Rock in Chile: las luces y sombras del primer megafestival chileno
Un día como hoy, hace 30 años, David Bowie inauguraba un evento con una apuesta hasta entonces inédita en el país, con tres días de shows de figuras anglo en el Estadio Nacional. Eclipsada por el concierto de Amnistía Internacional, la pionera franquicia dejó medio millón de dólares en pérdidas y nunca más se realizó.
Septiembre de 1990 fue un mes agitado para Chile. Como hoy, el país vivía días convulsionados y parecía jugarse su futuro. Las portadas de los diarios del 27 de septiembre daban cuenta de una espectacular persecución policial que terminó con dos asaltantes acribillados en la Ruta 5 Sur. También del inicio del diálogo comercial entre empresarios de Estados Unidos y el presidente Patricio Aylwin, quien sólo días antes, con seis meses en el cargo, había encabezado los funerales con honores de Estado para Salvador Allende y tuvo que enfrentar el desacato del general Carlos Parrera durante su primera Parada Militar. Ese mismo viernes 27, en medio de un clima enrevesado e inestable, David Bowie cantó por primera vez ante el público chileno.
El británico había llegado a Santiago 24 horas antes para protagonizar la primera jornada de Rock in Chile, un nuevo festival auspiciado por una marca de bebida que prometía revolucionar la incipiente industria criolla de los megaeventos. Inspirados en Rock in Rio, el gigantesco espectáculo que cinco años antes había llevado a Queen y Iron Maiden a Brasil, sus organizadores presentaban al público chileno un formato hasta entonces inédito de tres días consecutivos de shows en el Estadio Nacional, con artistas clase A del pop y el rock anglo, como el canadiense Bryan Adams, el guitarrista inglés Eric Clapton y el grupo Technotronic, sensación del europop en ese momento con su Pump up the jam.
Si bien con el cambio de década y la llegada de la democracia el recinto de Ñuñoa comenzaba a dejar atrás su pasado de terror con los primeros recitales de Rod Stewart, Cyndi Lauper, Silvio Rodríguez y Bon Jovi, al hombre de Starman, que venía de llenar cuatro fechas en Brasil, lo recibía una capital apenas acostumbrada a las visitas de figuras del primer mundo. Lo mismo la clase política. Días antes del evento, el senador RN Sergio Onofre Jarpa advertía a la juventud chilena que tuviera cuidado con los “rockeros extranjeros”, por ser “en su mayoría drogadictos u homosexuales”. Cuando Bryan Adams aterrizó en Chile respondió en conferencia de prensa al exministro de Pinochet: “Yo daría el mismo consejo pero con los políticos”.
“Hasta entonces no estábamos en el mapa de los conciertos. ‘¿Qué es Chile, dónde queda?’, me preguntaban. Pero la gente de Bon Jovi y Rod Stewart habló bien de nosotros y se convirtieron en nuestros mejores embajadores”, relata Ernesto Clavería, pionero de los grandes conciertos del país -con su productora Prodin- e ideólogo del Rock in Chile, anunciado con entusiasmo a comienzos de 1990 por la prensa local, que dedicó diversos artículos a un acontecimiento que parecía por primera vez ubicar a Santiago como epicentro del rock planetario. Sumándose a la efervescencia generalizada, Canal 13 compró los derechos para grabar y transmitir posteriormente las tres noches de la cita, registro que se puede ver en YouTube.
No sólo el formato del evento era innovador, con tres días consecutivos de shows internacionales y su apuesta por la masividad y 70 mil asistentes por jornada. Una lógica similar a la que dos décadas después explorarían en el país otros festivales de pop y rock anglo como el mismo Lollapalooza. Además, para la venta de entradas -que según sus realizadores costaron cerca de 15 o 20 mil pesos de hoy-, la producción implementó un sistema inteligente, con pórticos magnéticos en el ingreso al estadio que leían una suerte de tarjeta digital de los asistentes y reconocían si éstos tenían boletos para uno, dos o los tres días.
“Nunca se había hecho un espectáculo de este tipo en Chile, pero se hacían en Alemania, en Francia, en Brasil, y con grandes artistas. ¿Por qué no podíamos aspirar a tener un evento de esas características?”, explica Clavería tres décadas después de una aventura quijotesca que no salió como debía.
