Tengo Miedo Torero: un film con gusto a poco
Los problemas de Tengo Miedo Torero parecen tener su origen en una nueva camada de películas chilenas en las que sus autores se empeñan en contar historias de los bajos fondos recurriendo a caricaturas burdas y extremas.
Sin desmerecer los dotes de Alfredo Castro, su interpretación en esta película está lejos de representar una brillante actuación. Con todo, lo más destacable en Tengo Miedo Torero es la presencia de Castro, aunque el personaje deja gusto a poco. La historia no parece ayudarlo y el guión resulta pobre y aburrido. Asimismo, la teatralidad de Castro no sintoniza con el resto de la obra, la que es demasiado fría para la sensibilidad de Lemebel.
Por otra parte, la lejanía con la realidad poco ayuda. Resulta muy poco creíble que los miembros del FPMR, preparando un atentado contra el tirano, se arriesguen a guardar las armas en la casa de un desconocido que está recién descubriendo algún tipo de sensibilidad política. Esta falsedad recuerda irremediablemente a otra película chilena que cuenta la historia del plebiscito en el que a un publicista fantasioso se le ocurre cómo hacer la campaña para derrotar a Pinochet.
La relación romántica homosexual entre los dos personajes principales resulta tan falsa como las borracheras con tequila o la forzada escena de sexo oral que, como recurso extremo, nos deja claro que entre ellos hubo intimidad. La estética, que hubiera sido rupturista hace 20 años, se parece a otra reciente película protagonizada por Castro en la que se recrea una cárcel con presos lindos y limpios que solo muestran algún tipo de ternura a través de relaciones homosexuales roñosas.
En Tengo Miedo Torero la casa que habita el protagonista, además de vieja y media derribada, es exageradamente horrenda y oscura. La pobreza del protagonista ni siquiera tiene mal gusto, como si la pobreza no tuviera una estética propia a veces acompañada de ropa cara o una tele a colores.
Tampoco ayudan en nada Gnecco y Hernández y sus pobres interpretaciones recuerdan a los gays de la tele de los noventas. La actuación de la ex-ministra de Cultura, por su parte, poco aporta a la trama, pero imagino que su contribución irá por otro lado.
Los problemas de Tengo Miedo Torero parecen tener su origen en una nueva camada de películas chilenas en las que sus autores se empeñan en contar historias de los bajos fondos recurriendo a caricaturas burdas y extremas. Qué distinta resulta la transformación de los pobres en Viridiana o la constatación de Scola de que los márgenes de la ciudad son habitados por feos, sucios y malos. Y, sin tener que ir tan lejos, Aldo Francia, el primer Raúl Ruiz y Andrés Wood retrataron un pobre contexto patrio a través de una infinidad de detalles que hacen creíble el relato.
Quizá el problema de esta nueva gran industria de cine chileno sea que entre sus creadores hay un enorme desconocimiento del mundo que se quiere mostrar, lo que irremediablemente cae en la caricatura, cuestión que termina deshumanizando a los personajes y las historias.
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