Un helicóptero zumbaba a baja altura, los auxiliares del colegio se movían algo tensos y en las salas ya nadie prestaba atención a lo que se hablaba desde la pizarra. La democracia solo contaba siete meses de retorno en Chile y cualquier alboroto en el ambiente ponía en jaque los nervios.

Los encargados del Instituto Comercial Blas Cañas, en el centro de Santiago, no se hicieron mayores problemas y resolvieron terminar antes las clases durante ese día para que las alumnas pudieran salir de una vez: al parecer un grupo de cinco veinteañeros estadounidenses andaba en las cercanías.

Andrea López cursaba octavo básico en el recinto y recuerda que todo ruido que viniera desde el exterior era vinculado con ansiedad e histeria a New Kids on the Block, por esos días el grupo más célebre del planeta, de visita como parte del evento Desde Chile… un abrazo a la esperanza, organizado por Amnistía Internacional el 12 y 13 de octubre de 1990 en el Estadio Nacional (ellos solo aparecieron en la primera jornada).

“Que viniera un grupo en su punto máximo de fama era irreal. Todo empezó a revolucionarse cuando dos días antes del concierto, estando en clases, comenzamos a sentir esos helicópteros cerca. Mi colegio estaba en el centro y los New Kids se quedaban en el hotel Plaza San Francisco. Todo el colegio gritaba como si estuviéramos en un recital, mirando el cielo. En realidad, ellos no venían en esos helicópteros pero sirvió para crear ambiente. Era tanto el griterío que las monjas nos dejaron salir temprano”, recuerda López, hoy de 43 años y periodista.

El debut del quinteto de Boston en la capital tiene hasta hoy ese brillo incandescente de lo único. Un capítulo generacional irrepetible. Un flashazo de nostalgia congelado en tres soportes modernos por ese tiempo pero que ya no volverán: los casetes, un programa de videos (Sábado taquilla) y una revista de espectáculos (TV Grama).

Fans acechando a la banda en todos los rincones de Santiago: el hotel Plaza San Francisco, el Estadio Nacional y el Teatro Teletón, donde ofrecieron una conferencia junto al resto de los artistas.

Aunque otros ídolos extranjeros ya habían asolado Chile -Jorge Negrete en los 40, Paul Anka en los 60, Luis Miguel en los 80-, nunca antes una figura del pop anglo que definió la imaginería cultural del siglo XX había aterrizado en su minuto de gracia y presentándose frente a miles de personas.

Para toda una generación de fanáticas significó el primer contacto con un mundo globalizado, un incipiente despertar sexual y personal con cinco chicos que copaban a diario los medios, y el descubrimiento de una forma de entretención donde casi todo estaba permitido, lejos de las restricciones impuestas por la dictadura militar. Ya habían pasado Chespirito, Rod Stewart, Bon Jovi y David Bowie, pero ninguno había enfrentado tal descarga telúrica de feromonas y liberación.

Edith Galaz trabaja en labores administrativas, tiene 43 años, pero hace dos décadas, cuando solo tenía 13, el show de los New Kids también significó el primer desplante de insurrección contra sus padres. Casi clandestino.

“Mi papá no era muy dado a que yo pudiera ir. No me dejaban salir de noche y no me daban permisos, menos para un concierto. Tenía una amiga más grande cuyo papá poseía un negocio y se consiguió las entradas. Ahí empecé con la primera mentira: el día del show les dije que tenía que ir a hacer un trabajo del colegio donde esta amiga y que debía quedarme toda la noche. Como en esos tiempos no había teléfono, nadie te controlaba. Fuimos al estadio con su familia y la sensación de estar ahí, libre, gritando, era única. Daba lo mismo que incluso no hubiera pantallas gigantes. Hasta hoy no le cuento a mis papás que les mentí”.

El conjunto llegando a Santiago.

La instructora de yoga Patricia Allendes (46) también debió recurrir a un pequeño truco junto a sus amigas: inventar una rifa trucha, con premios que nunca tuvieron y con ganadores que nunca existieron, para juntar la plata para las entradas. “Cuando las teníamos, lo siguiente era conseguir el permiso de mi papá, que era súper restrictivo. Solo nos dejó ir con el marido de mi hermana. Yo nunca había ido a un concierto, no dimensionaba lo que significaba”.

Graciela Méndez (45), dueña de casa, también burló la ética parental: le regalaron un par de boletos, pero como no tenía con quien ir, partió sola declarando sin arrugarse que iba con unas compañeras. “Mentí. Estar a los 15 años, cantando sola en cancha, fue increíble”.

