Juan Pablo Meneses, cronista chileno, viajó a la India y compró un dios a 200 dólares en la ciudad de Varanasi. Aunque la historia comienza un poco antes, cuando el periodista, hastiado de su cargo ejecutivo en un medio de comunicación, decide tomarse un mes de vacaciones y tomar un avión hacia el país asiático.

Así narra el escritor al inicio del libro que acaba de publicar Un Dios Portátil (Planeta, 2020), y que es la tercera entrega de la trilogía “periodismo cash”, en que cada argumento gira en torno a una compra que hace Meneses y a sus respectivas consecuencias; en este caso, un dios. Pero antes fue un niño (Niños Futbolistas, 2013) y, hace ya quince años, una vaca (La Vida De Una Vaca, 2005). Son historias que relatan una realidad en que todo pareciera estar en venta, desde los animales, pasando por las personas, e incluso los seres divinos.

El relato arranca con Meneses ubicado en el centro de Nueva York, lanzando la religión portátil, de los freelancers. Es el Black Friday y, por lo tanto, en la calle la atmósfera es de un consumo desenfrenado.

Es una escena que, de entrada, cuesta entender, pero que adquiere sentido con el avance de la historia.

Cuando Meneses lanzó la religión, aún faltaban un par de años para que publicara Un Dios Portátil. Según cuenta el autor, fortuitamente se acercaron a hacerle la primera entrevista, y eso derivó en otra y otra. “No era una promoción consciente, sino que el libro fue existiendo”, relata. “Siento un alivio, porque es un libro que viví antes de publicar”.

Juan Pablo Meneses

El libro que no escribió

La idea inicial de Juan Pablo Meneses era comprar un dios en el país asiático, volver a Chile y escribir el libro. De hecho, antes de partir, barajó la opción de viajar a México, considerado “el país de los mil dioses”. “Pero después me di cuenta de que es una trilogía del consumo, y la India se ha convertido en un verdadero Disney para la gente que busca un viaje espiritual”, argumenta.

Cuando regresó, como tenía un trabajo formal con contrato, decidió renunciar y ahí las casualidades le permitieron viajar a Estados Unidos. “Empezaron a salir cosas que me obligaron a continuar la historia y terminarla, porque nunca se detenía”, cuenta. “No creo en esas historias tan estructuradas, porque se pierde la sorpresa”.

Un Dios Portátil se puede entender como una crítica a la religión y al consumismo, ¿cómo lo concebiste?

—Lo último que yo quería era reírme de la gente que cree. Este libro es, de alguna manera, una defensa de creer: yo decido creer a la persona que me vende el dios y, ahí, mi vida cambia. Terminé en lugares rarísimos, haciendo cosas que no estaban en mis planes. Este libro te llama a creer de una manera distinta, que en el fondo es cómo tú puedes armar tu propio credo; porque solo soy eso, un cronista, no un sacerdote.

—¿Por qué en el libro nunca le quieres pedir cosas a tu dios?

—Básicamente porque siento que se puede convertir en un vicio. Es un poco trampa.

—Has mencionado cuando acabaste el libro, también la religión portátil.

—Termina el proyecto de la religión. No la puedo destruir si hay gente que me escribe y me dice: “Quiero leer el libro, quiero hacer mi propia religión”. No puedo borrar la historia. Esta religión ya existe porque está en el papel. Esta religión unirá a todos los portátiles del mundo. Pero la idea sería que la gente forme sus propias religiones: creo que va a ir para allá la cosa. Vivimos un capitalismo hipertecnológico. Entonces, nos dicen: “Ahora puedes hacer tu propia radio”, “tu propio podcast”, “tu propio canal de televisión”. ¿Por qué no hacer tu propio credo? No predigo nada, pero siento que este libro, de alguna manera, explica algo de lo que está pasando.

—El libro desacraliza la idea de qué es un dios.

—En la India, en el Templo Dorado, donde hay un libro que es un dios, realmente me conmoví y sentí una espiritualidad muy fuerte. Vi cosas muy conmovedoras a partir de un libro que era una divinidad.

Foto: Ignacio Uribe

Meneses menciona que una religión no solo incluye un objeto al cual venerar, sino también una serie de implicancias administrativas que, en países como Estados Unidos, ya está se está considerando:

—Es una locura, hay muchos servicios, hay páginas que te hacen la iglesia a tu pinta. Alguien que tiene un gimnasio puede hacer una religión de gente que va a los gimnasios. ¡Y la hace! ¡Y funciona! ¡Y tiene seguidores! ¡Y tiene abogados que hacen los trámites! Todo eso existe. Eso me ayudó: nadie me miró raro cuando presenté el proyecto de la iglesia portátil, en Stanford (California), enfocada en los freelancers. Solo me miraron como si yo fuera a poner una pyme de huevos a domicilio. Allá la rareza no es vista como parte de una locura, todo lo contrario a Chile.

