Es quizás el proverbio más conocido y utilizado del mundo del espectáculo, ese de que “El show debe continuar”. Y claro, estaba ahí para hablar de la serie que sigue avanzando luego de que cambia su protagonista o del primer concierto masivo después de un terremoto.
Pero cuando el mundo en general parece haberse detenido y el submundo del espectáculo se ha visto golpeado como pocas veces (sino como nunca antes), le tocó al Emmy apropiarse más que nunca de la frase e inventar cómo se hace una ceremonia de premiación sin alfombra roja, sin celebridades llenando el teatro. Una ceremonia que traspasa el nervio por el tropiezo al subir al escenario, por el de una mala conexión a internet.
Jimmy Kimmel se puso al frente del evento que partió simulando una sala repleta y con celebridades reaccionando a las bromas. Pero pronto se acabaron las risas pregrabadas y se tomó el riesgo de que los chistes fueran respondidos con silencio, dejando en mayor evidencia que nunca los que funcionaban y los que no. Y claro, hubo de ambos y fue una extraña y bienvenida novedad.
Y si bien la gran mayoría de los protagonistas estaban en sus casas, otro acierto de la ceremonia fue llevar a algunos invitados para que hicieran intervenciones en vivo junto a Kimmel. Jason Bateman, Jennifer Aniston y Laverne Cox fueron algunos de los que llegaron al Staples Center para darle mayor ritmo a la ceremonia.
Desde temprano el Emmy sacó las bromas que no podían faltar: el alcohol gel, el spray sanitizador, el test PCR, los trajes tipo astronauta, la distancia social… Y en un año que no sólo ha estado marcado por el coronavirus sino también por momentos de gran tensión racial y con una elección presidencial ad portas en Estados Unidos, tanto invitados como ganadores devolvieron a ratos la ceremonia al terreno de la actualidad, aunque los discursos más cargados de política tuvieron que esperar, porque la noche empezó enviando todas sus estatuillas a Canadá.
Parte del elenco y equipo de Schitt’s Creek se reunió en su propia gala, que tuvo mucho por qué celebrar: en su despedida, la que había partido siendo una pequeña serie canadiense arrasó con la categoría de Comedia.
Con seis temporadas en total, la ficción se convirtió en un fenómeno de crítica cuando llegó a las pantallas estadounidenses, con su historia de una familia multimillonaria que, tras perderlo todo, debe partir a vivir a un pequeño pueblo que alguna vez compraron porque les pareció chistoso su nombre. A pesar de tener una premisa simple y que incluso puede parecer algo tonta, la serie brilló con personajes extremos y por una historia de amistad y familia alejada de los clichés. Y si bien es cierto que su temporada final no fue la mejor, el hecho de no tener en competencia ninguna comedia enorme, tipo Modern family o Veep, ayudó a que se fuera a lo grande.
En las categorías de las miniseries, la mayoría de las estatuillas se fueron al lugar que se esperaba: Watchmen, aunque sí hubo algunas sorpresas, como el premio a Mejor Dirección, que partió para Poco Ortodoxa, de Netflix.
Además de Watchmen, HBO también celebró gracias a Succession, que dominó en las categorías de drama con su excelente segunda temporada, que se llevó merecidas estatuillas.
“En este momento necesitamos divertirnos”, dijo Jimmy Kimmel al inicio de un evento que logró ese cometido. Hubo algunas pausas extrañas, discursos que se sintieron demasiado largos, y breves momentos en que se veía fallar la conexión a Internet de alguno de los nominados, pero en general fue una buena ceremonia que logró sacar adelante con creces una situación sin precedentes y consiguió tres horas de entretenida televisión.