La tumba de las luciérnagas: el fin del mundo y el despiadado país de las lluvias negras
La tumba de las luciérnagas, la película sobre una pareja de hermanos en el Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial, se basó en un libro de Akiyuki Nosaka. "Paradójicamente, es la película animada más realista que he visto en mi vida", opinó el insobornable crítico Roger Ebert. Esta es su historia.
Uno de esos comienzos efectivos, terribles, cautivadores.
"21 de septiembre de 1945... esa fue la noche que morí".
Las palabras vienen de Seita.
Pero de un Seita del más allá. Fantasmal.
Seita se observa a sí mismo: su otro yo, su otrora yo físico, está en el suelo, es uno de los tantos niños indigentes agonizando en la estación de metro. La policía revisa los cuerpos. Se asegura de que estén muertos. Son varios los cuerpos en el Japón devastado por la Segunda Guerra Mundial. Un oficial le palpa los bolsillos a Seita, al cuerpo de Seita, y le dice a otro policía: "Este también está muerto".
Y agrega: "Se ve en sus ojos".
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No hay historia más triste que La tumba de las luciérnagas, la cinta de Isao Takahata (cercano a Hayao Miyazaki y cofundador de Studio Ghibli). A más de tres décadas de su estreno en Japón, La tumba de las luciérnagas hoy se ve y se lee como una historia sobre la memoria colectiva japonesa. Esa memoria sobre la isla nipona posterior a las bombas nucleares y a la Segunda Guerra Mundial.
La tumba de las luciérnagas comienza con Seita muerto y observando frente a sus ojos —o tal vez contándonos— la historia de su corta vida.
Seita, de catorce, y su hermana Setsuko, de cinco, son hijos de un oficial de la Armada Imperial Japonesa y viven con su madre. Un día, y tras un bombardeo, algo sucede. No consiguen llegar al búnker donde su madre los espera. Caen las bombas. No la ven más. Ahora son ellos dos. Por lo menos hasta que regrese su padre de la guerra. Si es que regresa.
Todo eso lleva a Seita y a Setsuko a crearse un mundo autónomo y alejado de la realidad. Uno sin electricidad y lleno de lluvias negras (las lluvias posteriores a las bombas nucleares). Y por eso el título; tal como las luciérnagas, el mundo que Seita y su hermana Setsuko crearon está destinado a brillar y apagarse.
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Akiyuki Nosaka —el autor del libro en que se basó la cinta— murió el 2015.
En 1945, cuando era un niño, sobrevivió al bombardeo estadounidenses sobre la ciudad de Kobe.
A parte de eso no se sabe demasiado de él.
Solo unos datos sobre los cuales su biografía parece sostenerse.
Los que siguen.
Que fue senador (aunque se asqueó de la política)
Que tuvo un paso por la música (su apodo de cantante era Claude Nosaka).
Que tiene otra novela que fue llevada a la pantalla (Los pornógrafos).
Que es de la "generación de las cenizas" (la cual incluye a otros escritores como Oe Kenzaburo y Oda Makoto).
Que es conocido por sus libros e historias sobre niños en la guerra (porque es lo que le tocó vivir).
Que La tumba de las luciérnagas es su gran pequeña obra; una novela en clave autobiográfica sobre su infancia en Kōbe, ciudad duramente bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial.
Y que La tumba de las luciérnagas es un libro sobre la culpa.
La culpa de haber sobrevivido y la culpa de que sus dos hermanas (de su familia adoptiva) no hayan sobrevivido.
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"¿Por qué las luciérnagas mueren tan rápido?".
La tumba de las luciérnagas tiene algo de La vida es bella, en parte porque las dos películas son un pelo manipulativas.
Aunque bueno, más bien al revés: La vida es bella le roba el espíritu a La tumba de las luciérnagas. En ambos casos estamos en medio de un escenario bélico en el que dos familiares se inventan una realidad paralela. Un mundo imaginado que permite escapar el mundo real. Como cuando los hermanos, Seita y Setsuko, se crean una nueva casa al lado del río. O cuando secan ranas. O la caja de dulces: esos dulces que terminan siendo el único memento que Seita carga consigo.
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Junto con series como Heidi, Marco (también filmadas por Isao Takahata), así como todo lo que hizo Studio Ghibli, La tumba de las luciérnagas es una de esas películas que formó moralmente a varias generaciones. O que las deformó y hasta ayudó (en algunos casos) a la deconstrucción masculina. Claro: para toda la generación que creció viendo animé, claro, ser tímido y sensible es mandatorio. Casi una religión.
Es verdad, eso sí, que La tumba de las luciérnagas no dice nada sobre las atrocidades que también los japoneses, en medio de la guerra, llevaron a cabo. La cinta critica oblicuamente conceptos como guerra, naciones y los imperios (tanto el gringo como el japonés). Pero a grosso modo lo que busca es contar cómo la guerra afecta un par de vidas mínimas. Tan mínimas como las luciérnagas.
Sin embargo, la raíz de esta historia es mucho más compleja de lo que aparenta. Algo de eso confesó en sus memorias Nosaka al decir que La tumba de las luciérnagas es una "mentira" (ficción) y que él no fue tan amable con su hermana como Seita con ella. El autor japonés, de hecho, se culpa a sí mismo por su muerte; en una de sus autobiografías confesó que comió la comida que debería haber compartido, que le golpeó la cabeza a Seita para que dejara de llorar, y que escribió La tumba de las luciérnagas para honrar a su hermana pequeña y hacer frente al tremendo sentimiento de culpa que sentía como sobreviviente.
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Dice Roger Ebert —el crítico estadounidense— que La tumba de las luciérnagas es un ejemplo de lo que justamente otras cintas animadas no deberían hacer. Porque mientras en Hollywood se busca una “animación realista” (un oxímoron) otras cintas, como esta, logran altos momentos dramáticos y narrativos sin aspirar a “lo real”. En otras palabras, la cinta de Isao Takahata funciona por su espesura emocional y no por su técnica de animación. “La tumba de las luciérnagas no busca el realismo de El rey León o La Princesa Mononoke”, dijo Ebert. “Es una poderosa película dramática que resulta ser animada. Paradójicamente, es la película animada más realista que he visto en mi vida”.
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