“¿Es el artista famoso y admirado un ser divinizado que, a diferencia de los mortales ordinarios, no está sujeto a sus propios compromisos?”, es la pregunta que cierra la carta abierta que Hélène Devynck publicó en la revista Vanity Fair de Francia.

La periodista escribió estas líneas por un peculiar motivo. Resulta que su exmarido, el escritor francés Emmanuel Carrère (1957), acaba de lanzar una nueva novela, titulada Yoga. Nada raro hasta ahí, es lo que ha venido haciendo desde 1983 cuando publicó su primera novela Amigo del jaguar. Sin embargo, lo particular es que Carrère escribe sus novelas como autoficciones, es decir, escribe con muy poca ficción y mucho de realidad.

Como su pareja, Hélène Devynck era parte del contenido de las novelas de Carrère, siempre con su consentimiento. Sin embargo, a partir de marzo de 2020 la cosa cambió debido al divorcio. Ahí, durante las negociaciones para el fin del enlace conyugal, ella logró obtener un derecho para vetar cualquier aparición suya en los escritos de Carrère.

“Emmanuel y yo estamos atados por un contrato que le obliga a obtener mi consentimiento para utilizarme en su obra. Yo no he consentido el texto tal como ha aparecido -señala Hélène en su carta-. Durante los años que vivimos juntos, Emmanuel podía utilizar mis palabras, mis ideas, sumergirse en mis duelos, mis penas, mi sexualidad”.

Pero al escribir sobre la vida real, el asunto para el escritor puede rebotar. Como un boomerang que vuelve con furia. El lío se armó porque mientras ocurría el proceso de divorcio, Yoga estaba en proceso de escritura. Al recibir el manuscrito -tras haber signado el mencionado contrato-, Devynck se rebeló ante su destino, ejerció el derecho y vetó todo lo que salía sobre ella en la novela. Esto, complicó a Carrère.

“Mientras negociaba, me ocultó que estaba dibujando mi retrato. Entendí esto solo unos días después de firmar el contrato, cuando recibí el manuscrito de Yoga acompañado de esta palabra: ‘Que estoy escribiendo libros autobiográficos no debería sorprenderte. (…) Esta historia sería incomprensible si no dijera nada sobre el contexto’. El contexto, en este caso, fui yo”, relata Devynck.

Para salvar el problema, Carrère optó por dos cosas. Una, asumir que el texto tendría un bache, una elipsis. Es decir, un vacío argumental; y dos, citar a su exesposa usando un material de un libro anterior. En concreto, utilizó un pedazo de su novela De vidas ajenas (Anagrama, 2009).

Para Devynck, el hecho de que Carrère usara ese fragmento supone una ruptura del contrato firmado entre ambas partes y donde el escritor se comprometía a uno usar la vida de su exesposa sin su consentimiento.

“Por haber dicho ‘sí’ en el pasado, ¿ya no podría decir ‘no’? ¿No tendría yo derecho a estar separada y ser hasta la muerte, el objeto de escritura fantaseado de mi exmarido?", dice la periodista en su carta. Y es más, acusa que su intimidad se vio dañada. “Mi personaje fue expuesto en una fantasía sexual acompañada de revelaciones no deseadas sobre mi vida privada. Fue despectivo”.

Así, el embrollo pasó a los tribunales. Entre tanto, Yoga vendió 160 mil ejemplares en sus primeras cuatro semanas.

Hélène Devynck y Emmanuel Carrère.

Ángel eléctrico

Una profunda depresión causó que Emmanuel Carrère terminara internado en un hospital psiquiátrico donde le aplicaron electroshocks debido a su estado. Fiel a su estilo, esto aparece narrado en Yoga, pero en ningún momento se explica por qué detonó esta crisis. Esta elipsis dejaba una enorme pregunta abierta sin responder.

En rigor, es uno de los puntos donde la elipsis se visualiza de forma más nítida.

Sin embargo, para Devynck, el asunto es más complejo. No es que simplemente Carrère haya tenido que omitir ciertas cosas por un contrato, sino que la promesa de autobiografía no se cumple. Es decir, a su rebelión como personaje le suma una rebelión por una promesa no cumplida.

“Este relato, presentado como autobiográfico, es falso, dispuesto al servicio de la imagen del autor y totalmente ajeno a lo que vivimos mi familia y yo junto a él”, escribe la periodista en su carta. Afirma, que en rigor, los hechos fueron mucho más crudos.

“Emmanuel hace una descripción complaciente de su enfermedad mental y su tratamiento. Estuvo hospitalizado en un pabellón cerrado donde lo visitaba a diario y del que apenas recuerda. Fue sometido a descargas eléctricas que yo no permití, en un momento en que ya no se pudo obtener su consentimiento. Apenas se mencionan los ataques de megalomanía bipolar”, relata Devynck.

“El lector puede creer que después de Saint-Anne, Emmanuel sale de ella yendo durante dos meses a encontrarse con los verdaderos problemas del mundo, los de los jóvenes refugiados atrapados en el camino hacia una vida mejor en la isla griega de Leros -cuenta Devynck-. Los dos meses duraron solo unos días, en parte en mi compañía”.

Y ante la palabra en la tinta, Devynck mantiene su rebelión afirmando que en rigor no se trata del mismo Carrère luchando por redimirse de una enfermedad que le surgió de la nada. “Fue antes del hospital, incluso antes de que se hiciera un diagnóstico sobre el comportamiento demente que yo intentaba, con los medios a mano, contener los estallidos de agresión. Informar me parecía un salvavidas para combatir la violencia de un ego despótico. El episodio dilatado se presenta como una liberación de la depresión, un regreso a la vida. Lo contrario de la realidad”.

¿Y Carrère? Se defendió en una carta abierta en la web francesa Liberátion, argumentando que hasta ahora, ningún personaje se le había “rebelado” como lo ha hecho su exesposa. “Todo lo que puedo observar es que, en los 20 años que llevo escribiendo este género de libros, ninguna de las personas se ha puesto en mi contra, ni siquiera Sophie, la heroína de Una novela rusa, a quien, a ella sí, realmente ofendí, y todavía lo lamento”.

Por ahora, tal como otros casos notorios en la literatura (como la demanda de plagio que María Kodama, la viuda de Borges, interpuso contra Pablo Katchadjian por haber “reescrito” el legendario cuento “El Aleph”), serán las pelucas de los jueces y los papeles con membrete los que tengan la última palabra. ¿Ganará Devynck su revuelta? Quizás sea incluso materia para otra novela...