuenta a Culto su director, Antonio Campos, quien terminó la cinta en Chile.
Antonio Campos (37) lleva semanas en Chile, en una casa a unas cuantas horas de Santiago junto a su hijo y esposa, la montajista chilena Sofía Subercaseaux. Inmerso temporalmente en la realidad local, dice algo resignado sobre el estreno limitado de su nueva película en algunas ciudades de Estados Unidos: “Todavía no la visto en la pantalla grande, así que espero ocurra algún día”.
Lejos de su Nueva York natal, también echa mano a una tradición más norteamericana que latina para presentar El diablo a todas horas (The devil all the time), la cinta que llegó este miércoles a Netflix y ha generado todo tipo de reacciones en la crítica.
“A veces la forma en que la describo es como cuando vas a un carnaval y entras a una casa de espejos, y hay diferentes espejos que te reflejan de una manera diferente y extraña. Es casi como si la película fuera eso, es un reflejo de la realidad grotesco y propio de una casa de diversiones de carnaval. Creo que más o menos eso es el gótico sureño”, señala a Culto sobre su nuevo filme, una adaptación de la novela homónima del autor estadounidense Donald Ray Pollock -aquí además narrador de la historia- publicada en 2011.
Los ingredientes de realidad están en un Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial y anterior a Vietnam, donde sigue a un grupo de personajes que viven entre el pecado, la violencia y la fe en Knockemstiff (Ohio) y Meade (Kansas). El principal es Arvin (Tom Holland), un joven que intenta crecer con el peso de un padre absorbido por la religión y las malas decisiones, Willard (Bill Skarsgård), un veterano de la guerra que aún tiene pesadillas con el frente de batalla.
“Al final, esta es una historia sobre un padre y un hijo, acerca de cómo lo que le pasó al padre se traspasa a su hijo y la manera en que este lidia con eso y vive con esa mierda”, sostiene el director de Christine (2016) y los primeros episodios de la serie The sinner. “De alguna manera, cada historia en el filme y el libro es sobre lo que una generación le traspasa a la otra (...) Me encanta cómo Don (Ray Pollock) realiza conexiones entre la fe y la violencia en esta especie de corazón de Estados Unidos. Lo más complicado de la adaptación es cómo tomas algo que amas y le haces justicia".
En el ambicioso y crudo relato que arma a lo largo de casi dos horas y media, se reúnen asesinos seriales, policías corruptos y familias fracturadas, todos en torno a una devoción casi inexplicable a la religión. Algo que el cineasta adjudica a que “estaba interesado en observar y explorar a los creyentes y no juzgarlos, intentar capturar el tipo extremo de creencia”. Plantea: “Todo lo que están haciendo, en alguna medida, está inspirado en lo que han extraído de la Biblia, las ideas de sacrificio, los actos de fe y la posibilidad de milagros”.
Dentro de un reparto plagado de grandes nombres, entre ellos Sebastian Stan, Riley Keough, Jason Clarke y Mia Wasikowska, uno de los personajes que reclama un lugar en la memoria es el encarnado por Robert Pattinson, un carismático y excéntrico cura que llega a la iglesia del pueblo en medio de la trama.
“Mi comentario número uno para Rob (Pattinson) en algunas de estas escenas fue: ‘Mira, sé que puede parecer una locura a veces, pero ve tan lejos como quieras’”, dice sobre su experiencia con el intérprete de El faro y The Batman.
“Es un actor maravilloso, muy audaz, es mi tipo de actor favorito, que hace grandes cambios y quiere hacer algo diferente cada vez y simplemente tomar grandes riesgos. Yo como cineasta quiero correr grandes riesgos así que realmente aprecio haya sido increíblemente colaborativo. Fue un placer dirigirlo”. Y profundiza en el trabajo con todo el elenco: “Muchas veces consistía en asegurarnos de que cuando hacíamos algo que era un poco extremo, tratáramos de entenderlo desde un nivel muy humano, y no simplemente: ok, esto es lo que dice el guión, esto es lo que haremos. Si hay un conflicto, (preguntarse) dónde está la humanidad, dónde está el corazón. Porque todas son personas, son carne y hueso".
En última instancia, Campos define a El diablo a todas horas como “una historia muy estadounidense”, pero “no diría que es sobre Estados Unidos, es un reflejo distorsionado de Estados Unidos que tal vez habla desde el corazón del país”.
Ese sórdido mundo podría haber llegado a festivales internacionales antes de haber saltado directamente al catálogo de Netflix, pero el coronavirus impuso otro escenario. “Por supuesto que quería un recorrido por cines, pero no estaba tan preocupado de que tuviera un gran lanzamiento en salas, sólo quería la oportunidad de que fuera vista en pantalla grande. Los festivales de cine hubieran sido algo muy bueno, pero no se están realizando de la manera en que normalmente se hacen”, indica. “Pero lo bueno es que desde mañana (viernes pasado) el filme se dará en cerca de 20 cines en las ciudades donde se pueden proyectar películas”.
Pese a proponer una mirada personal a la historia y a las posibles contradicciones del Estados Unidos profundo, el último largometraje de Campos guarda una anécdota que lo liga estrechamente a Chile: fue aquí donde el director y su esposa, montajista de la cinta, finalizaron y dieron los últimos retoques al filme. “Sofía y yo terminamos la película en esta oficina, estamos a un par de horas en las afueras de Santiago, llevamos un tiempo acá”, detalla el cineasta.
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