La publicista Sandra Pino (46) no embaucó a nadie, pero también estuvo en el coliseo de Ñuñoa, con 16 años. Aunque lo suyo empezó antes: “Yo era de El Bosque, casi no conocía Santiago, pero pedí permiso para seguirlos al hotel, al teatro donde dieron la conferencia, a todos lados. Moverme por primera vez por la ciudad fue todo un descubrimiento. Y claro que coincidió con el despertar sexual, cada uno de los integrantes significaba algo. Cuando volví del recital, lloré toda la noche”.

Pino agrega que su padre pertenecía a la Fuerza Aérea y que el tema de los derechos humanos -la bandera insignia de Amnistía- no tenía espacio en su casa. De alguna forma, era un eco lejano para muchos adolescentes de esa época, un concepto inexistente en los circuitos de entretención más oficiales.

La banda en la conferencia de prensa, donde explicaron su presencia en la cita.

Por lo mismo, la presencia de la boy band -en paralelo a otros paladines de la causa, como Sting, Peter Gabriel, Sinead O’Connor y Rubén Blades- funcionó como un abrelatas para que miles de quinceañeros por primera vez tuvieran noción de una expresión que marcaría la historia reciente del país.

“El día del concierto sabía que había que esperar mucho (antes de ellos estuvieron Inti-illimani y Blades, entre otros). Entre grupo y grupo, Amnistía pasaba unos cortos animados sobre los derechos humanos. Eran muy didácticos, diría que especialmente dirigidos a un público como yo, que por primera vez escuchaba de esos temas con libertad”, asegura Andrea López, rememorando también el entorno de la instancia: flyers, carteles, stands y poleras alusivas a las reivindicaciones más universales.

Sandra Pino subraya que en todo caso el beneficio también fue en la otra dirección. New Kids on the Block estaba en su apogeo en EE.UU. -Santiago fue una fecha absolutamente aparte en el tour con que promocionaban el álbum Step by step por Norteamérica y Europa- y su lazo con Amnistía les servía para derribar la imagen de simples carilindos bailando la la la la la la tonight! Como parte de la estrategia, invitaron al país al programa Entertainment tonight, de la cadena estadounidense CBS, para que los mostrara bañados de furor púber y conciencia humanitaria en las calles santiaguinas

“Era casi irrisorio que vinieran a Chile con el nivel de fama que tenían. Pero aceptaron porque trataban de desvincularse de esa imagen de niños bonitos que sólo cantaban y que no tenían ningún peso artístico. A ellos no les agradaba eso. Por eso en esa misma época también apoyaban campañas contra las drogas”, puntualiza Pino.

En el Nacional, en uno de los gestos más políticos en la historia del quinteto, uno de sus integrantes, Donnie Wahlberg, leyó una declaración relativa a los derechos humanos y luego gritó “¡libertad!”. En la conferencia previa, recalcaron que “ninguna campaña ha sido tan importante como esta” y que, pese a que no han hecho discos como Sting o Sinead O’ Connor, “nosotros también nos preocupamos por los derechos humanos”.

La entrada para la noche en que el conjunto debutó en el Nacional.

El actor y exdiputado Ramón Farías era por ese entonces el director de Amnistía Internacional Chile y fue uno de los escogidos para organizar el encuentro: “A los New Kids no los fuimos a buscar con alguna intención especial, sino que, como todos los otros artistas, ellos quisieron venir, ellos se empezaron a ofrecer. Sting los aglutinó, pero todos se mostraron disponibles, sin que ninguno tuviera alguna pose de divo o alguna exigencia extravagante. Y todos, incluyendo los New Kids, sabían muy bien lo que había pasado en Chile. Yo sentí que con estos shows estábamos haciendo historia”.

Lo mismo sintió Susana Gaete, hoy profesora de inglés de 42 años, profesión que decidió gracias a las canciones de sus ídolos. En un 1990 sin celulares, sin selfies, sin filtros ni redes sociales, solo había una forma posible de aferrarse a un hito: “Cuando terminó el show y las luces se apagaron, arranqué un pedazo de pasto del estadio y después lo pegué en mi diario de vida. Ahí lo tengo hasta hoy”.

Susana Gaete y el trozo de pasto que guardó desde ese 12 de octubre de 1990 en el Estadio Nacional.
Varias de las entrevistadas en esta nota lograron juntarse con sus ídolos cuando en 2012 vinieron a Chile.
La publicista Sandra Pino también tuvo la opción de juntarse con ellos en la capital, ya en sus venidas más recientes.
Graciela Méndez y su colección personal.
Edith Galaz encabeza el fans club oficial de los estadounidenses en el país.