“Veo mi trabajo desde un lado bien artístico”

En su tesis doctoral, el periodista argentino, Julián Gorodischer, desarrolla el concepto del “periodismo performático”, una corriente del oficio en que el autor se vuelve en una especie de protagonista de la historia, vinculándose con las artes escénicas. Incluso el trasandino menciona a Meneses como un exponente de esta rama.

—Gorodischer dice que en este formato el cronista “suele sacrificar la honorabilidad” para ser un personaje central del relato. En el libro Un Dios Portátil, ¿conocemos a Juan Pablo Meneses o a un personaje de él?

—Soy todo lo persona o personaje que el lector pueda ver. No me puedo hacer cargo de eso. Si encuentra que mi honorabilidad se fue al carajo, o si tengo o no prestigio. Yo hago las cosas que me gustan y que a otra gente le pueden servir. En ese sentido, veo mi trabajo desde un lado bien artístico.

—En el libro varias veces le preguntas a la gente dónde puedes comprar un dios: ¿En serio hacías esa pregunta?

—Sí. Lo que pasa es que la India es el lugar más fácil para poder preguntarlo, porque la gente te vende de todo. Es más difícil preguntar eso a un profesor de teología en su oficina de la Universidad Católica. Pero la India es un mall abierto de espiritualidad.

Niños futbolistas

Niños Futbolistas es el primer libro de la trilogía y relata el complejo camino que deben seguir las familias para que sus hijos se conviertan en futbolistas de élite. En ese reporteo, había una pregunta que a Meneses le costaba aún más: “¿En cuanto me vendes a tu hijo?”

—Estaba muy urgido de qué me podían responder. Pero desde la primera vez que pregunté, a los padres le brillaban los ojos, me invitaban a su casa y me mostraban fotos. Ahí entendí que ellos habían dejado todo de lado esperando que alguien les hiciera esa pregunta.

—En Un Dios Portátil, un teólogo te dice que comprar un dios sería un acto de narcisismo: ¿Qué te pareció esa respuesta?

—Me sentí tan narcisista que puse la respuesta. Me pareció un enfoque interesante. En la manera que cuento la historia, no soy el héroe. Hay cosas que me funcionan, pero otras que no me resultan. Él me dice eso y tiene mucha razón en lo que plantea. Es redundante acusar de narcisista a alguien que se dedica a escribir y publicar libros.

—Si bien no eres un héroe en el libro, eres el protagonista.

La crónica, como yo la entiendo —literaria y con investigación periodística—, no tiene ninguna regla fija. Estoy en contra de la gente que se saca forzadamente del texto... Este libro nunca se escribió, sino que es una especie de backstage de lo que quería hacer: siempre cuento el libro que estoy haciendo.

—¿Cómo imaginabas ese libro que no ocurrió?

—Creí que podría hacerlo en un lugar fijo. Imaginé algo más tranquilo. Pero mi vida cambia por un libro. Cuando se escribe una crónica, no puedes terminar siendo la misma persona que cuando empezaste.

—¿En qué cambió concretamente tu vida con Un Dios Portátil?

—Estaba teniendo una vida que no me gustaba y, con la escritura de un libro, decidí terminar esa vida: renuncié al cargo ejecutivo periodístico. Siempre trato de hacer los libros como una especie de salvación. Una vez fui a Colombia y, cuando me estaba devolviendo a Chile, el dueño del resort me pasó un paquete para que me lo trajera. Era un paquete que yo solo había visto en el mundo de la droga, era café y pesaba como un kilo. No sabía si llevarlo o no. Decidí traerlo porque, si llegaba a quedarme preso por eso, tenía una historia de putamadre que contar... Al final solo eran folletos.

—¿Cómo es el dios que compraste en la India?

— Al decir esto estoy haciendo un spoiler. En algún momento tenía pensado mostrarlo. Pero Antonio Bentué, el teólogo, me dice todo el tiempo: “A Dios nadie lo ha visto”. ¿Por qué iba a ser yo el primero que lo muestre? Eso sí habría sido narcisismo.

—¿Hasta dónde piensas que se puede correr el cerco de lo que se entiende como narración de no-ficción?

—Siento que el periodismo se puede correr todo lo que uno quiera, siempre respetando la verdad, y transmitirlo sin hacer trampa. Estamos en un momento en que se están licuando los géneros y las estructuras narrativas. Yo meto el periodismo dentro de otra género, pero hay gente más purista que no lo deja entrar. Acerco el periodismo a lo más literario; de hecho comprar a los protagonistas del libro es una estrategia narrativa, un experimento literario para entrar en zonas donde a veces el periodismo no puede. Lo que pasa es que, en el mundo actual, convertirme en dueño de algo abre puertas que de repente no se abren de otra manera.

—¿Qué te interesa de la no-ficción que no encuentras en otros géneros?