“Nos equivocamos con Bowie”
La jornada inaugural de Rock in Chile, del jueves 27 de septiembre de 1990, marcó la pauta de lo que vendría. “Sólo 15 mil personas vieron a David Bowie”, titulaba en su portada La Tercera al día siguiente, reflejando el clima de desazón que reinaba entre la producción. Si bien el fallecido “Duque blanco”, que traía su Sound + Vision Tour, debutó en el país con una banda estelar -con Adrian Belew de King Crimson en guitarra- y un repertorio de ensueño centrado en sus éxitos y de arranque demoledor (Space oddity, Life on mars?, Rebel rebel, Ashes to ashes), fue el artista que menos entradas vendió de todo el festival: sólo 15 mil tickets.
“Nos equivocamos con Bowie y el público no respondió a la convocatoria”, dice hoy Clavería, quien describe al británico como un artista “parco y reservado”. Y aunque dos semanas antes del festival en Prodin ya tenían claro que la venta de boletos venía floja para los tres días y que las pérdidas totales serían superiores a los 500 mil dólares, “nuestra política siempre fue no suspender ningún espectáculo por baja venta de entradas”, asegura el productor.
Algo mejor le fue a la segunda noche, que reunió a 25 mil asistentes para un menú que inicialmente incluía sólo a Technotronic pero que terminó sumando solo días antes a Bryan Adams y Mick Taylor, guitarrista de los Rolling Stones en la época de Let it bleed (1969) y Exile on Main St. (1972). “Los dejé porque soy demasiado talentoso para tocar con ellos”, bromeó el inglés -o tal vez no- en la conferencia de prensa previa al concierto.
¿Y Technotronic? Aunque la producción había amarrado la visita con sus representantes, el enigmático conjunto ideado por un productor belga nunca llegó. “Ni siquiera tenían un show para estadio, tocaban en clubes y discotecas con pistas grabadas y un par de bailarines”, recuerda Juan Pablo Cuadra, productor ejecutivo de Rock in Chile, quien estuvo varios días llamando por teléfono a Jamaica a la vocalista Manuela Kamosi para intentar convencerla. La versión oficial que se difundió es que la cantante no pudo viajar por su embarazo.
La única jornada relativamente exitosa para Prodin fue la última, protagonizada exclusivamente por Eric Clapton, quien juntó a 46 mil asistentes en el aterrizaje local de su gira Journeyman, acompañado por músicos de renombre y con un show centrado en los clásicos de Cream y de su carrera solista. Además, en la interna, el guitarrista dejó una impresión mucho mejor que Bowie. “Clapton era bien para adentro pero muy caballero”, rememora Cuadra, quien asistió a “Mano lenta” en su estadía en Santiago y presenció los dos ensayos que realizó junto a su banda en una sala de calle Tarapacá, a un costado del cine Normandie.
Lo mismo recuerda Clavería, a partir de otro episodio que casi hace naufragar por completo el cierre del festival, cuando la empresa brasileña a cargo del sonido amenazó con no encender los equipos si no les cancelaban el porcentaje que faltaba por pagar. “Tras bambalinas Clapton me hizo un gesto como diciéndome ‘tranquilo, no hay apuro’. Al final conseguimos el efectivo pero fue estresante”, cuenta.
Fue el epílogo de un proyecto que dejó un sabor agridulce entre sus creadores. “Un fracaso de venta y un éxito artístico”, dice el productor sobre el debut y despedida de una franquicia que se extendería en el tiempo con ediciones anuales. “Lo creamos pensando en repetirlo todos los años, pero a la luz de los acontecimientos extra comerciales que se sucedieron después decidimos no hacerlo”, dice, refiriéndose al mayor hito que albergó el Estadio Nacional esa temporada, al que hoy culpa de la floja respuesta que tuvo Rock in Chile: el histórico concierto de Amnistía Internacional que un mes después reunió a figuras como Sting, Peter Gabriel y Sinéad O’Connor para celebrar la vuelta a la democracia.
“Ellos jugaron a que nosotros fracasáramos y lo lograron”, dice el empresario sobre el legendario evento que terminó eclipsando al suyo. “Sus entradas eran muy baratas y obviamente nos asestaron un golpe feo. Aparecieron con un mes de antelación anunciando un festival con grandes artistas mundiales”, reclama.
Con todo, los organizadores del show de Amnistía terminaron arrendando el escenario que dejó montado Rock in Chile en Ñuñoa. “Nunca nos pagaron”, asegura Clavería desde Puerto Rico, donde vive desde 1993, tras retirarse de la producción de conciertos en Chile luego que Michael Jackson cancelara uno de los dos recitales que daría en el Estadio Nacional. Antes de dejar del país, eso sí, organizó también la visita de B.B. King y de Technotronic, que finalmente lograron debutar en Santiago en 1991.
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