—En el libro pasan cosas que son muy raras; la idea de creerle o no a la persona que me vende un dios entra en ese límite entre ficción y no ficción. Lo que trato de hacer con este libro, y todos los de la trilogía, es hacer procesos que solemos hacer mecánicamente: vemos fútbol, comemos carne, y de la misma manera estamos metidos en la religión.

La vida de una vaca

Además, como ha declarado en otras ocasiones, Meneses piensa que “lo mejor de la crónica está en lo mejor de la literatura chilena”. Al leer el diario personal de José Donoso sobre el “Boom latinamericano” o 2666 de Roberto Bolaño, extrae la siguiente idea: “Terminan haciendo ficción, pero está siempre presente el espíritu de la crónica, de transmitir algo que sucedió en un espacio de tiempo”, dice. “La literatura argentina tiene una base mucho mayor en lo fantástico, partiendo por Borges”.

Al autor de Un Dios Portátil le interesa dejar un registro de un momento histórico de un mundo cargado de un " hiperconsumismo tecnológico":

—Cuando lanzo la religión portátil por una página web, resulta que Microsoft hace diez años tiene un sitio en que hace templos de realidad virtual. Todo eso que parece ciencia ficción es algo que se está haciendo, y ahí entra la crónica.

¿Quién financia al periodismo?

Meneses empezó en las escritura como autor de ficción, pero ha publicado muy poco; de hecho, tiene guardados los manuscritos de novelas que no sabe si alguna vez revisará. No le gusta la idea de encasillarse en un solo ámbito:

—Renuncié a un trabajo porque estoy en contra de esa idea de “acá me quedo el resto de mi vida”: ahí se te acaba la vida. No puedo descartar escribir poesía, hacer películas, hacer documentales ni nada. Sería aburridísimo descartar todo, terminaría siendo un funcionario de la no-ficción latinoamericana.

—¿Cómo visualizas el futuro del periodismo respecto a los medios de comunicación? ¿Se relaciona con los motivos que renunciaste a tu cargo?

—Estaba muy aburrido de esto que el periodista no pueda creer. Me parecía torpe, eso de que tal persona diga algo y no podemos creerle nada. Es cierto que el periodismo debe ser crítico, pero eso de no creer nada y tomarlo como un éxito profesional es algo muy dañino.

Con respecto a la industria de medios, Meneses es aún más crítico:

—Pienso que está todo mal. Los medios se están enfocando en un modelo de negocios en que le cobran a gente que no les pagará nunca. ¿Qué significa cobrarle a la gente? Significa que la gente financiará. Antes la crítica era que las empresas los financiaban. ¿Qué pasará cuando los medios los publique la gente? ¿Publicaremos lo que la gente quiere saber? Se está entrando en una calle sin salida. También, siento que siempre se deja de lado contar mejores historias. Si logras que tu medio tenga números azules tras un trabajo muy arduo, la industria contrata más vendedores, no mejores periodistas.

—Al ser profesor de narración de no ficción en la Universidad de Chile, ¿cómo sientes que debe enseñar este oficio?

—Cuando hago clases trato de que los alumnos suelten la mano y la pasen bien escribiendo. Siento que eso les servirá muchísimo para su vida. Estamos muy metidos en la verificación de datos y en los gráficos. Se ha olvidado el tema de escribir y leer. No me gusta la visión de la universidad como una agencia de empleo. Que yo tenga que preparar alumnos para que encuentren un mejor trabajo, siento que no es el papel de la universidad.

Meneses recuerda que, en el 2009, todo aún era muy distinto. Cuando partió con la idea del “periodismo portátil”, su objetivo inicial era viajar a España para contar una historia en específico. Pero demoró diez años en regresar. “Porque me pasaba algo en la esquina, lo vendía a diez revistas y me lo compraban tres”, recuerda. Ahora ve con más austeridad el futuro de la narración no-ficción:

—Siento que la supervivencia de la crónica latinoamericana se dará si el autor la financia, como pasa con los poetas. Es lo que pasa con los escritores: trabajan haciendo clase a veinticinco alumnos que no encienden la cámara en el Zoom, para después escribir su cuento y pagar la luz. El periodista que cuenta historias narrativamente tendrá que hacer lo mismo, autogestionado, porque la industria ya no está en condiciones de financiarlas.

—¿Hay que abandonar la expectativa de que este tipo de periodismo puede ser rentable?

—Es probable que el libro más importante en no-ficción en Latinoamérica sea El Hambre, de Martín Caparrós, y lo pudo escribir porque estaba haciendo un trabajo en la ONU que le permitía viajar a esos países. No es que haya tenido una editorial detrás. Nadie te financiará tus obsesiones. Los cronistas nos queremos parecer a los poetas, pero viviendo con sueldo de editor.

Un dios portátil, de Juan Pablo Meneses